Cónsul que Hizo la Diferencia en Washington

Por Elmer Palma

Llegó a la ciudad de Washington DC casi sin conocer a nadie, sin familia, sola con un par de maletas como si fuese a una larguísima vacación a la segunda capital de la Diáspora salvadoreña. Cuando entró por primera vez a aquella casa vieja lo primero que se le vino a la mente fue la famosa casa de Drácula por su aterrante apariencia. A Margarita Chávez le costó reconocer que aquello era un Consulado salvadoreño al que le habían enviado a presidir. Su oficina presentaba algunos hoyos en el piso, la pintura desprendiéndose en capaz viejas indicaba la falta de mantenimiento, el aire acondicionado casi no funcionaba y hasta la vieja bandera escondida entre unas ramas se veía en muy mal estado al frente de la vieja townhouse. Lo de los ratones mejor ni lo menciono por temor a represalias.

El Consulado Salvadoreño en Washington había rebotado por toda la ciudad en los últimos años y al fin había encontrado este típico vejestorio en una zona residencial de la calle 20; acá las quejas de los vecinos no eran tan frecuentes comparado con los anteriores barrios en los que se había intentado instalar. Lo que mas delataba al Consulado era un grupo casi permanente de salvadoreños en las afueras esperando en las gradas a ser llamados; otros vigilando que no les pusieran “ticket” por estar mal estacionados; pero mas que todo muchos no soportaban estar en aquellas incomodas instalaciones en las que los gritos del personal se mezclaban con llantos de niños y gente reclamando, el ruido del interior se asemejaba un enjambre de abejas. En Washington el calor es sofocante y el frío es aniquilador; la casa carecía de los sistemas básicos para apalear las temperaturas extremas de cada estación. Y si tenía, casi nunca funcionaban, y si funcionaban, la capacidad de gente siempre era excedida y los sistemas se volvían ineficientes.
Movilizarse a través de los cuatro niveles conectados por estrechas escaleras era toda una aventura; había que esperar que unos subieran para que otros bajaran, toparse en la curva implicaba una negociación para ver quien se regresaba o quien andaba mas de prisa. La atención a personas deshabilitadas era casi nula o había que hacer milagros. Pero lo que mas indignaba a la mayoría de visitantes en la estrecha sala de espera, era la ventana trasera por la que claramente se veía hacia la casa vecina por la parte de atrás; en ella se encontraba una tienda de objetos sexuales con fachada a la Connecticut Ave; además de verse los estantes llenos de juguetes de todos tamaños y colores, era común ver compradores manipulándolos. Los baños eran pésimos, los tenían que compartir mujeres, hombres, niños y personal consular; cuando colapsaban era un caos completo. Debido al limitado espacio, no habían suficientes sillas y la gran mayoría de visitantes tenían que pasar la mayor parte del tiempo parados, algunos con niños en sus brazos.
En Washington es común que los consulados de casi toda Latinoamérica sean conocidos como centros de tortura y sufrimiento para sus visitantes, y el Consulado de El Salvador no era la excepción en aquellos días; sus visitantes sabían muy bien a lo que se enfrentarían a la hora de ir a solicitar sus pasaportes, que al menos en los últimos años la espera se había reducido de seis meses a ocho horas en promedio para obtener el tan ansiado documento.

Margarita Chávez, arquitecta de profesión y acostumbrada a un ambiente de oficina un poco mas agradable, sintió que el simple hecho de ser vivienda vieja y en malas condiciones no merecía ser llamado Consulado mucho menos pretender que era oficina de gobierno, mas que todo por la alta demanda de servicios por parte de la comunidad Salvadoreña.
Margarita, como pidió que se le llamara desde el principio, comenzó la difícil tarea de arreglar un eterno problema al que atacó desde tres frentes: Lucha en Cancilleria al mas alto nivel por un mejor presupuesto; lucha frontal con el personal para mejorar el servicio motivándoles a dar una mejor atención; y acercamiento a los medios de comunicación de mayor audiencia para darse a conocer con la comunidad y cambiar la mala imagen del Consulado.
En Cancilleria NO se consideraba prioridad invertir en un Consulado que daba buenos resultados, ya que los reportes de remesas mensuales al fondo general de la nación en concepto de servicios consulares era cada vez creciente. Pero el personal consular estaba completamente desmotivado con salarios bajos y en un ambiente estresante. Los medios de comunicación rara vez visitaban un Consulado, y si lo hacían era una visita fugaz por alguna noticia relevante que nada tenia que ver con el servicio.
Otra característica de la Capital Estadounidense es que los cónsules de turno de cualquier país, raramente se dan a conocer al público; por algún motivo les gusta ser desconocidos o talvez sea una práctica de las artes protocolarias. Margarita puso la cara y públicamente aceptó que había problemas serios de atención; habilitó su número personal para que la gente le llamara directamente por quejas o problemas y se mantuvo activa atendiendo eventos comunitarios. A la par de eso, desarrolló eventos y programas en la comunidad; celebración del día de la madre, del padre, del soldado, de la cruz, de la independencia y hasta de las pupusas, entre otros. Desarrolló también programas de alfabetización, jornadas de salud, de accesoria legal, incrementó los Consulados móviles a ciudades lejanas. Se dio a conocer tanto y era tanta la demanda de servicios en la comunidad latina que hasta de otras nacionalidades la comenzaron a buscar. Para no desatender su rebaño, fundó el Grupo de Cónsules Unidos con colegas de otros países, pero estos nunca se le pusieron al brinco como ella hubiese querido.
Después de largas luchas en Cancilleria, logró que le aprobaran el presupuesto para un anexo en la ciudad de Woodbridge VA y desahogar la casa vieja en Washington, luego luchó para la aprobación de un espacio apropiado que ella misma descubrió en el reconocido barrio de Georgetown. Ambos espacios cumplían con las características de verdaderos Consulados; amplio parqueo para los usuarios, transporte público cercano, acceso de personas deshabilitadas, salas de espera amplias y cómodas con capacidad suficiente para la alta demanda. Ambos consulados se convirtieron en verdaderos centros de atención al público; el personal pasó a ocupar ventanillas cómodas para dar servicio más personalizado y con mayor privacidad y no tener que recurrir a gritos. Cada mañana Margarita sale a saludar a los usuarios del Consulado y a responder preguntas.

Con el cambio de gobierno vino recientemente su primer encuentro con las nuevas autoridades de Cancilleria, ella de manera responsable puso su cargo a disposición asegurándoles que se sometía a cualquier decisión. Sin pensarlo dos veces, y a sabiendas que no le encontrarían otros motivos que justificaran su remoción, esas autoridades tomaron su ofrecimiento como anillo al dedo. De inmediato le hicieron saber que aceptaban su cargo para antes que finalice el año 2009. Sospecho que como no terminará el año, no tendrá goce de aguinaldo, pero ojala me equivoque en eso. Sospecho también que su remoción obedece a la carrera por remover remanentes del anterior partido en el gobierno, bajo la canción de los “Puestos de Confianza”. Decisiones en las que la comunidad no tiene voz ni voto ni veto.

Su remoción talvez obedece a un proceso natural de cualquier “Transición”, y por naturaleza no contempla a funcionarios que se hayan entregado mucho. Pero Margarita deja un legado, rompió esquemas, deja una historia escrita, deja recuerdos y muchas satisfacciones en la comunidad salvadoreña de la zona metro; deja cierto personal “cachimbon” que se le puso a la par en cada actividad o evento. Ella se enamoró de la Comunidad, se entregó por completo sin protocolo ni titubeos. Por esa entrega, la comunidad ya comenzó a decirle, MIL GRACIAS.

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