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El lamento de Pablo Avelino Tarso



Viernes, 14 Octubre 2011

Edgardo Quintanilla (*)

LOS ÁNGELES - Tenía días de no saber de Dagoberto Reyes cuando un tal Pablo Avelino Tarso me mandó una carta por correo cíber la semana pasada acusando al ex-político y militante del FMLN, el cónsul Walter Durán de El Salvador en mi querida ciudad, de cometer una patraña y sainete en contra del artista, escultor, y politólogo conocido como Dago, guanaco por nacimiento, admirador en persona de Roque Dalton, educado y criado en un El Salvador de menos de un millón de personas, y ahora un supuesto empleado ó ex-empleado de dicho consulado, quien reclama que por órdenes del cónsul Durán no le han pagado el sueldo que viene del gobierno salvadoreño. El portal cíber de la organización “Salvadoreños en el Mundo” hizo pública la carta.
Dago, anciano y enfermo en el ocaso de una larga vida de logros y desencantos, aún dirige la controversial CASA DE LA CULTURA DE EL SALVADOR y expone sus ideas por Radio Pipiles en la internet desde un pequeño cuarto en el edificio de LA CURACAO en las esquinas del bulevard Olympic y la avenida Union aledaño al área de Pico-Union donde revolotea la espera de beneficios concretos por el crecimiento urbanístico del centro angelino. Dos o tres veces Dago me ha invitado para conversar en la Pipiles sobre cuestiones migratorias en los Estados Unidos.
Dudo que el tal Tarso sea una persona real y desconozco las razones por qué decidió no salir a la luz del día para poner su reputación a tela de juicio, lo cual no explica por qué su carta termina con un reto al cónsul Durán, de que si quiere un diálogo, que lo haga en un debate público. No me queda claro lo de la patraña y lo del sainete porque el tal Tarso no fue explícito en detallar la continua problemática al que muchos llaman el “compañero” Dago.
Al leer esta semana la denuncia del procurador de los Estados Unidos Eric H. Holder sobre el complot iraní en contra del embajador y diplomático saudi de carrera Adel Al-Jubeir de asesinarlo en un restaurante en Washington D.C., pensé en el tal Tarso, quien dijo ser salvadoreño de sangre, y quien no tiene nada en común con el histórico Pablo de Tarso, el visionario evangelizador educado como romano lejos de Roma hace más de dos mil años que proyectó a una nueva generación en el medio Oriente la vida, muerte, y resurrección de un hombre que de niño habló arameo en el seno de una familia judía antes de que supuestamente llegara a decir, “Yo soy la verdad y la vida”, palabras que Dago leyó de niño en un pequeño San Salvador rodeado de extensos cafetales.
La diferencia abismal entre la diplomacia de Arabia Saudita y El Salvador es que el reino árabe ha creado diplomáticos de carrera como Al-Jubeir y estabilidad en su política externa, al contrario de la rueda de caballitos que lidera la visión (ó falta de ella) del gobierno salvadoreño, y que cambia de personal dirigente con el ir y venir del partido que controla el poder ejecutivo a pesar de tener en los Estados Unidos a más de un millón de salvadoreños.
Un problema que trae un cónsul que no es diplomático de carrera, como el cónsul Durán, es que viene curtido por la fragua de política polarizada salvadoreña, y propenso a ver al mundo angelino bajo el mismo prisma que ha aplicado en su tierra al tratar con un salvadoreño/a, para cuadricularlo/a, dividirlo/a entre rojo ó arenero, y a veces de ningunearlo/a, aislarlo/a, apartarlo/a, colocándolo/a en la lista negra, y de no ver puntos en común, en los cuales se podría hacer una concreta diferencia por y para los salvadoreños que viven en California. El caso de Dago deja esa impresión.
Al escribir estas líneas pienso en los salvadoreños judíos que celebraron Yom Kippur la semana pasada, los salvadoreños cristianos que se congregan dos ó tres veces por semana en Los Ángeles, los salvadoreños homosexuales que se preparan para desfilar en el carnaval de Halloween en West Hollywood, en los hijos de salvadoreños y mexicanos, parte de la generación sal-mex, que visten el uniforme de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, su patria. Lo de salvadoreño es por el nacimiento, ó descendencia de padres ó abuelos, y no por la cultura. Con el emisario del gobierno de Funes en L.A. hay una diferencia abismal de culturas é intereses. El caso de Dago cementa esa impresión.
Me hubiera gustado que el tal Tarso hubiera usado su propio nombre, dirección, y teléfono, ya que el uso de un pseudónimo para hacer una denuncia de un cónsul salvadoreño acusándolo desde el anonimato, le restó credibilidad a la perorata. Así se lo hice saber al licenciado Carlos Aguilar, uno de los fundadores del PATRONATO DE LA CASA DE LA CULTURA, creada cuando Dago ya no siguió recibiendo el sueldo del consulado de El Salvador en Los Ángeles.
No obstante, en los cerca de 40 años que he visto el ir y venir de cónsules salvadoreños en Los Ángeles, desde los tiempos cuando venían militares de carrera y aún durante la guerra civil en El Salvador, nunca había sabido de acciones similares de un cónsul salvadoreño dirigidas hacia un miembro activo de la comunidad artística en mi ciudad que haya estado asociado con dicho consulado. La ironía más grande es que Dago ha sido colaborador y simpatizante del FMLN.
(*) Abogado y columnista de ContraPunto
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