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Un zarpazo de lesa cultura: la intervención militar de la Universidad de El Salvador en 1972






Dr. Victor M. Valle

Hace cuarenta años, el 19 de julio de 1972, un operativo de las fuerzas de seguridad invadió la Ciudad Universitaria de El Salvador. El Presidente era el Coronel Armando Molina –quien había tomado posesión 19 días atrás-; el Ministro de Defensa era el Coronel Carlos Humberto Romero y el Comandante de la invasión militar era el Coronel Ramón Alfredo Alvarenga, “el hombre del machete”, quien unos 30 años después murió picado por centenares de abejas.

Ese año fue el fraude electoral que arrebató la victoria de la coalición Unión Nacional Opositora, el golpe de estado frustrado y encabezado por el Coronel Benjamín Mejía y, como culminación de la barbarie política, la intervención militar de la Universidad de El Salvador. Un par de meses después, el gobierno de Molina capturó y desterró a un grupo de salvadoreños opositores, a pesar de que la Constitución Política prohibía, explícitamente, el destierro de salvadoreños. Molina anunció esta gracia, con gran desparpajo, en una declaración a la prensa. Dijo: no son exiliados, sino ciudadanos que han cambiado de domicilio. Recuerdo que me encontré en Nicaragua, en su nuevo domicilio, a Jorge Arias Gómez, Rafael Aguiñada Carranza, líder sindical asesinado en los 1970s, y José Domingo Mira.

A principios de 1972, el que esto escribe estaba terminado estudios en el exterior. Regresé en mayo y en junio me instalé como asesor académico de la Rectoría de la Universidad. Encontré que, en la izquierda, la unidad se había resquebrajado y esa falta de unidad se expresaba en luchas internas en la Universidad de El Salvador. Antiguos amigos, eran ahora adversarios y hasta enemigos. Se decía que había anarquía, tomas de edificios, reuniones tumultuosas, mítines al interior del campus, barricadas, palos, gritos y caras agrias. El recién instalado Gobierno de Molina batía palmas pues la misma izquierda entregaba en bandeja un caos que justificaría un plan determinado, comprometido con las derechas, antes de la llegada al gobierno: terminar con el foco de desorden comunista instalado en la Universidad de El Salvador y evitar la subversión. Es bueno aprender y re-aprender las lecciones de la historia.

El 19 de julio por la mañana llegó la noticia de que el gobierno preparaba una estratagema política para intervenir legalmente la Universidad. Se especulaba cuándo sería. Tal vez para el receso de las fiestas de agosto. El profesor de Medicina, Gerardo Godoy, invitó a una reunión a mediodía, en su oficina, para hablar sobre la grave situación de la universidad. Llegamos Félix Ulloa, asesinado en 1980, cuando era Rector, el Profesor de Agronómica Antonio Barba, el alto empleado de la Rectoría, Ivo Alvarenga, y yo.

El Rector era Rafael Menjívar, quien, en un esfuerzo plural dentro de la izquierda, tenía un equipo al cual me incorporé a mi regreso: Miguel Sáenz Varela, Secretario General; Pepe Rodríguez Ruiz, Vicerrector; Luis Ernesto Arévalo, Fiscal General; Eduardo Badía, Secretario de Asuntos Académicos; Ivo Alvarenga, Secretario de Becas e Investigaciones Científicas. Cada uno con su tonalidad roja o rosada, por lo menos en ese tiempo. Otra lección de la historia sobre la posibilidad del pluralismo en las izquierdas.

Un empleado llegó demudado a la reunión a decirnos que viéramos por las ventanas: la invasión había comenzado. Policía, Guardias, y hombres de civil, con armas largas en ristre, se dedicaban a ocupan edificios. Fuimos capturados y puestos al sol con las manos amarradas hacia atrás. El Coronel Alvarenga caminaba alrededor del grupo sometido y pronunciaba una arenga cínica: estoy aquí para protegerles sus derechos humanos, para proteger la autonomía universitaria. Después no anden diciendo que he lavado la sangre con mangueras……

Lo que siguió, en días, semanas, meses y años fue parte de nuestra convulsa historia. Muchos de nosotros comenzamos un largo destierro, vimos agudizarse la represión, supimos del surgimiento de las organizaciones guerrilleras, de los fraudes electorales, de la masacre estudiantil de julio de 1975, de la llegada de los asesores militares norteamericanos… Comenzó la guerra civil, la diáspora se desarrolló, la violencia se escaló, la guerra fría concluyó y el fin de la guerra civil se negoció… y la Universidad de El Salvador fue la olvidada de los Acuerdos de Paz y ha dado tumbos para desarrollarse y consolidarse como centro de estudios superiores y de investigación científica.

La toma de la Universidad, de julio de 1972, fue brutal, violenta, con desplante de matonería. El campus fue tomado como que se llegaba a un cuartel. Los bienes fueron destruidos o robados. Hasta engrapadores y máquinas de escribir fueron sustraídos. Unos libros de una colección cara, sobre historia centroamericana, con libros valiosos fueron robados… microscopios, probetas, lentes, cámaras y todo lo que ayudara a la docencia fue dilapidado y sustraído.

Llegaron los colaboracionistas de la derecha a dirigir la Universidad, más bien a cuadrarse frente a los ocupantes. Instalaron vigilantes con mentalidad de cuerpos de seguridad. El tiempo pasó y la dinámica de la Universidad hizo que la institución se recompusiera gracias a la fortaleza de muchos de sus miembros, estudiantes y profesores y, cuando los sectores progresistas retomaron algún control de la conducción de la Universidad, estos ex guardias, y ex grises, como se les decía por el uniforme, se hicieron sindicalistas, pusieron ventas de comidas, fotocopiadoras y baratijas y se instalaron como un poder… Los sindicalistas de las burocracias públicas son proclives a comportarse como eso que los clásicos llaman “las clases peligrosas” o sea lumpen. Al no ser en realidad proletarios, se ubican fácilmente en la lumpenada. Y eso se ha visto a lo largo de la triste historia de la UES, desde el zarpazo de Molina.

La intervención de la Universidad de El Salvador 1972 causó un daño irreversible al desarrollo de la educación universitaria, por eso digo que ese día se perpetró un zarpazo de lesa cultura. Imagino el Coronel Molina informando en su Gabinete sobre la hazaña inaugural de su gobierno. Entre los Ministros y Subsecretarios había personas que, después, se hicieron progresistas: Enrique Álvarez Córdova, asesinado en 1980, y Salvador Arias Peñate, ahora intelectual del FMLN. Había otros con pasado izquierdista, como el Ministro de Economía Salvador Sánchez Aguillón. A lo mejor hasta aplaudieron la medida, pues el hegemonismo militar tuvo como correlato el servilismo civil.

Mientras la ocupación pasaba, algunos estudiantes y profesores se movieron a otras universidades, principalmente a la UCA, que había sido fundada en 1965 para hacerle contrapeso a la universidad comunista. La dialéctica de los procesos sociales hizo que esa movida de las derechas les hiciera salir el tiro por la culata. La UCA se hizo un centro de reflexión y acción y la historia es conocida con sus héroes y mártires. De la Universidad Nacional pasaron a la UCA Guillermo Ungo, Héctor Oquelí y otros. Se sumaron a profesores jóvenes que ya estaban en la UCA, como Román Mayorga Quirós y Manuel Enrique Hinds. La UCA enriqueció sus filas de docentes y estudiantes.

Después del zarpazo de Molina, de 1972, en la UES hubo intentos en reparar el daño. Antes de la guerra civil, los rectores Félix Ulloa y Eduardo Badía Serra lo intentaron. La guerra civil agravó la destrucción. Cuando la guerra estaba en la recta final y a punto de concluir sucedió la segunda Rectoría de Fabio Castillo, que fue un impulso hacia la restauración. Después de la guerra civil, las dos Rectorías continuas de María Isabel Rodríguez tuvieron esa intención.

Cuando la Universidad de El Salvador fue brutalmente intervenida, el 19 de julio de 1972, tenía una historia de logros académicos de alta calidad. A mediados del siglo XX y en varias ocasiones, a lo largo de su historia, se hicieron esfuerzos para que la Universidad de El Salvador, entidad pública y estatal autónoma, fuera la cima de la calidad académica y del rigor científico. Otros países lo han logrado. Pensemos en Costa Rica, México, Argentina, Filipinas y la red de universidades federales de Brasil.

Esos esfuerzos quedaron truncos, pues la UES estaba en constante confrontación con el poder político de corte militar que imperó desde los 1930 en El Salvador. Los atropellos fueron muchos. Baste recordar el de septiembre de 1960, cuando las hordas del Presidente Coronel Lemus asesinaron, garrotearon, arrestaron y desterraron universitarios y, como símbolo claro de la barbarie, rasgaron con yatagán dos retratos al óleo de Francisco Gavidia, gloria de nuestra literatura, y del Presidente Juan Lindo, fundador de la Universidad en el siglo diez y nueve. Si alguien conserva el folleto de Adrián Aldana, de la Prensa Gráfica, “Lo que no se pudo decir”, de fines de 1960, podrá ver esas fotografías y otras.

Restaurar plenamente la Universidad de El Salvador, puede ser un proyecto prioritario para la educación de El Salvador, sobre todo que, como lo consigno en mi publicación de 1991, “La Educación Universitaria en El Salvador: Un Espejo Roto en los 1980s”, la fuente jurídica para crear la Universidad en 1841 fue el mismo cuerpo legislativo y constituyente –la Asamblea Constituyente del Estado de El Salvador- que creó El Salvador como nación independiente y estableció ese mismo año, en febrero, la Universidad de El Salvador. Ese hecho histórico hace que la plena restauración de la Universidad primada de El Salvador sea una obligación prioritaria del Estado salvadoreño. Ojalá nuestros líderes políticos, supieran un poco más sobre historia patria.




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