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Carta de una Madre Desgarrada

Por Hilda María Jiménez Molina* -22 junio del 2000.

Katya, una linda niña de cuerpo y alma, sencilla, humilde, agradecida, cariñosa e inteligente. Esto y mucho más era mi amada hijita.

Katya, mi niña de apenas 9 años de edad, quien recién los había cumplido un sábado 13 de marzo de 1999. Ella fue violada y asesinada en la madrugada del domingo 4 de abril de 1999. En esa trágica ocasión, Katya estaba en compañía de su papá, Capitán Edwin Antonio Miranda Méndez, Jefe del Departamento de Logística del Estado Mayor Presidencial; su hermanita, Gina Marcela Miranda Jiménez; sus abuelos, Abogado Carlos Miranda González y Rosa Natalia de Miranda; sus tíos: Subcomisionado Godofredo Adalberto Miranda, quien se desempeñaba como Segundo Jefe de la División de Investigación Criminal (DIC) de la Policía Nacional Civil (PNC), Capitán Jorge Alberto Miranda de alta en la Fuerza Armada de El Salvador, Doris de Miranda, Yanira Miranda de Recinos, Tito Livio Recinos, Rebeca de Miranda; 5 niños menores de edad; y los empleados Luis Alonso López y Francisco Rosales, ambos trabajadores fieles de Carlos Miranda González.

Nadie, absolutamente nadie se pudo dar cuenta, ni escuchó, ni vio algo que le pareciera extraño y peligroso para alguna de las personas que allí se encontraban. Es absurdo y totalmente extraño que bajo el cuidado de gente capacitada en uso de armas de fuego, entrenados y sobrevivientes de una guerra tan intensa y difícil como la que sufrimos todas y todos los salvadoreños, hayan sido dormidos, sedados y burlados por alguien. Tendría que haber sido demasiado hábil y capacitado como para introducirse y dirigirse sin equivocación alguna, exactamente dentro de una mini tienda de campaña y casi atropellando al Capitán Edwin Miranda, para sacar tan sencillamente a Katya, como si mi hija -que medía casi un metro 40 centímetros- tuviese el peso de una pluma y no casi las 90 libras.

Es imposible que su papá, quien se encontraba junto a ella, y sus abuelos que se encontraban a escasos 2 metros de distancia, al igual que el Capitán Jorge Miranda y Rebeca de Miranda, y todas las demás personas que allí se encontraban, no se hayan dado cuenta que mi amada Katya fue extraída, cargada, golpeada, abusada sexualmente (violada) con toda la crueldad existente y por último asfixiada. Nadie escuchó un grito de terror y de dolor, nadie se preocupó por protegerla y auxiliarla estando la mayoría armada y siendo todos responsables de velar por la vida y seguridad de todos los niños que allí se encontraban.

Pudieron haber matado a mis dos hijas puesto que Gina Marcela al igual que Katya, se encontraba en la tienda de campaña con su padre, según su versión, quien le daba seguridad al Señor Presidente de La República de El Salvador y quien anduvo con el Servicio Secreto de Los Estados Unidos en la recién venida del Sr. Presidente Bill Clinton, en marzo de 1999

Me parece increíble que casos como el asesinato y violación de mi Katya siga, a casi 14 meses (4 de junio de 2000), sin resolverse. Porque se han destruido, alterado y ocultado pruebas que podrían haber incriminada aún más a los cuatro imputados (el papá de Katya, su abuelo y sus dos empleados), quienes están protegiéndose unos a otros y a la vez cayendo en miles de contradicciones. Todo ello es posible en El Salvador, porque la impunidad sigue imponiéndose sobre la base de un sistema judicial corrupto e ineficiente.

Espero que Dios Todopoderoso ilumine a la Señora Jueza para que cumpla con su deber: hacer prevalecer la Justicia. Una Justicia que sólo los más privilegiados de este pobre país, donde nos tocó nacer, puedan aspirar; y los menos privilegiados, tenemos que luchar duramente aunque nuestro corazón se desgarre y esté completamente ensangrentado. Debemos levantarnos, ponernos de pie y prácticamente olvidarnos del miedo a ser asesinados por nuestro deseo de pedir, a gritos y con todo el derecho del mundo, ¡Justicia!

Enfrentarnos a un sistema cerrado donde cuando no conviene escuchar no se escucha, donde existe un temor horrible a ser involucrados completamente porque eso puede provocar que se saquen a luz sus mismas corrupciones, donde el delincuente y el asesino con algún poder siguen teniendo privilegios, donde se ha olvidado por completo uno de los Diez Mandamientos: “No matar”.

¿Acaso en nuestro El Salvador desean que el pueblo tome la justicia por sus manos? ¿O quizá deseen regresar al tiempo del régimen militar?

Yo como madre de Katya, quien le dio con sacrificios no soldados a la Patria pero sí 2 niñas que serían brillantes, honradas y justas en sus profesiones escogidas por ellas mismas. Me entristezco profundamente de saber que la misma familia no me las cuidó; me horrorizo al pensar que pudieron haberme matado a mis dos amores, a mis pequeñas con las que me sentía realizada como madre y -aunque no tengo una carrera universitaria- me enorgullecía saberme buena y protectora mamá.

La vida a veces nos pega tan fuerte que nos hace dar vuelta. No puedo quedarme cruzada de brazos sin hacer nada para encontrar al o los asesinos de mi “bebé grande”, como yo la llamaba. Katya no les debía nada, ni una tan sola mala mirada, expresión o malcriadeza. Nada que la llevara a morir de esa forma tan terrible. Katya solamente quería ser buena hija, hermana, sobrina, nieta y amiga. Quería ser astronauta y darme la inmensa alegría de verla graduarse. Si algo se debía era por parte de nosotros los adultos y no de Katya. Nos arruinaron la vida completamente; ésta jamás será la misma para todos los que la conocimos. No pasa un segundo sin que la recuerde, sin extrañarla y querer tocarla, besarla, bañarla, peinarla, decirle que la amo, mirarla, escucharla…

Me mataron a mi niña y El Salvador o mejor dicho el Órgano Judicial, parece que no piensa llevar a la cárcel a los asesinos. Lucho por todos esos niños y niñas que aún siguen siendo objeto de abusos y maltratos, sin encontrar apoyo y ayuda en nosotros los adultos, en la gente “grande” que se supone tiene que atenderles y protegerles. Lucho por esos jóvenes y mujeres u hombres que fueron abusados en su infancia y jamás se atrevieron a decírselo a nadie, porque les hicieron creer que ellos eran los sucios y culpables, los malos, provocadores y mentirosos, y no los adultos.

Quiero confiar en mi país, quiero confiar en la justicia salvadoreña, quiero que la gente se anime a denunciar y a luchar -“Dios provee”-; quiero que las y los salvadoreños confiemos en que si se nos violan nuestros derechos, se castigará con todo el peso de la Ley a los responsables. Confío en Dios Todopoderoso, tengo fe y estoy plenamente convencida de detestar el maltrato infantil. Dios hace justicia pero pide con autoridad que también se haga justicia y cumplamos con las leyes aquí en la tierra.

Si mi caso o el caso Katya -como le llaman- queda en la impunidad, causará inmensa tristeza, indignación, repudio y desconfianza en todo nuestro país. Pero el mundo entero sabrá que El Salvador está harto de vivir en la impunidad. Le ruego a Dios no se origine un verdadero caos y vuelva a repetirse nuestra amarga historia, una guerra a la que no deseamos regresar.

*Miembro del Comité Consultivo de Salvadoreños en el Mundo
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3 comments :

  1. El caso de Katia, es uno que me sigue afectando y quizá enfermando. Me he puesto ha pensar en el dolor y desesperación que pasó esa niña. Es simplemente inhumano. Indigna, que quienes deben dar el ejemplo como autoridades, hayan cometido tal crimen con alguien indefenso y que llevaba su sangre. A los culpables, no les queda otro camino que confesar, por el bien de ellos mismos. Estoy seguro que no tienen paz en su espíritu. A la madre de Katia, le expreso mi solidaridad. Igualmente me sentí cuando vi la foto de un niño calcinado agarrado de una pata de una mesa, probablemente del dolor que le causaban, en la masacre de El Mozote. Katia se ha convertido en un estandarte de lucha contra la impunidad. Pero el dolor de ella me duele a mi y me seguirá doliendo hasta el final de mis días. Paremos la bestialidad contra la niñez salvadoreña.

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  2. Amigo de las 9:41 estamos con la madre. Podra escaparse a la justicia salvadoreña, pero no la del Todopoderoso.

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  3. Aún recuerdo esa semana santa, cuando nos dieron la noticia que Katy habia muerto ahogada... no lo podia creer. Pero fué peor cuando se supo la verdad de su muerte y quienes eran los sospechosos del crimen. Soy madre y no quiero pensar que algo asi le pueda pasar a mis hijos u otros niñas(os). Y comparto lo del amigo de las 11.41 los asesinos no escaparan de la ley de Dios.

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