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Política oficial: mentir

Por Jorge Ramos

Empecemos con lo que yo creo: no hay idea más revolucionaria en nuestro mundo moderno que la afirmación de que todos los seres humanos son iguales. Ningún principio es más poderoso. Ninguna declaración es más rebelde. Y ninguna más nociva para los países que no la ponen en práctica.

Como hemos visto en China e Irán, Cuba y Venezuela, los líderes de dictaduras y regímenes autoritarios siempre creen ser superiores al resto de la población. Y el mayor interés de estos líderes radica en controlar y censurar continuamente a la vasta mayoría de los ciudadanos porque, tarde o temprano, se rebelarán. La convicción de que todos somos iguales, y siempre lo seremos, es más fuerte que cualquier régimen.

Estados Unidos, fundado sobre los ideales de libertad e igualdad, es una de las sociedades más abiertas del planeta. Las oportunidades que crea la libertad para los estadounidenses hacen de este concepto uno de sus activos más importantes. Cuando se trata de igualdad, sin embargo, frecuentemente fallamos.

Veamos los dos ejemplos actuales más evidentes de discriminación en Estados Unidos. El primero ocurre sistemáticamente en toda la fuerza militar más poderosa que haya conocido el planeta, ya que en el ejército de Estados Unidos se discrimina abiertamente contra los hombres y mujeres homosexuales, a quienes se impide servir abiertamente en las fuerzas armadas. El segundo es el terrible trato que se da a los inmigrantes en Estados Unidos, donde tantas personas que estudian y trabajan y contribuyen al bienestar del país simplemente no son vistas como iguales debido a su estatus inmigratorio.

Permitir que las personas gay sirvan en las fuerzas armadas no tendría un efecto negativo en la eficacia militar estadounidense –esa fue la conclusión a la que se llegó en un estudio del Pentágono dado a conocer a principios de diciembre. Y la mayoría de los entrevistados para este estudio dijeron que no les molestaría servir con reclutas abiertamente homosexuales. Pero el hecho es que los estadounidenses gay ya están sirviendo en las fuerzas armadas: están en las líneas del frente en Iraq y Afganistán, y se encuentran en servicio en todas partes del mundo. Estos soldados simplemente no han revelado su orientación sexual, dado que hacerlo significaría su expulsión del establecimiento militar. Significaría el fin de muchas carreras.

La conocida política militar de “no preguntes, no digas”, implantada en 1993, durante el primer año de Bill Clinton en la Casa Blanca, es una de las grandes hipocresías de la nación porque básicamente dice a los soldados gay que si bien pueden morir defendiendo a su país, no pueden revelar quiénes son realmente. Así que la política oficial de las fuerzas armadas estadounidenses es mentir, y también discriminar. Y los legisladores acaban de rehusar modificar esa política, más recientemente el 9 de diciembre, cuando al Senado le faltaron 3 votos para superar un obstáculo de procedimiento que habría abierto el camino para abrogar la ley “no preguntes, no digas”.

Eso, sin embargo, no puede durar mucho tiempo. Pronto, el precepto de que “todos los hombres fueron creados iguales”, establecido por los fundadores de nuestra nación cuando formularon la Declaración de Independencia, prevalecerá contra esta hipocresía.

Ese principio prevalecerá eventualmente sobre la continua discriminación contra 11 millones de inmigrantes indocumentados en esta nación. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas declara, en su primer artículo: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. No obstante, no veo que los inmigrantes indocumentados sean tratados como iguales, ni con dignidad o fraternidad, en Estados Unidos.

Sí, es verdad que estos millones de inmigrantes están ilegalmente en Estados Unidos. Pero también es cierto que miles de corporaciones y millones de estadounidenses los contratan, ilegalmente, y se benefician económicamente de su trabajo. Y todos saben que esto ocurre en todo el país, pero al parecer la política oficial es mentir: mienten los inmigrantes acerca de su estatus, mienten quienes los emplean, y el gobierno miente al hacerse de la vista gorda ante esta realidad. El maltrato y la discriminación contra los inmigrantes indocumentados es una de las grandes injusticias de Estados Unidos, y necesitamos urgentemente un cambio radical en la política inmigratoria; necesitamos reformas que permitan mucha mayor transparencia. Después de todo, lo menos que podemos hacer es exigir que a estos inmigrantes se les ofrezca respeto, dignidad y una ruta para alcanzar un estatus legal en Estados Unidos.

Poco después de su visita a Estados Unidos en 1831, el francés Alexis de Tocqueville escribió que nada le había sorprendido tanto como la noción de igualdad entre todos los habitantes de la nación. Y de esa igualdad, escribió, se deriva todo lo demás. Hoy, con dos políticas declaradas en vigor de abierta discriminación contra gays e indocumentados, Estados Unidos se ha internado en un periodo oscuro e inexplicable.

Hemos traicionado nuestros propios principios, y la única salida es dejar de mentir y decir la verdad –a nosotros mismos, sobre todo. Ese es el primer paso para salir de la oscuridad.

Jorge Ramos es periodista mexicano - The New York Times Syndicate
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