Mi amigo Carlos

Por Ana Elizabeth Araniva

Es bonito encontrar un amigo que tenga las mismas locuras que uno. Hay amigos con los que uno comparte problemas, sale a comer, ríe, llora, pero esa pasión profesional que algunos tenemos en la vida solo la había podido compartir con Carlos Ramírez, Carlitos como le decía mucha gente..

Ya no podremos viajar juntos, no en el sentido de viajar cómodamente en un mullido asiento de avión, sino en el sentido de cabalgar juntos por el sendero de la vida y luchar por lo que verdaderamente nos importa: el medio ambiente. Tampoco podremos seguir soñando por los mismos ideales y las mismas utopías.

Carlos se ha ido inesperadamente de este mundo cruel y yo estoy desquiciada sobre un terreno resbaladizo desconocido.

“¡No conoces el Bajo Lempa!”, le dije un día. Y Fue así que comenzamos a planificar juntos el viaje para iniciar una consulta con la comunidad para saber si les interesaba una investigación que nos dejaría saber por qué la gente ahí se enfermaba de los riñones.

Ahora me pongo a pensar que fue una de las veces que más disfrutó y descansó el año pasado, me alegro tanto haberle mostrado esa parte tan linda de El Salvador. Más recientemente el iba a donar unas cocinas a la Universidad Nacional y yo me le uní en el esfuerzo. A veces yo tenía una idea, hablábamos y el siguiente día la escribíamos como artículo para la Sección de Medio Ambiente en el Blog De Salvadoreños en el Mundo. Era un esfuerzo compartido.

Ir al Rió Torola era el próximo proyecto.

Salir al campo era toda una aventura, buscar el lugar para la mejor foto, donde lograr más impacto, también. Sus cámaras, videos, las tenía prestas siempre para lograr la mejor toma y grabar una secuencia nítida y ordenada.

Algunas veces regresábamos del campo y él aun continuaba con otra visita, no había límite para lograr los objetivos, no había miedo de ir en lo oscuro, no había razón de esperar, teníamos que salir temprano y aprovechar el tiempo.

Cuando no hablábamos un día era porque estábamos muy ocupados yo con mis cosas y él con las suyas. Me decía que estaba ocupado con las cosas de su clase, eso era su prioridad, tener todo listo para sus estudiantes: cómo motivarlos a amar la ciencia, a cuidar la ecología. Él sabía que no era fácil, que era necesario cambiar muchas cosas y la más difícil de todas, cambiar la mente de las nuevas generaciones, era la que a él más le gustaba.

Carlos era una inspiración para todos los que están estudiando y juntos habíamos pensado que era necesario iniciar una campaña para promover en Estados Unidos, el estudio universitario para los salvadoreños en Estados Unidos si queríamos ver una verdadera fuerza importante de la Diáspora Salvadoreña. Yo estaba de acuerdo con él en que ese debería ser el objetivo de trabajo fuera de El Salvador: “Vos vas a ser la imagen” le dije y el se moría de la risa: ”vos solo sos inventos!” me decía.

Compartimos muchas cosas que no pueden quedar sin terminar, por eso pienso continuar con su legado. Yo voy a revisar todos sus papeles de investigación, voy a tratar de que estos estén en español para que los tengan en El Salvador, voy dar seguimiento a sus trabajos de educación ambiental y de conservación y voy a tratar de que en El Salvador existan calles, escuelas, zonas protegidas con su nombre. Eso es lo menos que se merece, porque para él la educación era la base del cambio que necesitamos, yo siempre le decía que escribiera más sobre esto porque no basta con solo decirlo hay que decir cómo hacerlo, hay que guiar, hay que asesorar, hay que mojarse, hay que comprometerse públicamente y cumplir, como lo hizo él.

El mejor homenaje que le podemos hacer es hacer lo que él quería, y no tener miedo de decir las cosas tal y cual son, basar las opiniones siempre en la ciencia y documentar todo muy bien.

El mejor homenaje es continuar buscando cómo ayudar a combatir la ignorancia, el descuido, la falta de apoyo a la ecología y la falta de atención al potencial botánico que aun tiene El Salvador.

El mejor homenaje es un recuerdo con acción, no es un recuerdo con dolor, es un recuerdo que nos anime a seguir luchando por lo que creemos, porque es mejor morir luchando que vivir sin pasión.

Por Ana Elizabeth Araniva es Presidenta del Consejo Científico y de Investigación de Salvadoreños en el Mundo.

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