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La Arquitectura democrática, según Roberto Turcios

Por Roberto Turcios*

Una lógica está en descrédito. Es la del ejercicio crudo y duro del poder. Sin embargo, con todo y su descalificación entre la ciudadanía, sigue funcionando con vigor sorprendente, según podemos ver en varios hechos recientes, como los acuerdos de las derechas en la Asamblea Legislativa.

Estamos en un momento político especial. Quizá también es el más complejo después de los Acuerdos de Paz, hace 17 años. Tenemos dos aspectos reveladores de nuestra situación: uno es el fin de un ciclo gubernamental y la salida del Ejecutivo del partido que ha ejercido su titularidad durante 20 años; otro está formado por la crisis, la más severa en las últimas décadas. Hay un tercer aspecto, de grandes repercusiones en nuestra vida social, el de los mayores obstáculos para que nuestros compatriotas puedan salir hacia Estados Unidos. De tales circunstancias se desprende la necesidad de una gestión política diferente, que sea capaz de encontrar salidas donde abundan las dificultades.

Tenemos juntas, entonces, la gestión política del relevo en el Ejecutivo, de la crisis y la lógica del poder que ha imperado durante la posguerra. Entre la última y las primeras no hay sintonía, porque una conduce a la continuidad de la arquitectura del poder; las otras plantean una forma nueva de desempeño gubernamental. Cada día vemos señales de la parálisis en el aparato estatal –sea en los hospitales sin medicinas o entre los proveedores con pagos pendientes–, y del anacronismo político institucional, a raíz del exagerado partidismo –los productores, por ejemplo, están quejándose por el reparto clientelista de los insumos agrícolas–. En La Unión existe un símbolo de la parálisis y el partidismo: la plataforma portuaria se terminó de construir hace 6 meses, pero permanece inutilizada, todo porque el Gobierno no fue capaz de articular un acuerdo político con previsión. En un país lleno de carencias hay una obra física, que ha costado decenas de millones de dólares, cerrada bajo llave, porque no se cuenta con la decisión legislativa que permita su funcionamiento. Y no hablemos de los proyectos necesarios en los municipios de las operaciones del puerto, allí hay poco, casi nada, que permita pensar en la competitividad y el desarrollo. Por todo el territorio hay casos parecidos.

Con la lógica del poder vigente durante la posguerra será difícil el manejo solvente del relevo gubernamental y la crisis. Basta un vistazo al panorama actual: no hay fiscal, falta la elección de los magistrados de la Corte Suprema, el Registro de Personas cambió de modalidad y quién sabe qué más está en las mentes de los estrategas políticos. Mientras tanto siguen aumentando las señales de la inseguridad, el narcotráfico y las dificultades en las economías familiares.

Si vamos a encontrar una ruta consistente hacia el desarrollo, requerimos una nueva arquitectura del poder, democrática y comprometida con los intereses de la población. Precisamente ese puede ser uno de los legados del periodo presidencial que está por comenzar. Además, pocos objetivos parecen tan revolucionarios a partir de la historia salvadoreña. Los estilos mediante los cuales se ha ejercido el poder, centralizados, patrimonialistas y partidarios, no dan para más. Su cambio parece hoy no solo un requisito para nuestra calidad democrática, sino una condición imprescindible para la apertura de una ruta hacia el desarrollo económico, social y cultural.

*Columnista, Fuente: LPG 19/5/2009

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