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Lecturas del Bicentenario

LECTURAS PARA EL BICENTENARIO
Por Miguel Angel Chinchilla*

“La Danza del Tambor, los últimos días del calendario maya”

Ruud Van Akkeren

Piedra Santa Editorial 2011 – 416 pàginas

En representación de Su Majestad Carlos V, rey de España y Alemania, ha llegado a Guatemala el Visitador Dimas Grandala, con el objetivo de redactar un informe oficial sobre la situación de la Capitanía General y el desarrollo en la aplicación de las Nuevas Leyes a favor de los indígenas, las cuales se habían promulgado en España a raíz del cabildeo en la Corte del padre domínico Fray Bartolome de las Casas. Corría el 17 de febrero de 1546, 2 Pájaro del año 13 Viento. Ese mismo año, en septiembre, San Salvador recibiría su título de ciudad por parte de la corona.

Se trata de la novela histórica de suspense “La Danza del Tambor”, del antropólogo holandés Ruud Van Akkeren, que realizó su doctorado en la Universidad de Leiden, teniendo como objeto de estudio el baile drama Rabinal Achì, que en el año 2005 fuera declarado por la UNESCO como Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Ante el disgusto y contradicciones de los ciudadanos españoles vecinos de Santiago de Guatemala, Grandala toma la decisión de visitar la población de Tequicistlán (lugar del caracol) nombre nahuatl del antiguo valle de Rabinal, pueblo fundado por Bartolomè de las Casas, según el modelo arquitectónico español. Además de Dimas Grandala, aparecen también otros personajes históricos en la trama: los frailes domínicos Sebastián de Guareña y Joaquín Salvadera, quienes desde el inicio están en desacuerdo, también Cecilia de Alvarado Ajpop Toj (Yamanik), hija de Pedro de Alvarado, una mujer de veinte años, alta, delgada, espigada y de ojos verdes, algo poco común para una mujer con sangre indígena. Su madre, una princesa de la casa Ajpop Toj y concubina del Adelantado, murió junto con Beatriz de la Cueva (la sin ventura), legitima esposa de Alvarado, en un alud que convirtió a la ciudad en ruinas. También aparecen en la trama Don Pedro, Don Pablo y Don Gaspar, antiguos caciques del linaje Ajpop Toj, a quienes los españoles les han cambiado sus nombres originales. El padre de estos antiguos caciques había muerto por orden de Pedro de Alvarado, padre de su sobrina Cecilia, a la cual ellos rechazaban precisamente por ser hija de Tonatiuh. Otros personajes históricos que aparecen fugazmente en la trama son: el presidente de la Audiencia Antonio de Maldonado, el cronista Bernal Dìaz del Castillo, el alcalde Cabrera y el regidor Hernán Méndez de Sotomayor, que según narra la historia gestionó ante la corona para que la villa de San Salvador obtuviera su título como ciudad en septiembre de ese mismo año (1546).

La Danza del Tambor, escribe Akkeren, “era una danza que se remontaba a tiempos lejanos. Trataba de la creación del tiempo del calendario, de la época del sol y de la luna, del maíz y de las criaturas hechas de maíz”. La visita de Dimas Grandala a Tequicistlán coincide con el ciclo de 52 años que para los indígenas significaba que el tiempo se había agotado y debían comenzar uno nuevo. El 1 de marzo de 1546 del calendario europeo era para los nativos de Rabinal el 1 Venado, donde se iniciaba un nuevo ciclo. En este contexto se daba la representación de la danza del tum (del tambor) en cerro colorado “que era el ombligo del cielo y de la tierra”.

Mientras comenzaba el año nuevo los indígenas pasaban cinco días de inactividad (Días de Cierre), no trabajaban, tampoco tenían sexo, había abstinencia total, no hacían nada, todo aquello hubo de irritar al Visitador Grandala quien se preguntaba “¿Qué clases de babosadas son esas?”. Obviamente para Grandala todo aquello sonaba a herejía, a cosa diabólica, y por supuesto no estaba de acuerdo con semejante ociosidad. No obstante, fray Joaquín tenía el propósito de transformar la danza del tambor en un auto sacramental que relatara la pasión de Jesucristo, proyecto que contaba ya con la autorización de la superioridad eclesial y a cuya realización se oponía radicalmente fray Sebastián de Guareña. En un momento de la trama se presenta una revuelta con resultado de muchos muertos y heridos, como producto de las contradicciones existentes entre los caciques hermanos, la visita de Grandala, el rechazo a Cecilia de Alvarado (Yamanik) como princesa de la casa Ajpop Toj, por el desobedecimiento a los dioses en estos cinco días de transición; todo parecía consecuencia de la blasfemia cometida hacia la celebración de la creación del tiempo. Dentro de la historia aparece también un libro (un códice) que fray Joaquín tenía escondido en un lugar secreto de la selva. Se trata del libro con las Palabras de Antaño, el libro de Tollan.

En el capítulo XII aparece Grandala narcotizado porque le dieron de beber el néctar del colibrí. Cecilia (Yamanik) cubriendo su rostro con una máscara entra al cuarto donde reposa el Visitador que ahora es el Abuelo Venado, pues él no sabe pero ya pronto será sacrificado. Dice Akkeren en la página 339: “Cecilia se dejó caer sobre los almohadones, junto al Visitador. “Abuelo Venado, Sol Escondido... Deje que mis manos saquen el cansancio del viaje, deje que mis pechos lo alegren... Soy su sierva, su esclava. Mis labios aún son castos, mi conchita es aún virginal... Le pido que trate suavemente a esta esclava, cuyo regazo nunca ha dejado entrar a un hombre”. De esta manera Cecilia trasgrediendo las prohibiciones en los días de cierre, tiene por vez primera relaciones sexuales con un hombre mayor, casi un anciano, el venado del sacrificio, narcotizado especialmente para la ocasión.

Más adelante cuando el sacrificio ha sido consumado, Grandala dice en su agonía dos frases que pudieran ser crísticas: 1- “los indios no tienen la culpa, no saben lo que hacen”; y, 2- “Vine aquí para morir”. Resultó entonces que fue fray Joaquín Salvadera, quien ideó la muerte cruel del Visitador Grandala, en su aberración frailesca de crear analogía entre la danza del tambor y la pasión de Jesucristo. Al final se produce un fuerte enfrentamiento verbal entre fray Sebastián y fray Joaquín, el cual se ve interrumpido por un terrible terremoto que termina con los edificios y las personas, abriendo en la tierra profundas grietas. En la página 396 fray Sebastián termina diciendo: “No ha pasado nada en Tequicistlán, el terremoto sorprendió en su sueño al Visitador, a la señorita Cecilia, a los escoltas y al Secretario del Visitador y a muchos indios”. El fraile decide de una manera pragmática hacer borrón y cuenta nueva, al fin de cuentas era el inicio de un nuevo ciclo, otros 52 años que comenzaban a correr con fondo de tum y caracoles. No importaba más que fray Joaquín haya querido asesinarlo, no importaba más el deseo que lo incendiaba por Cecilia, la hija de Tonatiuh, no importaba más la muerte de Dimas Grandala que permutó su vida palaciega por morir en la trama de esta escatológica ceremonia indígena.

Van Akkeren reinventa la tradición del Rabinal Achì sin destruirla, reinterpretando la historia del mestizaje a través de Cecilia medio indígena medio española. Por momentos y guardando las distancias pertinentes, “la danza del tambor” me ha recordado a “El Encomendero” de Francisco Gavidia o “El Cristo Negro” de Salarrue. Akkeren explota al máximo las analogías y el sincretismo, poniendo en un plano paralelo las crueldades tanto de una religión como de la otra. Como en un surrealismo de pronto aparecen en la trama los filósofos griegos y el Papa Paulo III, en un manejo interesante del sueño dentro del sueño. La primera vez que escuché sobre este antropólogo holandés fue a través de una polémica generada entre él y el sociólogo guatemalteco Guillermo Paz Cárcamo, sobre la visión de la conquista. Akkeren publicó primero un libro titulado: “la visión indígena de la conquista”, y luego Paz Cárcamo publicó el suyo titulado: “la visión encomendera de la conquista”. Un punto principal en la discusión de ambos es si Tekum Uman existió históricamente o si solamente fue un invento de los frailes dominicos.

De cualquier manera discutir sobre estos temas es sano para la identidad de nuestros pueblos, porque es a través de la literatura histórica como iluminamos el tiempo presente como bien dice Antonio Buero Vallejo. En El Salvador, a pesar de que todo mundo habla del Bicentenario, nadie quiere cuestionar por ejemplo la real existencia de Atlacatl, mientras el alcalde de San Salvador sigue repitiendo la versión desactualizada del campanario de la Merced casi como un símbolo patrio, cuando sabemos que la Proclama histórica de 1811 menciona que sonó una campana pero en referencia a la campana del cabildo. Mas volviendo a la novela de Akkeren, la he leído con fruición y con delectación la he disfrutado, y si usted amiga, amigo lector tiene oportunidad de leerla, hágalo, no se prive, novelas como esta son lecturas para celebrar en serio nuestro Bicentenario ¡Abur!

Por Miguel Angel Chinchilla es columnista colaborador de Salvadoreños en el Mundo
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1 comment :

  1. Desde Guatemala, un saludo fraternal para Miguelito Chinchilla y gracias por recomendarnos leer esta interesante obra literaria histórica LA DANZA DEL TAMBOR; espero conseguirla pronto.

    Saludos de Mario Ramos

    ReplyDelete

Gracias por participar en SPMNEWS de Salvadoreños por el Mundo


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