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El asalto del tigre Dominique Strauss-Kahn

Por José Manuel Ortiz Benítez

Dominique es una persona que tiene una cierta debilidad por la carne fresca. A menudo, frecuenta el Morton, el Charlie Palmer, el Lauriol y la Maison Blanche de su localidad y ahí los camareros se la sirven a la braza, orneada, a la plancha, de todas las maneras posibles, pero eso no satisface, en absoluto, el apetito carnal que alberga en su interior.

Él prefiere la carne de otra manera. Piernas rollizas, caderas firmes y dorsos tonificados. Le da igual el color. El olor femenino lo descompone. Es incapaz de ver y acariciar, sin tocar.

En el hiperlujoso Sofitel de Nueva York tiene una cuenta ejecutiva abierta para entrar y salir cuando le da la gana. Viene y se instala en la mejor suite, sin pedir reserva previa. Un tropel de gente trabaja a su alrededor para asegurarle la comodidad.

El precio: 3,000 dólares la noche, el salario anual de una familia salvadoreña.

Este muchacho de 63 años de edad es muy inteligente con los números y por eso tiene un puesto relevante en el Fondo Monetario Internacional.

Cuando sale por ahí, conduce un utilitario de colección valorado en medio millón de dólares. No es ningún delito para un hombre de izquierda conducir un coche de dos asientos, de medio millón de dólares, pero sí es una ligera señal de ostentación, una mínima contradicción con la clase baja y débil a la que dice representar.

El Sr. Strauss-Kahn sale –bueno salía– a correr por las mañanas en las inmediaciones de la Catedral de Washington, cerca de donde tiene una casita, de 12 cuartos de baños, por encima de los 8 dígitos, después de la devaluación.

El respetado economista francés llevaba una buena racha en el Fondo Monetario Internacional (FMI), una institución ortodoxa multilateral que manejan las 22 economías más fuertes del mundo.

Podemos decir modestamente que el Sr. Strauss-Kahn estaba en la cima del poder económico global.

En el FMI, se había propuesto promover un sistema de entendimiento e integración con las economías emergentes como China, India y Brasil y lo he estaba consiguiendo, a pesar del manual neoliberal por el que se rige esa institución.

“Al final del día, como de costumbre, quienes pagan la factura son los pobres,” dijo el Sr. Strauss-Kahn en una cena a una banda de dientudos tiburones de Wall Street.

El sábado 15 de mayo, se fue a Nueva York a visitar a su hija menor para después tomar un avión rumbo al viejo mundo, donde tenía una cita programada con una tal Angela Merkel.

Cuando salió de Washington, el Sr. Dominique Strauss-Kahn no sabía que el día siguiente tendría una cita dolorosa con una mujer africana, una cita que lo transportaría a un mundo de miseria que únicamente conocía en teoría, a través de la obra literaria de su paisano Víctor Hugo.

La muchacha, una inmigrante exiliada de Guinea, en la África Occidental, entró a su habitación. El Sr. Strauss-Kahn vio por la ranura de la puerta del baño, la silueta de la joven agachándose para recoger una toalla del suelo.

En ese momento, algo en el pantalón de Dominique se estremeció.

Enseguida, se subió en lo alto del yacucci de mármol del cuarto de baño. Arriba, detrás de la cortina, esperó escondido, como un tigre hambriento en busca de alimento.

Instantes más tarde, se escucharon forcejeos, arañazos y alaridos. Nadie sabe si fueron reales o ficticios.

Lo que sí se sabe es que, la camarera del hotel acabó en el hospital y Dominique Strauss-Kahn preso.

Dos policías de Nueva York lo levantaron del asiento de primera clase de un jet de Air France, rumbo a Paris, 10 minutos antes de despegar.

El Sr. Dominique Strauss-Kahn vive un surrealismo francés de alta intensidad. Está encarcelado en la prisión de Rikers Island, sin derecho a fianza, en una habitación enmugrecida de dos metros cuadrados en la ciudad de Nueva York, compartiendo agua, comida y espacio con criminales del Bronx.

La policía teme que se intente quitar la vida, por eso lo han puesto bajo vigilancia anti-suicida.

A Dominique se le acusa de todos los delitos sexuales posibles en el código penal de los Estados Unidos: acto sexual criminal, intento de violación en primer grado, abuso sexual en primer grado, privación ilegal de libertad en segundo grado, detención forzosa, abuso sexual en tercer grado, por los que le podrían caer 25 años de prisión.

Otros artículos de este autor Aquí -José Manuel Ortiz Benítez es Editor de Salvadoreños en el Mundo
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