Regreso al tercer mundo

Por Néstor Martínez*

Los temores me asaltan cuando estoy subiendo al avión que me traerá de regreso a El Salvador. He pasado casi dos semanas en la ciudad de Los Ángeles, California. Allí sentí el abrazo de la seguridad al caminar por sus calles, al transitar por las calles cuando los amigos me llevaban en sus vehículos. Todos respetuosos de las señales de tránsito. Las calles limpias. El agua abundante. Sin ruidos estruendosos por ningún lado. Durante la celebración de las Fiestas Agostinas Angelinas (1,2 y 3 de agosto), nadie bebió licor. Los asistentes disfrutaron con seguridad de los juegos mecánicos y otras diversiones. En el Parque McArthur muchos emigrantes jugaban al fútbol sin temor alguno. Aparecía un policía y en los rostros de las personas se reflejaba el respeto y temor a la ley y a su representante. Todos quietos, sin aires retadores.

Luego de dos días (sábado y domingo) de festividades sobre la Avenida Wilshire, en la sección que atraviesa el Parque, ésta quedó el lunes como si nada, bien limpia e igualmente el McArthur.

En las reuniones privadas nadie se violenta y todos exponen sus puntos de vista, por supuesto que se alza la voz, pero no se grita. Terminamos bromeando y quejándonos de lo caliente que está la ciudad y lo que tarda la noche en llegar. Las ocho de la noche y todavía hay luz solar.

Llegó mi hermano Fidel con la carga de temores, aunque él venía de Canadá. Se dice que Los Ángeles es una ciudad violenta. En el departamento mi hermano tenía temor de dejar sus documentos y valores. “Aquí no roban”, le insistía, pero él no creía. Cuando se marchó una semana después estoy seguro que sus temores se habían disipados.

En cambio mis temores empezaron a asaltarme. Se sentaron conmigo. Volvía al país de las altas estadísticas en crímenes, de la basura acumulada por todos lados, de las grandes humazones saliendo de todo tipo de vehículo, del fuerte sonido al interior de los vehículos del transporte colectivo y cuantas veces se le ocurra al vecino con sus aparatos de sonidos, del tránsito vehicular salvaje, de las cóleras a flor de piel, de las borracheras a la vista de todo el mundo, del desorden institucionalizado, de los asaltantes de buses, de las prostitutas al aire libre, de los mareros apropiados de las colonias, de desorden urbano, de las casas enanas (las famosas palomeras para obreros), de los microondas llamadas viviendas (paredes y techo de lámina) por la propaganda y publicidad, de la ciudad capital convertida en un gigantesco mercado y en una gigantesca estación de buses, de los políticos corruptos y mentirosos a la luz del sol.

Durante el vuelo me preguntaba si mi familia estaba bien, si no los habían asaltado, si no estaban enfermos en un país en el que los hospitales son peligrosos y desesperanzadores, donde a los gobiernos y los pudientes poco les importa el bienestar común…

¡Y pensar que muchos creen y propagan que estas desgracias son el folclor que añoran! ¡Incluso muchas camisetas para el recuerdo de los que nos visitan tienen estampadas estas escenas y costumbres degradantes! ¡El tercer mundo en todo su esplendor!

A tres días de estar en El Salvador, los temores viven en mi cotidianidad que pasan desapercibidos, pero vuelven cuando me subo al bus, cuando transito por las calles…
Estoy frente a mi computadora coordinando las letras para este escrito, me detengo un momento… y pienso que no solo por dólares emigra la gente...

Periodista/Escritor salvadoreño

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