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San Romero de América

Pancarta Monseñor Romero 
De obispo mártir a “San Romero de América”
Por JACOBO GARCÍA

Centroamérica celebra como una fiesta la canonización de Óscar Arnulfo Romero, el primer santo salvadoreño

Ni siquiera le dio tiempo al Papa Francisco a terminar de pronunciar los nombres de los siete canonizados cuando la plaza de la catedral de San Salvador estalló de alegría al escuchar su nombre completo: Óscar Arnulfo Romero. Miles de personas han pasado la noche de este sábado a la intemperie mirando las pantallas conectadas con Roma para dar la bienvenida con cohetes, abrazos, lágrimas y música al primer santo salvadoreño. El primer Santo al que pudieron ver y tocar. El primer Santo como ellos.


"Es emocionante. Hemos esperado esto durante años", dice Marisa Rauda, con una foto del religioso entre las manos. Como ella, casi todos los salvadoreños mayores de 40 años, recuerdan lo que estaban haciendo aquella tarde de 1980 cuando se conoció su muerte. La canonización de Monseñor Romero se convirtió también en un poderoso acto político de reivindicación del obispo, asesinado por sicarios vinculados al ejército, y de la Iglesia que escogió la opción de preferencias por los pobres. Un complicado camino que ha pagado con sangre. Solo El Salvador tiene un museo de los mártires para recordar la larga lista de religiosos asesinados, entre ellos Rutilio Grande, Ellacuría o Romero.

La madrugada de este domingo, las calles del centro de la capital salvadoreña sucias y bulliciosas durante el día y desiertas durante la noche, fueron una fiesta donde el principal estimulante fueron las frases más conocidas de sus homilías. “La causa de todo nuestro dolor es la oligarquía” o “que mi sangre sea semilla de libertad”, se leía en dos enormes pancartas colgadas en las paredes del Palacio Nacional, o escritas en camisetas y llaveros que se vendían por pocos dólares a los fieles.

"Quiero iniciar la ceremonia dándoles las gracias a ustedes, pueblo salvadoreño, porque son quienes han mantenido vivo a Romero todo este tiempo”, comenzó diciendo el padre José María Tojeira durante una ceremonia previa en la Catedral. Tojeira recordó que Romero, que originalmente era un religioso conservador cercano al Opus Dei, “criticó a los ricos y poderosos por su desprecio al ser humano y a las organizaciones populares por imponerse al individuo”, dijo desde el púlpito. Sus palabras provocaron un estallido de aplausos de manos color café que continuaron cuando exigió al actual Gobierno el fin de “la mano dura” contra las pandillas, salarios dignos o la privatización del agua.

Durante la misa recordó también que en el acta de beatificación, el Vaticano calificó a Romero de "padre de los pobres": “Porque exigió justicia para los campesinos, apoyó sus reivindicaciones y los defendió del odio y la violencia de los poderosos”, dijo el padre jesuita. Un mensaje dirigido a las famosas 14 familias que denunció el poeta Roque Dalton, también asesinado, y que han controlado tradicionalmente el poder.

La canonización del Santo de América se vivió también como una fiesta en Honduras, Guatemala o Nicaragua y en las zonas rurales de El Salvador, donde los fieles se reunieron con sus párrocos para seguir la misa o escuchar en viejos casetes sus homilías más célebres.

La imagen de su rostro hace tiempo que aparece en camisetas, muros y paredes de barrios populares o es invocada por los migrantes que van a Estados Unidos. Al orgullo nacional se une la sensación de justicia entre miles de pobres y campesinos que crecieron escuchándolo en el transistor en los convulsos años previos al estallido de la guerra civil (1980-1992). Ellos ya lo habían convertido en San Romero de América, pero disfrutaron con la confirmación de la Iglesia de Roma.

“No es un santo de estampita. No es la clásica figura de oración para beatas”, señala el periodista Roberto Valencia, autor del libro Hablan de Monseñor Romero. “Él fue un religioso incómodo, pero habrá sectores que intentarán edulcorar su figura. Antes, entre simpatizantes de la derecha, era fácil escuchar que Romero era el obispo guerrillero o que se merecía su muerte, pero ahora hay más pudor,” explica. Para el sacerdote Rogelio Ponseele “no es solo una canonización, es la reivindicación de una Iglesia y de un hombre que fue odiado, ignorado y despreciado y que ahora es santo”, dice el religioso belga, de 75 años, vinculado a la guerrilla durante la Guerra Civil.

Pero a pesar del entusiasmo colectivo su asesinato sigue sin resolverse. El mayor Roberto d’Aubuisson, fallecido por un cáncer en 1992 y fundador del partido ARENA (derecha) que gobernó el país durante 20 años, es señalado por multitud de informes oficiales, investigaciones y testimonios como el autor intelectual del asesinato. Sin embargo, también en eso Romero se identifica con su pueblo. En el país más violento del mundo, su asesinato, como el 98% de los crímenes que se cometen en el país, sigue sin aclararse y el expediente duerme cubierto de polvo en un juzgado de la capital.

Muy cerca de la pequeña iglesia donde Romero fue asesinado el 24 de marzo estaba su casa. Un lugar modesto convertido en museo y lugar de peregrinaje donde se guardan sus cosas: la sotana ensangrentada, cartas, las lentes…Junto a la cama, sobre una sencilla mesa de noche, hay una única foto. Se trata de una imagen del Papa Pablo VI. A pesar de que Juan Pablo II era Papa desde hacía casi dos años cuando Romero fue asesinado, el religioso mantuvo junto a él la foto del Papa que más lo escuchó y comprendió. Casualmente, hoy volvieron a estar unidos en una ceremonia y fueron canonizados de forma simultánea.

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