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El reportaje de la semana: Herederos del Klan

Herederos del Klan
Nuevas generaciones blancas recogen el testigo del Ku Klux Klan de la mano de sus padres. Siniestras ceremonias, celebradas en idílicos campos de los Estados sureños de América del Norte, en las que se fragua el futuro de un círculo de odio racial que hoy cuenta con 3.000 seguidores.
*Yolanda Monge

Nuevas generaciones blancas recogen el testigo del Ku Klux Klan de la mano de sus padres. Siniestras ceremonias, celebradas en idílicos campos de los Estados sureños de América del Norte, en las que se fragua el futuro de un círculo de odio racial que hoy cuenta con 3.000 seguidores.

El niño que mira a la cámara acaba de colgar de un árbol un muñeco negro. Podría ser la mirada gamberra de un pequeño. Pero tras su acto hay una historia de violencia y odio. No levanta medio metro del suelo y ya le han enseñado a gritar a todo pulmón: “white power!, white power!” (“poder blanco”, en una contrarreferencia al “black power” que reivindicaban los negros en la década de los setenta). Cuando caiga la noche, la oscuridad se plagará de aterradoras llamas con forma de aspa. El niño habrá sido ayudado por la mano de su padre a encender una cruz y levantarla al cielo. Es Misisipi, y Art Dixon acaba de bautizar a Floyd, su hijo de cuatro años, en las aguas de la supremacía blanca. Floyd es la quinta generación de varones de la familia Dixon, que pertenecen al Ku Klux Klan (KKK).

Con tan sólo una semana de vida, una niña es expuesta a las consignas y proclamas de los seguidores del Klan. Su padre la muestra orgulloso al fotógrafo. Con tan sólo siete días, la pequeña vive rodeada de uniformes paramilitares y hombres que escenifican el saludo nazi, cubiertos con unas sábanas blancas que representan a uno de los grupos más misteriosos –fascinante, para algunos– de la historia de Estados Unidos. Paralelo a la vida de la Unión desde la guerra de Secesión, su historia es la del terror, la intriga política, el absurdo y el efecto hipnótico. Con astutas tácticas políticas, poderoso liderazgo y propaganda manipuladora, ha permanecido en pie como una potente fuerza en la sociedad estadounidense y sus acciones han hecho de él uno de los grupos más temidos en Estados Unidos.

Una herencia que se pasa con la sangre. De progenitores a hijos e hijas recién nacidos. Y siempre hay una primera vez en que el fuego se queda impreso en la retina. Para siempre. Recuerdan: que iban en el coche con sus padres y vieron arder unas cruces en un campo de labranza. Ahí estaban. Con sus capuchas y sus túnicas blancas. “No tenía ni idea de qué pasaba, pero cuando vi que prendían la cruz… Ha estado en mi corazón desde entonces”, relata Ricky Draper. Han pasado 40 años desde que a los seis se le grabó en el alma lo que se convertiría en la causa de su vida: seguir las enseñanzas del Klan. Draper es el mago imperial del Imperio Invisible de América (AIE, en sus siglas en inglés), un capítulo del KKK que no deja de crecer en el profundo sur norteamericano.

La hija de Draper se unió a ellos hace dos años. Pero existen fotografías suyas en las ceremonias de quema de cruces desde que tenía uno. “No fui consciente de lo que era hasta que cumplí 14 o 15; no entendía las creencias del Klan”. Ahora no sólo las entiende, sino que las abraza con fiereza. La hija de Draper está comprometida con un chico menor de edad, como ella. Y los padres de ese chico no aprueban el KKK. Así que no podrán casarse hasta que ambos cumplan 18 años y ya no necesiten de autorización paterna. Entonces, no sólo se casarán en una ceremonia oficiada por el capellán del Klan, llamado Kludd, sino que el novio se unirá al grupo para el resto de sus días. “Planeo hacer de esto algo de por vida”. La mujer de Draper, madre de la futura novia y la abuela del próximo bebé que engrosará las filas del adoctrinamiento del Klan, ya ha comenzado a confeccionar la caperuza y la casaca para su nieto. “Sabrá las diferencias entre los blancos y los negros, le enseñaremos todo sobre la mezcla racial, y le diremos: ‘cariño, tienes que ser amable con tus amiguitos negros, pero nada de juntarse y cosas raras”.

El mundo del Klan es secretista, cerrado, casi impenetrable, tanto para el extranjero como para el nativo. El fotógrafo James Edward Bates empezó a trabajar sobre el Klan en 1998. Nacido en 1970 en McComb (Misisipi), sus contactos le permitieron acercarse a Ricky Draper. Pero le costó más de cuatro meses ganarse la confianza del líder del Imperio Invisible de América, una de las facciones más relevantes. Como muchos otros pueblos sureños, las vías del tren dividen a McComb racialmente, con barrios negros a un lado y barrios blancos a otro. Bates fotografía al Ku Klux Klan para hallar respuestas a su pasado, para entender sus propias raíces, y rememora historias que oyó durante su infancia y se le quedaron grabadas en su memoria para siempre. Como aquella de un viejo negro instalado de forma perenne en un café de McComb y que Bates contemplaba con curiosidad infantil. El hombre emitía un incomprensible murmullo por habla. Un día, alguien le contó a Bates que un grupo de hombres blancos le cortaron la lengua cuando era joven, por haber dicho palabras indecorosas a una mujer blanca… En McComb se lanzaron 37 bombas incendiarias contra iglesias o viviendas de negros en 1964. No hay que olvidar el linchamiento del abuelo de uno de los mejores amigos de Bates. Por supuesto, el amigo y el abuelo eran negros. Dos tíos abuelos de Bates fueron miembros activos del Klan, y las fotografías de este hombre del sur prueban que ahora está vivo y en activo: inculcan sus creencias de generación a generación, desde la más temprana edad.

‘Ku Klux Klan’, palabra de connotaciones siniestras con orígenes en el griego: ‘kuklos’ (círculo), más el añadido de ‘klan’, ya que sus fundadores, allá por finales del siglo XIX, quisieron hacer honor a sus orígenes ancestrales escoceses. Los creadores decidieron dar más notoriedad a la organización y escribieron clan con ‘K’; les gustó el sonido rítmico de las palabras, y decidieron separar ‘kuklos’ en dos palabras, cambiando la ‘o’ de ‘kuklos’ por una ‘u’, y la ‘s’ final por una más impactante ‘x’.

Dos presidentes estadounidenses han estado en las filas del círculo. Uno de ellos, el trágico Warren G. Harding, deshonró la Sala Verde de la Casa Blanca al jurar allí su cargo en una ceremonia secreta. Varios jueces, y al menos un presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, han admitido formar parte del Klan, al igual que media docena de senadores, un número indeterminado de congresistas y numerosos gobernadores. En 1924, Georgia eligió a un Klansman para cada alto cargo de las distintas oficinas de su Gobierno; en Oregón, el Klan ayudó a elegir a un gobernador; en Indiana, el primer Estado que se jactó de abrir una franquicia del KKK, llamada Klavern, “no existía un solo funcionario que no estornudara sin su visto bueno”, asegura el historiador Wyn Craig Wade.

Desde la Guerra Civil, han sido tres las veces que el Klan ha renacido y ha agonizado, pero nunca ha muerto. Su primera encarnación fue fundada a finales de 1865 en Pulaski (Tennessee) por veteranos del Ejército Confederado de EE UU que, tras la guerra de Secesión, se resistieron a la Reconstrucción, el periodo de integración de la Unión tras la guerra: se negaban a aceptar la idea de los esclavos libres. La organización se dedicó a aterrorizar a todos los negros y a los pocos blancos que se atrevían a hacerles frente. Los supremacistas blancos toman el control de casi todos los Estados del sur. Al haber conseguido su objetivo, el Klan comienza a marchitarse como organización. La puntilla se la da en 1870 el presidente Ulysses S. Grant al prohibir la orden y dictar el Acta de derechos civiles de 1871 (conocida como “el Acta Ku-Klux Klan”). En las cuatro décadas y media que siguieron a su eliminación, las relaciones raciales en Estados Unidos llegaron a su punto más bajo. Pero la década de 1890 vio el mayor número de linchamientos por racismo que se han perpetrado en el país, según el Instituto Tuskegee. Las llamadas “leyes Jim Crow” (nombre del payaso que, pintado de negro, ridiculizaba a los de esta raza) todavía marcaban diferencias por el color de la piel. El Tribunal Supremo había establecido la legalidad de la segregación mediante una doctrina conocida como “iguales pero separados”. Pero para muchos, eso no era suficiente. El Imperio Invisible estaba preparado para volver a ponerse en pie.

Y entonces se estrenó ‘El nacimiento de una nación’, dirigida por D. W. Griffith, que coincidió con la fundación del segundo Ku Klux Klan. Era 1915 y otro hecho se concatenaría con los dos anteriores. Leo Frank, un judío acusado de violar y asesinar a una joven llamada Mary Phagan, fue linchado en medio de un gran frenesí mediático. Para muchos sureños había una fuerte resonancia entre el juicio de Leo Frank, quien finalmente fue ajusticiado por una turba que lo secuestró del calabozo donde estaba retenido, y la película El nacimiento de una nación, ya que veían una analogía entre Mary Phagan y Flora, uno de los personajes de la película. Aquella Flora era una joven virgen que se lanza desde un acantilado para evitar ser violada por el personaje negro Gus, descrito en el filme como un “renegado, producto de las viciosas doctrinas que los liberacionistas del Norte esparcieron por el Sur”.

Fue la época dorada del Klan. Hicieron nuevos enemigos: pusieron en la diana de su odio a los inmigrantes, en especial judíos y católicos, a la vez que siguieron practicando el viejo deporte en el que ya eran maestros: acosar y, a veces, asesinar negros. Sus militantes alcanzaron los cuatro millones tras la Primera Guerra Mundial. En su delirio, soñaron con llegar a los diez, tapados con sus hábitos blancos como si fueran –como creen que son– los fantasmas de los soldados de la Confederación, muertos en la batalla contra el Norte. La capucha, dicen ellos, es para preservar el anonimato y así compartir mérito de sus acciones. No queman cruces, las encienden. No matan, ajustician…

Pero tan rápido como el círculo ascendió, cayó. Escándalos, sangrías internas, defecciones… La última resurrección del Klan llegó con la aparición en escena de otro monstruo mucho más atroz: Adolf Hitler y su apéndice, el Partido Nazi. Y se incrementó el objeto de los ataques: comunistas, homosexuales, socialistas… Siguieron los linchamientos, llegando incluso a asesinar a soldados negros que volvían de la Segunda Guerra Mundial cuando aún llevaban puestos sus uniformes militares. El Klan les advirtió de que debían respetar los derechos de la raza blanca “en cuyo país se les permitía vivir”.

Y de nuevo el declive. “Esos negros a los que asesinaban conquistaban derechos civiles”, explica el historiador Wade. En 1974, el Ku Klux Klan alcanza su nadir. Desde entonces ha crecido lentamente y ha entrado en el siglo XXI exhibiendo una inquietante influencia entre los más jóvenes. “Es la organización racista más persistente de América”, define Wade. Una institución americana que hoy cuenta con cerca de 3.000 seguidores, escondidos bajo siglas legales y discretos en su afiliación. Tienen un código de reconocimiento mutuo. Cuando alguno de ellos cree estar en presencia de otro pregunta: “¿AYAK?”. Si la respuesta es “AKIA”, están en el mismo lado. Las siglas AYAK significan: “¿Are you a Klansman?” (“¿Eres miembro del Klan?”). AKIA lo confirma: “A Klansman I am” (“Soy miembro del Klan”).

Su apariencia es la de un hombre corriente… Bigote, manos que reflejan el trabajo, un buen marido y un buen padre, un tipo simpático. Otro más de los good old boys del confederado Sur. Pero la transformación está ahí. Los disfraces con los que se cubre la supremacía blanca en Estados Unidos siguen saliendo a escena.

Buscan conquistar “la revolución blanca”. “La raza blanca tiene que unirse, recuperar nuestra herencia, nuestro orgullo; igual que la raza negra lucha por el suyo, nosotros debemos ser una raza poderosa de nuevo”. Draper, el mago, el líder supremo, el hombre que entra en los cerebros de niños y adolescentes, quiere una vuelta a los años sesenta. “No se trata de arrebatarles derechos a los negros, que no puedan votar. Pero que ellos vayan a sus escuelas y nosotros a las nuestras. Mantengámonos separados”. Qué ironía. Draper predica la no violencia y toma prestadas ideas del asesinado reverendo negro Martin Luther King.

El jefe supremo del Imperio Invisible de América se hace visible y reclama una comparación imposible. Que su grupo tenga la misma presencia, fuerza y reconocimiento que el prestigioso NAACP (siglas de National Association for the Advancement of Colored People, la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color). “Nosotros luchamos por nuestra gente como lo hace la NAACP, no veo por qué no es posible”, se cuestiona Draper.

En Alabama, en Misisipi, en Georgia, en Tejas, en Misuri, en Tenneesse, en Luisiana… En campos idílicos de Estados sureños, los jóvenes esperan a la conversión. Tres primos aguardan que se inicie la ceremonia del fuego en Welsh, Luisiana. Descalza, sobre la lápida del dirigente Jimmie Maxie, una niña contempla el futuro que le espera. Ha llegado hasta allí de la mano de sus padres. De la misma mano llegará al altar. Y su mano será la que entregue a la causa blanca a sus futuros hijos. Ellos son el futuro. El Klan se dispone a encender otro inmenso crucifijo ayudado por el queroseno. “Cuando la cruz se ilumina, representa que Dios está en todos sitios y que su luz destruirá la oscuridad”. “Satán es poderoso, pero el que está ahí arriba es mucho más poderoso”. Ricky Draper considera que no quema cruces, no las profana; las enciende a la gloria de Dios. “Esta cruz es lo más querido por mí en el mundo después de mi familia. Daría mi vida si alguien quisiera dañarla”. Ricky Draper se prepara para oficiar una misa. En esta ocasión asiste su nieta de tres semanas. En Pulaski se fundó y en Pulaski sigue vivo el Klan. La mujer de Ricky Draper ha entablado una pelea con la dirección del instituto al que asiste su hija, porque en las clases de cuidados infantiles les entregan a los alumnos –todos blancos– un muñeco negro para hacer las prácticas…

Quizá sea el mismo que cuelga el niño de mirada insolente de la instantánea. El fotógrafo tuvo un salvoconducto, concedido por el mago imperial, para hacer su reportaje. Carta blanca. “Documenté sus acciones tal como ocurrieron. Lo que sucede es que a veces la verdad duele”, declara Bates. El padre del niño que lincha muñecos negros recibió con el cañón de su escopeta al fotógrafo. “Si vuelvo a ver publicada esa foto de mi pequeño, te vuelo la cabeza”.

Llega la noche. Arde la cruz. Draper tiene a su lado a una hija y a un nieto. La escena debe remontar a este hombre del sur a hace 40 años, cuando el Klan le cautivó. Parte de su misión está cumplida: pasar la revolución blanca de generación en generación. La antorcha de la intolerancia ya tiene otras manos que la recogerán.

*Reportaje publicado en EP[S] Imagénes del Proyecto KKK del fotógrafo James Edward Bates
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2 comments :

  1. Lo enfermizo de esta gente se celebra en El Salvador. Arena es un neo-KKK Clan de empresarios que odian la clase trabajadora como el galardonador del premio del ministerio de Educacion, el admirado por las bases de los mercados por su habil pajistica y de las ventas de los matutinos el codiciado papiro EL DIABLO DE HOY el muñeco monumento a la deshonra; KKKike Altomarrano !

    No sorpremdera defensores de este personaje lleno de rabia y habilidad de calumniador,que no deja de infundir miedo por su complicidad en cubrir delitos de la corrupcion de gobernantes arenistas. Es mejor tratarlo con la vemia de la Sagradas Escrituras: ESCARNECEDOR !

    Los KKK en El Salvador optaron por un mejor dizfraz; El de la cruz negra y "cristiana" del Fascista Generalisimo Dictador Franco de España.

    Si no lo cree, vaya a deleitarse sus ojitos a los lugares que pilulan semejantes ejemplares que no esconden su color blanco de tez en contra los humildes trabajadores que ocultan en sus casas haciendo oficios de esclavos.

    Saludos,

    Jose Matatias Delgado Y Del Hambre.

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  2. Buen reportaje de fondo amigos

    Saludes

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