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Transnacionalización de la injusticia social y la lucha por la dignidad de la diáspora salvadoreña: Una aproximación

Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"),
los que repararon la flota del Pacifico
en las bases de California,
los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
... los eternos indocumentados …
(Roque Dalton, Poema de Amor)

(A propósito de la VI Convención de Salvadoreños en el Mundo)
Carlos Bucio Borja*

I
La historia de la humanidad es la historia de los conflictos sociales, lo mismo que las oleadas migratorias, la lucha contra las adversidades, la vida y la resistencia. Los procesos migratorios humanos se remontan a nuestra más arcaica prehistoria y perduran hasta nuestros días.

Así, lo mismo que 70 mil años atrás, cuando nuestros primeros ancestros modernos partieron de África para poblar el Oriente Medio y Europa, hoy millones de seres humanos continúan migrando, escapando de guerras, calamidades; y, como en el caso de la población salvadoreña, huyendo de la injusticia social y un modelo económico-social disfuncional imperante que fomenta y reproduce la experiencia diaria de la diáspora.

Cuando los iberos llegaron a lo que hoy llamamos El Salvador en el siglo XVI, este territorio ya había visto el tránsito de millones de seres miles de años atrás: los primeros americanos que desde el estrecho de Bering —y probablemente otros puntos septentrionales de América— se desplazaron hacia el sur, por el continente, en busca de parajes más óptimos para la caza y/o la recolección.

Y tan sólo unos cientos de años antes de los primeros asentamientos españoles en el Cacicazgo de Cuzcatlán, oleadas migratorias de pueblos pipiles escapando de dramáticos conflictos político-militares en tierras mexicanas —y probablemente presiones ecológicas también—, se establecieron en estas tierras.

Más recientemente, desde sus orígenes coloniales y republicanos, la injusticia y marginalización social y étnica han sido la sombra que ha marcado el desarrollo y la historia de la nación y sociedad salvadoreña.

Una sombra que durante décadas ha catalizado graves conflictos que han desembocado en terribles episodios de violencia política y social, tales como el levantamiento del Indio Aquino en San Vicente en 1829; la insurrección indígena-obrero-campesina de enero de 1932 y la posterior masacre de decenas de miles de salvadoreños —principalmente indígenas y campesinos ese mismo año—; y más recientemente, el conflicto bélico de los años 80’s e inicios de los 90’s.

En el siglo XX e inicios del siglo XXI, la marginalización social y los conflictos políticos derivados de aquélla, así como la ausencia de una democracia real y profunda, han sido los catalizadores de las oleadas migratorias salvadoreñas.

Y aunque no existen registros numéricos disponibles, se sabe que la primera oleada migratoria laboral salvadoreña del siglo XX se dirigió hacia Panamá durante la construcción del Canal, y fue promovida por el tirano Hernández Martínez para paliar el descontento social de los años 30’s. Entre los años 40’s y 1969, ante las presiones demográficas y la ausencia de tierras, cientos de miles de campesinos salvadoreños emigraron a Honduras, en busca de mejores oportunidades para la agricultura.

Dicha oleada culminó dramáticamente en 1969 con la mal llamada «guerra del fútbol» de ese año. Con el retorno de 130,000 conciudadanos desplazados de Honduras como resultado de las políticas xenófobas promovidas por el gobierno hondureño, las tensiones sociales —ante la ausencia de una política agraria efectiva y democrática en El Salvador— se agudizaron.

Como resultado de la escasez de tierras para laborar y la ausencia de trabajos dignos que permitieran superar la pobreza, la primera emigración laboral considerable hacia los Estados Unidos se inició en los años 70’s. Con la exacerbación del conflicto político-social salvadoreño y el conflicto bélico en que aquél se transformó, entre finales de los años 70’s. e inicios de los 90’s decenas de miles de familias salvadoreñas fueron desplazadas como refugiadas hacia diferentes países centroamericanos, Australia, Europa, México, Canadá y los Estados Unidos, principalmente este último, a tal punto que ya hacia finales de los años 80’s se estimaba un medio millón de salvadoreños en la ciudad de Los Ángeles, una de las principales metrópolis de la nación estadounidense, y de facto —hoy por hoy—la capital financiera y económica de El Salvador, o el Departamento 15, como popularmente se le ha empezado a denominar.

Hoy en día, entre un millón y medio y tres millones de salvadoreños han emigrado alrededor del mundo, pero predominantemente en los Estados Unidos. Cifras oficiales de los gobiernos de los Estados Unidos y El Salvador —lo mismo que otros indicadores oficiales— indican que entre 1.37 y 2.58 de salvadoreños1 —la mayoría de ellos probablemente en situación de ilegalidad— residen en la nación estadounidense.

Además, indicadores oficiales del gobierno salvadoreño —la Ficha Técnica de Salvadoreños en El Exterior publicada por el Ministerio del Exterior en mayo de 2006— indican que más de 300 mil salvadoreños residen en el resto del mundo, en las naciones y regiones arriba mencionadas.

II
Como he señalado, los indicadores oficiales sobre los salvadoreños en el exterior no son del todo confiables. Esto puede deberse, ya sea por deficiencias metodológicas, la situación de ilegalidad de gran número de salvadoreños en el exterior —se sabe que los hay, pero no se ha ni siquiera esbozado un estimado fidedigno—, así como actitudes suspicaces de parte de las personas salvadoreñas o instituciones que les representan al ser entrevistadas respecto a su situación económica, social, o legal, o tal vez por mera ignorancia.

De esta manera, se podría especular que la falta de confiabilidad en cuanto a las cifras de salvadoreños en el exterior se debería a una combinación de todos los factores señalados.

Así, lo mismo que en el caso de los salvadoreños migrantes en los Estados Unidos, el estimado de salvadoreños migrantes en Canadá demuestra enormes discrepancias. De esta manera, la Ficha Técnica de Salvadoreños en El Exterior publicada por el Ministerio del Exterior en abril de 2004, indicaba que la comunidad salvadoreña en esa nación ascendía a 161,853 personas.

Dos años más tarde, la Ficha Técnica de Salvadoreños en El Exterior publicada en mayo de 2006 por el mismo ministerio, indicaba que la comunidad salvadoreña en Canadá ascendía a 135 mil personas.2 Sin embargo, de acuerdo a los datos más recientes de Statistics Canada —el departamento del gobierno federal canadiense comisionado para todos los estudios estadísticos del estado canadiense— en su último censo, realizado en el 2006, indicaba que para ese entonces había en la nación boreal 59 mil inmigrantes salvadoreños, entre residentes permanentes y personas canadienses de origen salvadoreño.

Las discrepancias señaladas arriba comparando tres documentos oficiales recientes de los gobiernos de El Salvador y Canadá son alarmantes, pues se desdicen en un 16.59 por ciento entre los datos oficiales de las Fichas Técnicas de Salvadoreños en El Exterior de 2004 y 2006, y en un 128.81 por ciento respecto al censo oficial del gobierno canadiense de 2006. Es decir, la posibilidad de que entre 76 mil y más de 1 millón de salvadoreños estén desaparecidos dentro —o fuera— de las contabilidades estadísticas de los Estados Unidos, Canadá y El Salvador, habitantes invisibles, dispersos en diferentes puntos de América del Norte o tal vez hasta la América Central misma. Más allá de las discrepancias formales, y aún metodológicas, éstas acusan graves problemas, no sólo de índole cuantitativo, sino también cualitativo, tanto para la comunidad salvadoreña residente en las naciones receptoras de nuestra diáspora, como para los gobiernos de la región norteamericana y centroamericana.

Una implicación aún más compleja, reflejada por las contradicciones estadísticas referentes a la cuantificación real de los salvadoreños en los Estados Unidos, Canadá —y probablemente en otras naciones del continente y alrededor del mundo—, lo constituye la ilegalidad o invisibilidad de amplios sectores de la diáspora salvadoreña.

Y es que dicha ilegalidad o invisibilidad, expone a nuestra(s) comunidad(es) a graves barreras para el desarrollo humano, tanto a nivel local como transnacional, así como dificultades para la adopción de identidades culturales dignas y funcionales, que no se limiten a esencialismos artificiales, lo folclórico, o estereotipos que fomentan variadas formas de alienación y sometimientos, sociales, económicos y políticos.

La interconexión entre la migración salvadoreña, y en particular una gran porción de aquélla en situación de ilegalidad —quizás la mayoría— con las dinámicas de poder tradicionales y economías criminales transnacionales —ambas impulsando y posibilitando del éxodo—, y las cuales se entrelazan y se reproducen entre sí constantemente, constituyen uno de los aspectos más aciagos de la diáspora salvadoreña. De esta manera, y si se hacen cálculos basados en cifras oficiales del Banco Central de Reserva, de acuerdo a los cuales hasta 2002 más de 25,000 personas abandonaban El Salvador anualmente, estimando cautelosamente que la mitad de ellas emigrarían ilegalmente, y considerando que cada una de éstas pagaría $4,000 dólares estadounidenses a los “coyotes” para llegar a su destino, unos $50 millones serían destinados anualmente a la economía del tráfico de personas.

Esto es —insisto—, haciendo cálculos muy conservadores. Pero dentro de estas estimaciones, debe de tomarse en cuenta cómo los montos de la economía subterránea del tráfico de personas se expandirían y multiplicarían en otras economías, también subterráneas, tales como la trata de blancas, la extorsión, el tráfico de drogas, el tráfico de armas, etc.

Estaríamos hablando pues, de una economía criminal transnacional que bien podría superar miles de millones de dólares anuales, la cual, dadas las frágiles estructuras institucionales centroamericanas, estarían en un perfecto posicionamiento estratégico para permear las esferas formales y tradicionales del poder político y económico de los estados y otras esferas de las naciones centroamericanas.

Así, tanto o más alarmante como los costos políticos y económicos de la relación entre la ilegalidad migratoria y las economías criminales serían los costos sociales y humanos de las vejaciones, las violaciones, la esclavitud y los asesinatos de cientos, quizás miles de personas a manos de los agentes de poder —tanto los tradicionales como los subterráneos emergentes— que promueven y posibilitan el éxodo salvadoreño.

III
Un asunto crucial en la mente de todos los salvadoreños —desde la mujer con graves padecimientos artríticos y desviviéndose la vida, limpiando nieve y hielo bajo terribles tormentas invernales, a 40 grados bajo cero, en algún suburbio remoto de la ciudad de Winnipeg en Canadá —para poder mandar “el con qué mensual” a su familia lejana en El Salvador—; pasando por la señora en un cantón remoto del Departamento de La Unión —esperando por sus “chirilicas” que le envía su hija desde alguna frígida ciudad del Norte, para poder comprar un nuevo par de anteojos para poder leer la Biblia—; hasta el señor que se posa sobre la silla presidencial y se vanagloria del esfuerzo económico ajeno— lo constituyen las remesas que día a día envían hacia El Salvador millones de salvadoreños en el exterior para el sostenimiento de las economías familiares, locales y nacional.

Tal como lo sugieren los anteriores ejemplos, las connotadas remesas salvadoreñas contienen en sí mismas y en las dinámicas políticas y sociales que las posibilitan, no sólo un fuerte contenido existencial caracterizado por el heroísmo cotidiano y la sobrevivencia, sino constituye también la columna vertebral de la economía salvadoreña, tanto en sus macro como en sus micro factores.

Así, durante los pasados 10 años, los montos anuales de las remesas con respecto a los montos anuales del Producto Interno Bruto anuales han sido, en promedio, mayores al 15 por ciento, superando el 18 por ciento, tanto en 2006 como en 2007; cubriendo, además, proporcionalmente, la mayor parte del monto total de exportaciones anual durante el mismo período.

De esta manera, para 2007, el monto total de las remesas familiares correspondieron al 92.8 por ciento de todas las exportaciones de la economía salvadoreña.3 Es decir —y si se toman en cuenta cifras oficiales que indican que al menos 25 mil salvadoreños emigran anualmente—, la mano de obra —catalogada nacional y transnacionalmente como barata— se ha constituido como el principal producto de exportación de la economía salvadoreña.

Irónicamente, la explotación extraordinaria de la diáspora salvadoreña contribuye también a la superación de los índices de desarrollo humano de los salvadoreños, tanto en el exterior como dentro de la patria originaria, pero sólo cuando se le compara a los índices de esta última.

Y así —utilizando cifras oficiales del PNUD de 2005—, a pesar de que en las naciones adoptivas, los salvadoreños han alcanzado —comparativamente— un índice de desarrollo humano alto (0.851* en los Estados Unidos), éste se mantiene por debajo del índice local de las naciones adoptivas (0.944* el promedio nacional de los Estados Unidos), pero superior, sin embargo, al índice de desarrollo humano local salvadoreño (0.731**).4 Además, el constante y creciente flujo de remesas del exterior hacia El Salvador ha contribuido más que ningún otro factor institucional, político o económico, a reducir la pobreza, tanto urbana como rural.

Otro efecto que el flujo de remesas ha tenido sobre la economía salvadoreña es la transformación del rubro tradicional de la economía rural salvadoreña, la agricultura, en una economía de comercio, servicios y bienes raíces; importando además, gustos urbanísticos de la cultura estadounidense, disminuyendo así la oferta de mano de obra rural. Es decir, transformándola en una economía con contenidos y expresiones foráneos, que promueve nuevas formas de consumo, basados en patrones ideológicos y estéticos cosmopolitas y transnacionales, predominantemente estadounidenses.

De esta forma, la actual épica migratoria y laboral salvadoreña contiene, en términos de las relaciones sociales, políticas y económicas dentro de las que se desarrolla, el carácter de una nueva forma de explotación extraordinaria, en el sentido de que nuestra diáspora produce una plusvalía tradicional5 dentro de las economías adoptivas, al tiempo que constituyen el principal insumo y factor reproductivo de capital dentro de la economía salvadoreña.

Es decir, a pesar de escapar de la pobreza absoluta y marginalización social del modelo oligárquico tradicional salvadoreño, la diáspora alcanza estos objetivos a costa de ser doblemente y hasta triplemente explotada y ser sometida a otras expresiones de pobreza y marginalización social en las naciones adoptivas.

Estas expresiones de pobreza y marginalización social incluyen diversas formas de racismo, xenofobia y chovinismo, tanto ocultas como abiertas, etc., y se configuran de tal manera que se reproducen a nivel local y transnacional.

En el plano institucional, la peor afrenta y principal obstáculo contra los derechos civiles y políticos de la diáspora salvadoreña la constituye ARENA, tanto como Poder Ejecutivo como fuerza mayoritaria en la Asamblea Legislativa, al no permitir efectivamente el derecho ciudadano de la diáspora salvadoreña al voto en el exterior para elegir representantes políticos, derecho consagrado en la Constitución Política de 1983.6 Si bien representantes de dicho partido han argüido —y continúan haciéndolo— excusas vacuas de por qué no permitir el voto en el exterior, la razón real la constituye la falta de voluntad política del actual status quo.

Y así, la medida necesaria para hacer efectivo el principal derecho constitucional político de la diáspora salvadoreña no es una reforma constitucional sino la elaboración de una ley secundaria, o un conjunto de leyes plasmada(s) en un Código Electoral que haga realidad el aludido derecho.

La disfuncionalidad del modelo económico salvadoreño y las dinámicas socio-culturales de la nación salvadoreña, a nivel nacional y transnacional, son tan complejas —pero al mismo tiempo firmes, por las redes, experiencias y dependencias socio-culturales que se han entrelazado— en cuanto a sus formas y expresiones político-económicas que es iluso concebir en un futuro cercano la reducción del flujo migratorio hacia el exterior.

Por el contrario, independientemente de signos políticos e ideológicos —si no cambian las condiciones objetivas y materiales— el flujo migratorio y su carácter ilegal hacia el exterior tenderán a aumentar.

Ante tal realidad objetiva es menester de cientistas sociales así como líderes salvadoreños de todos los partidos asumir el actual carácter transnacional de la nación salvadoreña y ser consecuentes con el hecho de que la identidad salvadoreña es altamente dinámica, fluida —y aún en una etapa formativa—, a la que corresponde, tanto por consideraciones morales como políticas, un cambio del actual modelo político y económico.

Lo contrario será simplemente la transnacionalización de la injusticia social salvadoreña.

1 Esta discrepancia cuantitativa se deduce del Statistical Portrait of Hispanics del Pew Hispanic Center, el cual basa sus tabulaciones del Census Bureau en los Estados Unidos de 2005, y la Ficha Técnica de Salvadoreños en El Exterior del Ministerio del Exterior de El Salvador, mayo de 2006. La primera institución estima la población salvadoreña en los estados Unidos en 2005 en 1.37 millones, mientras que la segunda estima la población salvadoreña en los Estados Unidos en 2.58 millones para ese mismo año.

2 El documento oficial del gobierno salvadoreño está basado en recopilaciones locales de sus oficinas consulares alrededor del mundo.

3 “Comunicado de prensa del Departamento de Comunicaciones del Banco Central de Reserva” de El Salvador, San Salvador, 16 de abril de 2008.

** Por ciento. Informe sobre desarrollo humano El Salvador 2005: Una Mirada al Nuevo nosotros. El impacto de las migraciones. San Salvador, PNUD, 2005.
4 Ibíd.

5 Aunque una explotación extraordinaria también cuando los trabajos son hechos “por debajo de la mesa”, debido a la reducción o anulación de costos de beneficencia social y/o seguro laboral de parte de los empleadores.

6 Ver artículos 71, 72 y 73 de la Constitución Política de El Salvador de 1983.

*Salvadoreño residente en Canadá
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