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¿Por qué apestan los mexicanos?

¿Por qué apestamos?
Por Raymundo Riva Palacio

Hace casi 15 años, un periodista había terminado de viajar por Ruanda y el sur del Congo, que salían y entraban de guerras civiles y empezaban a perfilar lo que serían más adelante acusaciones de genocidio. El agente de migración en el aeropuerto de Kigali, un microcosmos del caos con paredes tapizadas de hoyos de las balas de ametralladoras, se quedó viendo el pasaporte y le preguntó en tono afirmativo: "¿Mexicano?; ahí todos son narcotraficantes". El reportero sintió la discriminación humillante que ya había visto en varias fronteras en contra de los colombianos, que pagaban religiosamente la mala fama mundial de sus cárteles de la droga, inclusive en los propios aeropuertos mexicanos.

Como muchos mexicanos, el reportero no dijo nada cuando en el aeropuerto internacional de la ciudad de México las autoridades decidieron establecer una salida especial para los pasajeros provenientes de Centro y Sudamérica, donde las revisiones migratorias y aduaneras eran diferentes al del resto de los pasajeros del mundo. Ahí nunca dejaba de haber agentes federales observando a quienes llegaran, ni de trabajar perros olfateando las piernas de los pasajeros y caminando sobre el equipaje para detectar droga. Los requerimientos de visa se reforzaron para esas naciones, y como en algunos otros casos con ciudadanos de países del Medio Oriente y Asia, llegaron a convertirse en un dolor permanente de cabeza.

Pero como buenos mexicanos, etnocéntricos irredentos y eternos aspiracionistas, lejos de empezar a cuestionar la rigidez de las autoridades mexicanas que establecían medidas con el método de la tábula rasa, hubo hasta quienes se sintieron reconocidos cuando en aeropuertos, como el de Santiago de Chile, los mexicanos se tenían que formar en una fila especial, junto con estadounidenses y canadienses, para realizar un trámite migratorio especial y comprar una visa. Después de todo, éramos uno mismo, socios en el mismo bloque comercial que llamamos Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Por eso mismo nos sorprendió tanto que el gobierno Canadá, que no ofrecía mayor resistencia a los viajeros mexicanos que algunos agentes aduaneros antipáticos en lugares como Montreal o Vancouver, cambiara su política tradicional de apertura total para recibir mexicanos y a partir de julio exigieran visas. El procedimiento fue como el levantamiento del Muro de Berlín, prácticamente de un día para otro. El gobierno canadiense explicó que tenía que ver con los abusos perpetrados por mexicanos en peticiones de asilo. Con 10.000 solicitudes en 2008 -25% del total que recibe anualmente Canadá-, les pareció que era un exceso, y lo cortaron como verdugo un pescuezo en el medioevo.

Según el embajador canadiense en México, Guillermo E. Rishchynski, el filtro que impuso su gobierno, del conservador Stephen Harper, logró una reducción "ostensible" de las solicitudes de peticiones de asilo. También de turistas, por cierto. Sólo en Quebec, este año se cayó el 60% del turismo mexicano. Tiene mucho sentido esa baja radical de paseantes mexicanos, pues ese famoso filtro canadiense se convritió en un mecanismo absurdo, no porque se hayan decidido a exigir visa, sino por los procedimientos para poder conseguir una. Para un mexicano, no hay visado más difícil hoy en día -salvo el de las naciones en abiertas guerras como Irak y Afganistán-, que la canadiense.

Pero las restricciones migratorias han sido llevadas por Ottawa a niveles de absurdo. El primer filtro lo hace una empresa contratada por la Embajada que revisa la voluminosa documentación exigida. Están los requerimientos clásicos del itinerario -boletos de avión y reservación de hotel- y de una prueba de solvencia económica. Pero además, el potencial visitante tiene que presentar documentación que lo acredite como dueño de una propiedad, y las actas notariadas de su empresa. "¿Y si un viajero no es dueño de nada de eso?", le preguntó entre curiosidad y molestia un futuro paseante a uno de los empleados, quien le respondió: "Pues quizás no le den la visa". Junto con eso, tiene que presentar el estado de cuenta bancario de los seis meses previos, y documentos que demuestren que paga impuestos municipales. Si además les lleva su declaración de impuestos federales, la personal y la de la empresa, mejor.

Por si no fuera suficiente, los canadienses piden dos documentos extras. A uno le llaman de "estructura familiar", donde el tramitante tiene que vaciar con detalle el nombre de los padres, de cada una de las hermanas y hermanos, su fecha y lugar de nacimiento, su dirección y ocupación actual. Si están muertos, también, aunque puede obviar el panteón donde están enterrados o el lugar donde fueron incinerados. A otro le llaman "información adicional" , donde cada viajero tiene que especificar sus estudios desde el bachillerato, con el mes y el año en que fue ingresando a cada nivel de estudio, y junto con ello detallar los empleos desde una década atrás, con direcciones y teléfonos actuales así como sus ingresos en cada uno de ellos.

El voluminoso paquete hay que hacerlo llegar por medio de un servicio de mensajería que tiene un costo superior a los 55 euros (que no son reembolsables pase lo que pase con la solicitud, y siempre y cuando sea visa para una entrada). Por esa vía le serán enviados al solicitante el eventual visado y sus documentos, entre los que hay que incluir el pasaporte inmediatamente anterior al vigente y fotografías donde no se le ocurra mostrar el menor signo de sonrisa, pues su visa, por esa sencilla razón, puede ser negada.

En el pináculo de todo, la empresa supervisora de los documentos entrega al solicitante una carta donde exime de cualquier responsabilidad a la Embajada de Canadá, por el uso -o mal uso- que se le pudiera dar a la información entregada. "¿Y si esta radiografía cae en manos de una banda de secuestradores?", le preguntó recientemente un solicitante al filtro canadiense. No hubo respuesta. "¿Y si una banda de secuestradores le está pagando a ustedes por esta información?", volvió a preguntar, sin obtener respuesta. Ya quisiera el gobierno mexicano, que está metido en un debate público por lograr que exista una cédula de identidad nacional, tener el 30% de esa información de cada solicitante. De hecho, prácticamente todo lo que exigen los canadienses a los mexicanos, el gobierno de México ha dicho que jamás se atrevería a solicitarlo.

Pero el gobierno mexicano debe estar muy hambriento de divisas, y está mendigando por el turismo canadiense, pues no ha hecho nada en reciprocidad. Deben tener la conciencia muy cargada de culpas. Los canadienses venían cargando una cadena de agravios contra los mexicanos y, en particular, contra las autoridades. El tema del abuso en solicitudes de asilo es evidente, ¿pero sólo eso? En varios casos se cansaron de exigir al gobierno mexicano que actuara para castigar a los responsables de asesinatos de turistas canadienses en sus destinos turísticos, pero no sólo eso no sucedió sino, en cuando menos un caso, dejaron libre al presunto asesino de una joven. Para rematar, se envió como embajador en Ottawa a quien, cuando fue gobernador en el estado norteño de Chihuahua, vio como le florecieron los feminicidios en Ciudad Juárez, un fenómeno que como periodista le tocó cubrir a quien hoy es una alta funcionaria en la capital canadiense. Allá no querían que México enviara a ese ex gobernador, Francisco Barrio, que no es diplomático, como embajador, pero no les hicieron caso.

La respuesta se dio por una justificación oficial, pero proyecta una descarga política contra los mexicanos y sus gobernantes. No hay posibilidades de regresar al statu quo con respecto a las visas, cuando menos en el horizonte. Tampoco de actuar en consecuencia. Nuestros cómplices en Norteamérica nos cerraron la puerta. Apestamos para ellos y nos quedamos como parias en el concierto internacional. ¿Será que nos hemos ganado a pulso lo que nos sucede? Claro que no. Nos debería de estar yendo peor, si nos atenemos al descuido y la negligencia con la que nos hemos venido comportando.

Raymundo Riva Palacio es director del portal www.ejecentral.com.mx.
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1 comment :

  1. Precisamente por expresiones inconsideradas es que se encuentra en conflicto el mundo. Cuando el autor lanza disparates de apeste, a que se refiere. El uso de palabras ofensivas, ofenden. Aunque tal vez la expresion es para promover alguna idea, a que se refiere cualquier persona cuando le lanza semejante disparate en su cara a cualquier otra person? Hay gente culta que saben elegir sus palabras con mas atencion a su efecto, y hay, como en el caso, lo que no. Fuera mucho mejor dirigirle la palabra a los que ocasionaron que sus pensamientos sean malorificos, si se permite esa expresion.

    Saludos.

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