Discurso de Mauricio Funes: Un discurso y un compromiso

Por Rafael Rodríguez Loucel*

Siempre que un presidente asume la primera magistratura del país se escucha con mucha ansiedad y expectativa el discurso inaugural en su primer día de gobierno. La razón es que supuestamente su contenido equivale al plan de gobierno y da una pauta de estilo de gobernar y las reglas del juego para los agentes productivos. Siempre vienen plagados de metas, intenciones y obras a realizar, privilegiando siempre a los marginados. La pobreza y su reducción en discursos presidenciales se ha vuelto un referente de logro, aun cuando aquella en la práctica se incremente.

En cuanto al contenido del discurso del presidente Mauricio Funes, abundaron posteriormente los comentarios que tendían a calificativos de conciliatorio, confrontativo o esperanzador. Estos comentarios se vuelven subjetivos y con el tiempo intrascendentes. El discurso abundó en intenciones e interpretaciones de prácticas particulares nocivas para el país que se piensa abolir, lo cual ocasionó reacciones emotivas y juicios de valor momentáneos. El discurso presentó muchas facetas esperanzadoras, pero estuvieron ausentes temas de importancia relacionados con el comercio internacional, las inversiones y aspectos específicos de la política fiscal.

En la práctica lo que interesa son los hechos, porque son los que realmente honran los compromisos y en definitiva las huellas que perduran. Hablando de compromisos, hubo alusiones relevantes tales como: construir una nueva nación sin odio y resentimientos; reinventar nuestro país; un sistema de garantías que permita a los empresarios acceder al crédito de la banca privada; racionalización y focalización de los subsidios y el combate a la elusión, la evasión, el contrabando y la corrupción, y la práctica de la “meritocracia” en los quehaceres del gobierno; entendiendo por este último término como una forma de gobernar basada en el mérito en el cual las posiciones jerárquicas son agenciadas por capacidad, competencia, habilidad, inteligencia y esfuerzo. Este método pudiese ser extensivo a las licitaciones para adjudicar la realización de obras públicas.

El anuncio de los anteriores compromisos y el velar por su cumplimiento son aspectos que se consideran importantes. También los planes, su plazo, cómo realizarlos, y su factibilidad financiera son, en ese contexto, los aspectos que interesan y que el señor presidente declaró que serían detallados en su oportunidad por miembros del gabinete económico.

Se advierte la ausencia de un plan de mediano plazo y se pone de relieve un plan de emergencia para paliar la crisis internacional sobredimensionada por la precariedad de las finanzas públicas. Se ofrece resguardar los empleos existentes, programas de generación de empleo, viviendas, salud; y al mismo tiempo acciones puntuales (no especificadas) para combatir la pobreza, erradicar la corrupción, disminuir la delincuencia y una banca estatal para el fomento productivo.
Tratando de extraer del discurso de manera fragmentaria, con la única intención de subrayar el compromiso, es digna de subrayarse la mención de un proyecto de desarrollo nacional que tiene como base la inclusión que contrasta con una historia en la que predomina la exclusión, que no ha permitido un sistema de equidad y oportunidades. En la lista de ofrecimientos antes señalada destaca por su importancia en la vida nacional el combate a la corrupción, a la evasión y a la elusión fiscal que han sido promesas reiteradas. Y casi se asemejan al no hacerse efectivas de manera deseable en estribillos o lugares comunes de un discurso. Esta vez esperamos que el compromiso se cumpla.

Un discurso presidencial es un compromiso y así debe tomarse. No hay que emitir juicios de valor a priori; como ciudadanos y contribuyentes debemos de constituirnos en estrictos vigilantes de la declaración de intenciones del Órgano Ejecutivo.

Vicerrector de la Universidad Tecnológica de El Salvador

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