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Documentos Secretos

POR ALBERTO PIRIS

Que las filtraciones de WikiLeaks traerían consigo complejos y sorprendentes efectos en terrenos insospechados, era algo más que presumible desde que vieron la luz los primeros documentos. Esto se confirma sin más que ojear las páginas de los principales diarios del mundo, no solo las de los cinco privilegiados que recibieron el regalo de esta primicia.

Algunas de esas consecuencias han alcanzado, por ejemplo, a los miembros de la Fuerza Aérea de EEUU. Cuando la pasada semana alguno de ellos, desde el ordenador de su mesa de trabajo, intentó leer la página web de uno de los diarios antes citados, una ominosa ventana se abrió en la pantalla: “Acceso denegado: el uso de Internet está siendo registrado y analizado”. La cosa puede impresionar algo, pero no es para tanto, como enseguida se verá.

Observado desde fuera, parece una medida inútil, puesto que cualquier persona interesada en leer esos documentos puede hacerlo desde su ordenador doméstico o yendo al quiosco de periódicos. Sin embargo, hay que saber que el origen de todo esto se halla en el elaborado sistema de manejo de la información clasificada que rige en el seno de las Fuerzas Armadas de EEUU, un asunto muy complejo que obliga a conocer y cumplir a rajatabla muy variados requisitos regulados por los reglamentos correspondientes.

Conviene saber que el militar que lea documentos clasificados en fuentes no autorizadas puede ser castigado por ello. Una agencia de la Casa Blanca se encargó de recordarlo la pasada semana: “La información clasificada, sea o no difundida en páginas web o revelada a los medios, sigue siendo clasificada y por tanto debe ser manejada como tal hasta que se desclasifique oficialmente”.

Se presta a ciertas consideraciones irónicas el hecho de que, en el caso de WikiLeaks aquí comentado, solo se autoriza a leer la información clasificada a ciertas personas, que son quienes habrán de juzgar si puede o no ser leída libremente por los demás. Los que sufrimos el sistema de censura cinematográfica de los años de la dictadura recordamos a aquellos religiosos y altos cargos del régimen que podían regocijarse contemplando las escabrosas escenas de ciertas películas que luego eran vedadas al público en general. Algo parecido ocurría con la censura de libros y otras publicaciones.

Si se tiene en cuenta que, a pesar de tanto cuidado en la protección de la información clasificada, en una previa filtración de WikiLeaks quedaron al descubierto muy críticas y reprobables actividades militares en Irak, habrá que pensar que el sistema de protección de documentos en su conjunto no parece ser digno de mucho crédito. Para obtener ese tipo de resultados bastaba con haber guardado los documentos secretos encima del armario del despacho del coronel.

Desde la Federación de científicos americanos, aunque no se apoya esta elemental solución, un especialista en control de secretos ha emitido también su opinión al referirse a las nuevas medidas de control: “Se trata de una política fracasada, que dejará a algunos funcionarios del Gobierno menos informados de lo que deberían estar”. Tan sorprendente declaración parece insinuar que habría de ser a través de WikiLeaks como esos funcionarios alcanzarían el nivel de conocimientos apropiado para su función. Habrá que dar gracias al ya famoso Assange, no solo por reavivar la mortecina libertad de información en nuestras adormecidas democracias, sino también por proporcionarnos motivos de entretenimiento mejores que muchos tebeos.

Alberto Piris es columnista de español
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