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El paseo a lomos de ‘La bestia’

Por Oscar Martínez - Poryecto en el Camino

El potente pitido suena profundo y prolongado en la oscuridad. La Bestia llega. Un toque. Dos toques. La llamada imperativa del viaje. Los que están dispuestos deben seguirla. Esta noche unas 100 personas lo hacen. Se levantan de su sueño, se sacuden el cansancio acumulado, encajan en sus hombros las mochilas, cargan las botellas de agua y caminan otra vez hacia el inicio de un recorrido de muerte (Foto:EL UNIVERSAL -Indocumentados centroamericanos, subidos en un tren en el estado de Chiapas).

Las siluetas del grupo de los fuertes se distinguen entre las sombras que recorren las vías del tren. Son una treintena de contornos masculinos. Per?les de guerreros. Desde sus manos, como extensiones del cuerpo, se dibujan troncos y varas de hierro de hasta dos metros. No están dispuestos a ceder en caso de que asaltantes del camino hagan su abordaje. Saben que entre ellos mismos, migrantes centroamericanos, pueden ir ya esos piratas de las vías, listos para atacar en la oscuridad selvática del recorrido entre Ixtepec y Medias Aguas, entre Oaxaca y Veracruz.

Hablan en las vías mientras la locomotora ordena en un solo carril los 28 vagones a punto de salir. La consigna es unánime: si es necesario, pelearemos. La mayoría de los cajones de acero están alineados; sin embargo, aún hay algunos en otra de las líneas férreas. Es momento de incertidumbre. Las 100 sombras giran la cabeza de lado a lado, como si intentaran leer los movimientos. Se apresuran a lo largo de la vía y luego vuelven. Deben tomar una decisión antes que las máquinas jalen la carga y los polizones tengan que abordarla en marcha.

Este será mi octavo viaje, pero acostumbrarse a este momento me resulta imposible. Es un vaivén de siluetas que corren y gritan; de fondo, el sonido metálico de La Bestia lo inunda todo, y no hay mucho tiempo para pensar. En el cerebro, una sensación entre el miedo y la emoción por algo nuevo. Sólo sabes que no quieres perder el tren, que no te quieres equivocar de vagón y acabar en la línea de cajones que no se moverá. Sólo piensas en ti mismo, en esa escalera que has elegido, treparla, en que nadie se interponga.

En medio de las dos ?las el grupo de 30 hombres elige su territorio: la línea de la izquierda. Uno tras otro suben por la escalerilla lateral y se posan en el techo del tren de mercancías. El vagón es suyo. Esos 20 metros serán su nido durante al menos seis horas de viaje. De sus parrillas se aferrarán durante el recorrido, para no caer y ser tragados por las ruedas de acero. Ese espacio es el que defenderán. Por eso destierran a un joven moreno, salvadoreño, de unos 17 años. Durante algunas horas del día, en el albergue de Ixtepec, a la orilla de las vías, el muchacho habló con un pandillero deportado que regresaba de Estados Unidos y que, aislado del resto, fumó marihuana gran parte de la tarde. Tienen descon?anza y pre?eren no arriesgarse. “Vos no venís con nosotros”, le dice uno a manera de orden, y el joven, ante la mirada del grupo, va a buscar otro lugar.

En este vagón, con el grupo de salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y hondureños que se han juntado en el camino, nos acomodamos el fotógrafo Eduardo Soteras y yo.

Las pocas mujeres que abordan el sólido gusano se acomodan en los balcones entre vagón y vagón. Algunos tienen plataforma abajo. El resto, sólo unas vigas metálicas sobre las que los migrantes deben hacer equilibrios. Pero viajar ahí supone no tener que esquivar los cables y ramas que se entrometen en el camino de los que van arriba. También evitan las corrientes de viento que harán tiritar a muchos que van sin abrigo.

Arriba se acomodan los 30 albañiles, fontaneros, electricistas, agricultores, carpinteros y jardineros convertidos unas horas en guerreros por un viaje que ha cobrado un número indeterminado de vidas. Nuestro círculo más cercano lo componen unos hermanos con pinta de raperos que tras ser deportados van de regreso hacia el que consideran su país; un ex militar que quiere volver a su vida de albañil; y también Saúl, el muchacho que se exhibe con?ado de su dominio de La Bestia. Sube y baja, amarra su bolsa de plástico a las parrillas y luego se lanza a recoger cartón de las vías para que la ?bra de vidrio del techo no le penetre las nalgas como constantes picadas de zancudos. Los cuatro son guatemaltecos.

La locomotora echa a andar. Jala los 28 vagones. El golpe seco empieza desde la cabeza y resuena hasta la cola, en efecto dominó. Tac, tac, tac. Un vagón tras otro es arrastrado por la potente máquina, mientras los migrantes se aferran donde pueden. Muchos han sido mutilados en este primer movimiento cuando, ignorantes de las reglas de La Bestia, han apoyado su pie entre la juntura de los vagones: dos barras ensambladas una dentro de otra, con un sistema de amortiguación para cuando el tren frena o jala. Las muelas les llaman. Ahí, entre el traqueteo del efecto dominó, el tren les ha triturado el pie como martillo a una nuez.

Pero este inconveniente está de sobra compensado por una ventaja invaluable: La Bestia se monta mientras está detenida. En otros puntos, como Lechería, Tenosique, Orizaba o San Luis Potosí, el tren hay que agarrarlo en marcha, porque los famosos garroteros, guardias privados de las compañías ferroviarias, impiden el paso a las estaciones y los migrantes deben acechar su transporte más adelante.

En uno de mis viajes, Wilber, un veinteañero hondureño que guiaba a indocumentados por México, me dio un curso básico de cómo treparse al tren cuando ya está en marcha.

–Primero, lo medís. Dejás que las manijas de los vagones te golpeen la mano, para ver qué tan rápido va, porque esto hay que sentirlo, no solo verlo. Engaña. Si te creés capaz, corrés unos 20 metros para tomarle el ritmo, agarrado de una manija. Cuando ya le tengás el pulso, te dejás ir con los brazos. Te levantás con los puros brazos, para alejar las piernas de las ruedas, y apoyás en las gradas la pierna que tengás del lado del tren, para que tu cuerpo se vaya contra el vagón y no te desbarajuste.

Cuando lo intenté aquella vez estábamos en Las Anonas, un pueblito entre Arriaga e Ixtepec. El tren pasó a unos 15 kilómetros por hora y yo cometí el error básico de los que han sido mutilados en este arranque: olvidé el detalle de la pierna y apoyé en la escalera la contraria. Estaba sostenido del agarradero con el brazo izquierdo y, más abajo, mi pie derecho se posó en la grada, mientras el resto de mi cuerpo quedó maniatado por ese nudo de extremidades. El tren me arrastró varios metros, porque el cuerpo perdió su punto de equilibrio. Por suerte, algunos se bajaron a desentramparme.

Wilber cree que esos viajeros que quedan mutilados tan pronto en el viaje “tienen suerte”, porque el tren va lento y pueden tomar una decisión.

–Yo vi cómo a uno el tren le pasó encima de la pierna –dijo Wilber tranquilo, como quien cuenta el resultado de un partido de futbol, porque no pudo agarrarlo cuando ya iba corriendo. Pero como no iba tan rápido, le dio tiempo de verse la pierna cortada y de meter la cabeza abajo de la siguiente rueda. Pues sí, si iba a buscar un trabajo allá arriba es porque no ganaba bien abajo, y ya sin una pierna, ¿qué iba a hacer?

¿Por qué no dejarlos subir mientras la locomotora no arranca? ¿Por qué, si se sabe que de todas formas subirán, obligarlos a abordar el gusano en movimiento? Es una pregunta que ninguno de los jefes de las siete empresas de ferrocarriles contestará. No dan entrevistas, y si se logra hablar con ellos por teléfono, cuelgan cuando se enteran de que se pretende conversar sobre migrantes.

El viaje inicia. La poca luz de dos re?ectores de vías de Ixtepec desaparece mientras nos internamos en un paraje de llanos iluminados sólo por el resplandor amarillento y suave de una luna llena grande y misteriosa.

Es el transporte de los migrantes de tercera, los que viajan sin “coyote” y sin dinero para autobuses. Ellos repetirán al menos ocho veces en México esta dinámica de abordaje. Dormirán en las vías en varios puntos, esperando que el pitido no se les escape y les haga pasar una noche, dos o tres esperando el siguiente. Recorrerán más de 5 mil kilómetros en estas condiciones. Es La Bestia, la serpiente, la máquina, el monstruo. El tren. Rodeado de leyendas e historias de sangre. Algunos, supersticiosos, cuentan que es un invento del diablo. Otros dicen que los chirridos que desparrama al avanzar son voces de niños, mujeres y hombres que perdieron la vida bajo sus ruedas. Acero contra acero. Una vez escuché una frase en uno de estos viajes: “Este es primo hermano del río Bravo, porque la misma sangre tienen, sangre centroamericana”.

La mordida de La Bestia

Esta tarde, mientras esperábamos la llegada del tren, conversamos con Jaime Arriaga. Es un hondureño humilde. Tiene 37 años y es el clásico campesino que se fue con un sueño muy diferente al del joven migrante que busca un carro, ropa diferente, darse algún lujo y parecerse a su primo que regresó vestido con una camiseta de Los Ángeles Lakers. Jaime salió en enero de este año de su humilde aldea en la costa caribeña de Honduras, y en su mente sólo traía una imagen: su humilde casa, en su humilde aldea, rodeada de dos manzanas de sembradillo de maíz, arroz y frijol.

Era su segundo intento. El primero le permitió pasar dos años en Estados Unidos. Ahorró. Logró construir en su aldea una casa de cemento y teja que le costó 17 mil dólares. Y regresó a Honduras para quedarse porque ya tenía lo que quería: su casa y sus cultivos. Pero seis meses le duró la inversión de dos años: “Un huracán, una tormenta de esas que siempre caen en esa parte de Honduras me destruyó todo”. Todo: la casa y la milpa.

Y entonces, como la primera vez, Jaime empacó un poco de ropa y algunos dólares, y se despidió de su mujer.

–Ya sabés que la única manera de volver a lograr lo que he perdido es en Estados Unidos.

Pero antes de llegar a Estados Unidos está este camino, que a veces arrebata más de lo que ya se ha perdido. Esta tarde, en el patio de la casa del sacerdote Alejandro Solalinde, en Ixtepec, Jaime hablaba bajo un árbol de mango, sentado en una silla de plástico y con su pie izquierdo apoyado en la tierra. Su otra pierna termina en muñón. Carne blanda que aún cura. El tren le arrancó el pie derecho el 16 de enero.

A Jaime lo venció la desesperación. Quería avanzar y avanzar. Ver ?orecer su milpa lo antes posible. Pero La Bestia se ensaña con los impacientes. Estaba cansado, había dormido poco y acababa de llegar de Arriaga, tras 11 horas de tren. Con el cansancio cerrándole los ojos, se subió en la máquina que salió hacia Medias Aguas y que sólo arrastraba cajones. Ni un vagón bueno. Una combinación mortal.

Los cajones son literalmente eso, cajas rectangulares de acero, sin balcones entre vagón y vagón, sin parrillas arriba en las que meter los dedos para sostenerse. En medio de cada cajón sólo están las muelas del tren, y una pequeña barra de hierro sobre la que los impacientes se paran y se sostienen como cruci?cados de la pared del cajón. El suelo discurre abajo, a pocos centímetros de los pies de los que viajan en esas junturas. El recorrido es de seis horas. Seis horas en cruz, aguantando, apretando los dedos. El tren llega a alcanzar los 70 kilómetros por hora. A veces en curva. Y no hablamos de la velocidad de un carro. El tren hace que esa velocidad sea una experiencia diferente. No es un automotor arrastrado por cuatro ruedas. Es un gusano sólido de hasta un kilómetro de largo que se retuerce y contonea mientras avanza y chilla. Una máquina imponente.

En ese trayecto Jaime habló con su primo y otros dos nicaragüenses que lo acompañaban en aquel viacrucis. Hizo algo de ejercicio de brazos para intentar despertarse. Y casi lo logra. “Un minuto cerré los ojos”, recordó. Más bien se le cerraron. El cansancio, tras varios días de camino para rodear casetas de carretera hasta llegar a Arriaga y un tren de 11 horas bajo el inclemente sol chiapaneco hasta llegar a Ixtepec, es mucho cansancio. Mucho sueño. Un viaje donde se descansa poco y mal. No se duerme bien en las noches en el monte durante las paradas en las caminatas. Un ojo está cerrado y el otro medio abierto, escrutando la oscuridad.

Al despertar, Jaime sintió caer, y asegura que en ese momento la vida se ralentizó. Él ?otando en el aire. Él dándose cuenta de que iba directo hacia las vías. Él y sus rezos: “Dios mío, guárdame”. Y luego, todo volvió a ser ruido y velocidad. Quedó pegado como esparadrapo al suelo. La Bestia es colosal. Rompe el aire, crea corrientes cuando pasa, y esa corriente hizo que Jaime quedara pegado a los soportes de cemento de las vías, con la cabeza a centímetros de las ruedas de acero.

–Sólo escuchaba: riiin, riiin, riiin, cómo pasaba el tren. Casi me quedo sordo.

Cuando la mayor parte de vagones reventó los tímpanos de Jaime, se creó una corriente diferente que lo despegó de los soportes y lo levantó como una pluma que ?otó durante unos segundos hasta ser tragada por el efecto de vacío e introducida en las vías. Entonces, el último vagón le pasó por encima a su pierna derecha, y luego la cola de aire de la máquina lo escupió hacia el monte, tal como se lo había tragado.

–Yo sentía que estaba bueno. No sentía dolor.

Es lo normal. La historia se repite en todos los migrantes mutilados con los que he hablado. Al principio no duele. Luego, antes o después, el dolor hace que se te contraigan los músculos del rostro, y un repentino e intenso calor invade tu cuerpo hasta hacerte sentir que la cabeza va a explotar.

Jaime sintió que algo le faltaba cuando intentó pararse. Se dobló y volvió a caer. Estaba mutilado. Su pierna terminaba en huesos estrujados y pellejos que aún sostenían su pie amoratado, casi por caerse. Quiso salir del monte ayudado por unos palos, pero esas hilachas de piel se enredaban con la maleza y lo retenían. Sacó su navaja y se terminó de separar lo que el tren le había mascado. Arrancó un harapo del pantalón que se había molido con su carne y se hizo un torniquete.

Logró caminar una hora siguiendo las vías. “No sentía dolor.” Cuando ya no tenía fuerzas de caminar y se sentía mareado, había logrado llegar hasta un punto donde una callejuela de tierra cortaba las vías. Ahí quedó tirado durante 10 horas. Escuchando y viendo, sin poder moverse. Solo. El tren atraviesa montes, corta llanos, bordea pueblos. Si alguien se cae del tren, sobre todo en tramos rápidos como este entre Ixtepec y Medias Aguas, nadie lo socorrerá. Logrará salir de ahí si lo logra. Así de sencillo. Si no, morirá desangrado, y nadie más volverá a saber de él. Ninguna estadística lo incluirá y se considerará un desaparecido sólo si un familiar pregunta por él en el consulado de su país.

A las 4 de la tarde, Jaime estaba rodeado de zopilotes que esperaban un trozo de carne. Fue entonces cuando una pick up se detuvo. Tres hombres bajaron, y uno más, escuchó Jaime, se excusó: “Yo no voy, padezco del corazón y si lo veo, capaz que me muero primero que él, porque está vivo”.

Lo llevaron al hospital, lo sedaron, lo amputaron hasta la rodilla. Cuando despertó, alucinaba. “Le veía unos cachos en la cabeza a la enfermera, como si fuera el demonio.” El dolor llegó esa noche. Jaime soñó que jugaba futbol, que pateaba una pelota con el pie que ya no tenía. Su cuerpo dormido hizo el movimiento, y se despertó en medio de un intenso dolor, de un calor que le recorría el cuerpo desde el muñón del que aún brotaba sangre. El grito fue tan estruendoso que varias enfermeras se presentaron.

–Que descansen –dijo Jaime como consejo a los que viajan como él, cuando la conversación terminó a la sombra del árbol de mango–. El tren nunca se arruina. Estados Unidos no se va. Es mejor llegar tarde que nunca llegar.
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2 comments :

  1. BENDITOS TRABAJADORES Y MADRES QUE BUSCAN EL SOSTEN DE SUS FAMILIA EN EL EXTERIOR SIN NINGUN AMAGO Y SEÑAS DE MARAS: TRABAJADORES INCANSABLES DE TEJIDOS SOCIALES QUE ESCUDRIÑAN Y ZARPAN BAJO EL LEMA DE SOY TRABAJADOR, CON DERECHO A SOBREVIVIR !

    LOOR A LOS INMIGRANTES QUE HAN SUPERADO A SUS FAMILIAS CON SOSTEN ECONOMICO EN DONDE SOLO ELLOS Y SU DOLOR PUEDEN PALEAR LA FELICIDAD DE VER CORONADOS A SUS HIJOS EN LAS UNIVERSIDADES Y TRABAJOS DIGNOS.

    MAL PARA AQUELLOS QUE FUERON A DELIQUIR, ROBAR Y MATAR CON LA ILUSION DE SEXO, DROGA Y MATONERIA Y LUJO EXTRAVANGANTES QUE AHORA, DEPORTADOS, SOLO CLICAS LLEGAN A FORMAR PARA EMANCIPAR SU LEGADO PODRIDO Y FALAZ!


    Jose Matatias Delgado Y Del Hambre.

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  2. Hagamos una oracion a Dios y a nuestra Madre la Virgen de Guadalupe por todas las personas que buscan una mejor vida.

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Gracias por participar en SPMNEWS de Salvadoreños por el Mundo


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