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Peligro inminente

Por Hermann W. Bruch

A mucha gente le molestan mis descripciones acerca de nuestro comportamiento como ciudadanos, pero por alguna razón inexplicable no parece ofenderles que los diputados nos traten de la forma que nos tratan (y en esto se van todos en la colada, unos por acción y otros por omisión). Por lo tanto, me importa un bledo lo que piensen los ofendidos. Más ofendido me siento yo al ver cómo estamos permitiendo que nuestro país se desmorone ante nuestros ojos sin tener las agallas para hacer lo que tenemos que hacer.

Lo que estamos viviendo en nuestro país, específicamente en nuestras principales instituciones, es un verdadero relajo. Para aquellos que leen mis columnas desde el exterior, déjenme explicar que relajo significa, en buen salvadoreño, caos, desorden, confusión. Lo más reprochable de todo esto es la apatía con la que tomamos las cosas día a día. Ya nada nos sorprende, nada nos perturba, nada nos conmueve.

Somos un pueblo sometido a la voluntad de un grupo de facinerosos, desalmados, corruptos y perversos que tienen secuestradas nuestras instituciones y nos están llevando al despeñadero. ¿Fatalista, apocalíptico, exagerado? A lo mejor. No me importa lo que piensen algunos. Ahora estoy desahogándome, escribiendo para quienes se siente de igual forma, para los que no tienen medios ni facilidades de comunicar su desencanto, su frustración, su hastío. Estoy escribiendo para aquellos que aún conservan algún grado de decencia y desean un mejor país.

Nuestras instituciones están siendo atacadas a destajo. No es difícil especular de dónde vienen los ataques pues a nadie escapa que el crimen organizado ha estado tomando posiciones claves dentro de nuestro sistema y, ahora que se ve medianamente amenazado, está golpeando con más dureza y descaro. La llegada de los cuatro valientes Magistrados a la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, los Cuatro Magníficos, ha marcado un punto de inflexión en nuestro ambiente político institucional desde los acuerdos de paz. La posición firme del Presidente de la República en torno a cuestiones que atañen a nuestras instituciones ha demostrado que él quiere marcar una clara definición en cuento de independencia de poderes y especialmente de la influencia que el partido que lo llevó al poder trata de ejercer sobre él. No me gustan algunas de sus acciones ni su proceder aparentemente autocrático, pero debo admitir que está cumpliendo con su mandato de establecer pesos y contrapesos ante un sistema obviamente secuestrado por individuos inescrupulosos y amenazado por fuerzas oscuras con indudables propósitos.

Esta semana, algunas voces se han levantado para denunciar estas amenazas. El clamor es fuerte, pero debo confesar que no es lo suficientemente contundente ante la magnitud del peligro que enfrentamos. Es hora de tomar al toro por los cuernos de manera implacable. No estoy seguro de cuál sea el camino a recorrer y cuánta diplomacia o delicadeza debamos ejercer en nuestra lucha. A veces lo que los pueblos necesitan es un poco de rompimiento con las normas establecidas pues es precisamente detrás de estas normas en las que se ampara el enemigo.

El análisis, el conocimiento de la historia y el instinto me dicen que ha llegado el momento para “patalear fuerte”, para dejar atrás las sutilezas, para abandonar la cortesía y las buenas costumbres. Nuestra patria y nuestras instituciones - todas - están siendo atacadas y la fragilidad de las mismas no permiten su autodefensa, por lo que es necesario utilizar métodos menos tradicionales y menos “elegantes” y entrar de lleno al combate en defensa de nuestro sistema. No podemos darnos el lujo de equivocarnos para luego esperar cincuenta o setenta años para aceptar le equivocación, como ha sucedido en otros países que han sucumbido ante estos ataques. Tenemos que entender que la estrategia de los enemigos de la democracia es precisamente valerse de las impurezas de la misma para destruirla. El libertinaje político y el monopolio que ejercen los partidos políticos sobre el sistema entero, sumado al cinismo, la corrupción, la falta de educación política de la gente, la falta de educación en general, son todos ingredientes que atentan contra la integridad del sistema.

El descaro con el que algunos argumentan que estamos tratando de debilitar a los partidos políticos cuando predicamos más participación ciudadana es realmente imperdonable. ¿Cómo puede pensarse que sobreviva el sistema sin la participación del principal actor, o sea el pueblo, los individuos, las organizaciones civiles, las gremiales, en fin, todos los sectores que forman parte de las fuerzas vivas de un país. La pardidocracia, entiéndase el monopolio de los partidos políticos en el sistema político de un país, es la peor enfermedad que puede atacar a una sociedad y estamos en la obligación de ejercer nuestro derecho constitucional para poner en orden esta situación.

Los 4 Magistrados de la Sala de los Constitucional así lo han determinado y ahora son ellos los que están en peligro de extinción. Ellos eran nuestra tabla de salvación y ahora que están siendo atacados, es nuestro deber ciudadano salir en su defensa. TODO EL MUNDO. DE CUALQUIER FORMA. UTILIZANDO LO QUE NOS VENGA EN GANA PARA PROTESTAR. NO ESPEREMOS A QUE SEA DEMASIADO TARDE

Hermann W. Bruch es analista político salvadoreño
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1 comment :

  1. Bueno algunos estan adoloridos porque no les dieron hueso y lloran esperando mamar de la teta del estado mafia,(el que no llora no mama)pienso y creo estoy seguro que algunos que se quejan por tal situacion sean mejores que los que estan en los sillones del poder,en El Salvador solo hay dos esperanzas la corrupcion como modelo de vida o morir oponiendose a el...

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