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El Gran Agujero Negro de La Justicia Salvadoreña

IDHUCA y madre de Katya Miranda quieren reabrir el caso a un año de que prescriba - Por Daniel Valencia - Publicado en el Faro.net - 31 de Marzo de 2008

A nueve años del crimen, la madre de Katya Miranda pedirá que se investigue a su ex esposo, Edwin Miranda, por asesinato y violación en contra de su hija, Katya. Hilda María Jiménez revela que tras el crimen se enteró de que tanto el abuelo como el padre de la niña abusaban sexualmente de ella. En la reapertura del caso, la madre y el IDHUCA le apuestan al testimonio de la hermana y de un testigo clave.

Miguel Campos quiere limpiar la tumba de Katya Miranda pese a que no sabe quién es ella ni lo qué le pasó, hace nueve años. Miguel apenas tiene once años, dos de los cuales los ha dedicado a lustrar y darle brillo a las lápidas del cementerio Jardines del Recuerdo.

Miguel tenía apenas dos años en 1999, y no se dio cuenta de que el resto del país se conmocionó al descubrir a una niña llamada Katya Miranda violada y asesinada en una playa frente al rancho de su abuelo paterno. En el rancho había 11 adultos y siete niños, incluida Katya. De los adultos, nadie escuchó ni vio nada. De eso hace ya nueve años, y aun no hay culpables. Un año más y el caso prescribirá, y Miguel estará entonces limpiando la tumba de una víctima cuyos asesinos quedaron impunes.

En Washington, Hilda María Jiménez, madre de Katya, no se explica cómo tras nueve años el caso aún no se ha resuelto. Jiménez tuvo que exiliarse en Estados Unidos tras recibir amenazas, cuando insistía en que se investigara el asesinato de su hija. Ahora, con el tiempo en contra, vuelve a pedir justicia para su hija y acusa directamente a quien ella cree que es culpable: Edwin Miranda, su ex esposo y padre de Katya, que en ese entonces era jefe del Batallón Presidencial.

“No se puede acusar a una misma persona por el mismo delito. Pero Edwin Miranda no fue y no ha sido juzgado por el asesinato y violación en contra de mi hija”, dice Jiménez, vía telefónica, a El Faro.

En la Playa Los Blancos, algunos testigos todavía recuerdan el cuerpecito de Katya, desnudo, boca arriba, en la arena. “Ya estaba bonita. Era chelita… Así eran las piernas mire (hace señas con las manos para explicar que eran gruesas). Fue como a las 6:30 de la mañana. Iba con mi esposo a dejar cajas de bebidas al puesto cuando vimos la multitud, ahí frente al Kilo 14. Todavía tenía puesto el calzoncito”, dice “Sonia”, una habitante y comerciante de Los Blancos. Prefiere guardar su verdadero nombre porque teme que “investigadores que no se identifican” parecidos a los de hace nueve años la lleguen a hostigar por lo que vio.

“Nadie se cree que en ese rancho nadie vio nada. Imagino el dolor de la madre y al igual que ella no entiendo cómo es que no han capturado al culpable”.

Según la autopsia de Medicina Legal, a la niña, después de violarla, le contraminaron la cara contra la arena, provocándole asfixia por sofocación. Su cara y su labio inferior presentaban laceraciones.

“Mi corazón de madre, hace nueve años, me decía que era imposible que el padre de mis hijas cometiera un crimen tan atroz. Y cuando decidí denunciar, esperaba que pudieran llegar a los culpables. Hace nueve años no creí que hubiera sido ese señor (Edwin), pero ahora existe esa probabilidad. Hay más probabilidades de que haya sido el papá y no el abuelo”, dice.

“Yo estoy convencido de que fue el papá. No creo que un padre, a menos que sea un padre desnaturalizado, deje que el crimen de su hija quede en la impunidad. Se está protegiendo él, no a su papá ni a nadie más”, comparte Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana (IDHUCA), institución que acompañó el caso a petición de la madre de Katya.

“Hay que responsabilizar a alguien por la violación y el asesinato –a una o más personas- y al resto por encubrimiento”, añade. El IDHUCA planea presentar una carta firmada por Hilda Jiménez al fiscal general Félix Garrid Safie para que reabra el caso bajo esta nueva acusación.

Jiménez y Cuellar creen que existen los suficientes elementos y los testimonios claves para cerrar el caso y castigar a los culpables del crimen y a los culpables por encubrimiento. En esos testimonios, la madre de Katya y Cuéllar apuestan por dos: un testigo clave, que estaba esa noche en el rancho, y el testimonio de Gina Marcela, hermana de Katya, que hoy tiene 16 años.

“Hemos estado recibiendo terapias psicológicas y psiquiátricas. Acordémonos que él (Edwin) estuvo mintiéndole todo ese día a Gina Marcela sobre Katya, y en la noche la llevó de una sola vez a ver el cadáver en el féretro de su hermana. Imagínese el horror de esta niña, de ver a su hermana, su ídolo, muerta, con laceraciones en su rostro. Detengámonos a pensar qué le estaba queriendo decir Edwin a Gina. ¿Eso fue una amenaza o qué?”, dice Jiménez.

“Si se da el testimonio, todavía no sé –porque no he hablado con los abogados- si lo tienen que tomar las autoridades salvadoreñas allá o tienen que venir acá. Aunque le digo que no confío en la autoridades de mi país. Preferiría que se hiciera desde aquí, porque este país nos protege”, añade.

A la orilla del mar, hace nueve años

La playa Los Blancos es una de las cuatro playas del pacífico salvadoreño que conforman el complejo turístico Costa del Sol. La Costa, como se le conoce popularmente, se caracteriza por ser uno de los principales centros de atracción turística en las festividades del verano salvadoreño (marzo-abril); y por estar dominada por ranchos privados –y comerciales- en su orilla.

En el verano de 1999, para las festividades de semana santa, la familia Miranda fue a pasar la noche al rancho del abuelo de Katya, Carlos Miranda.

“Ese día dejé ir a mis hijas porque me lo rogó su abuela paterna, doña Rosa (Natalia Méndez de Miranda). Ella quedó a cargo de mis hijas y no entiendo cómo permitió que le pasara eso a Katy; y cómo ha podido vivir tantos años con ese crimen en su conciencia”, dice Hilda entre sollozos.

Dejó a Katya de nueve años y su hermana, Gina Marcela, de 7, al cuidado de su abuela. Además de doña Rosa, en el rancho también estaban su abuelo, Carlos; el padre de las niñas, Edwin; los primos hermanos de Edwin, Godofredo Miranda y Jorge Miranda; la esposa de Godofredo Doris Elizabeth; la novia de Jorge, Iris Rebeca; una prima de Edwin, Yanira Miranda de Recinos y su esposo, Tito Livio Recinos.

También estaban los dos empleados de Carlos Miranda, Luis Alonso López y Francisco Ramos.

Además de Katya y su hermana, ahí durmieron los niños Yanira Rafaela Recinos (12 años), Tito Livio Recinos (7), Godofredo Antonio Miranda Ríos (8), Jorge Antonio Miranda Ríos (6) y Gracia María Miranda Ríos (1 año).

En la noche del sábado 3 y la madrugada del domingo 4, alguien sacó a Katya de la tienda de dormir en la que estaba recostada junto a su hermana. Caminó junto a ella sobre la arena y pasó frente al resto de invitados, que dormía en las camas de los pick ups. El abuelo de Katya dormía, supuestamente, en una hamaca cerca de la tienda. Su abuela, en una cama a la par de su esposo. Antes de salir a la playa, Katya y su asesino pasaron frente a los vigilantes, que dormían en una ramada cerca de la salida a la playa.

El rancho de la familia Miranda hoy luce abandonado y está a la venta. Sobreviven dentro del terreno dos fosas sépticas, la piscina, tres mesas de concreto, dos bancas de concreto, una parrilla para cocinar, 24 cocoteros en el mismo terreno donde esa noche durmió la familia miranda y dos almendros. En el resto del terreno, en dirección a la carretera, hay más cocoteros, árboles de marañon, almendros y dos pozos secos. A la par del rancho, hay una propiedad privada donde los empleados dicen no recordar nada porque no vieron nada.

En el siguiente rancho hay un restaurante con piscina frente al mar, llamado el “Kilo 14”. Hace nueve años, cuando la policía investigó el crimen, uno de los vigilantes del restaurante dijo haber visto en la madrugada a unas personas que formaban un círculo. Dentro del círculo, una pareja hacía el amor sobre la arena. Como eso era una práctica común en la zona, el vigilante dijo no tomarle importancia.

“Claudia”, cocinera del Kilo 14 desde hace 15 años, recuerda que el día del asesinato, a las 7:30, ya era conocido en toda la zona que habían matado a una niña. “A esos vigilantes sólo que los busque en el Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada los encuentra. En esa época era el IPSFA el que los contrataba para cuidar aquí”, dice.

“Edwin Miranda afirma que a las 4:30 a.m. del domingo 4 se percató de que una de sus hijas, Katya Natalia, no estaba en la tienda de campaña y se dispuso a buscarla en el terreno preguntando sobre el paradero de la niña a su madre, luego a su padre y, posteriormente, a sus otros familiares. Súbitamente, dice, escuchó el grito de su madre y observó que en la playa, fuera del rancho, un grupo de personas rodeaban un cadáver: era el de Katya”, se narra en el libro “Caso Katya”, del IDHUCA.

Según las investigaciones realizadas hace nueve años, entre las 3:30 y 4 de la madrugada, el primero en llegar a la escena del crimen fue un vigilante de uno de los ranchos vecinos que, junto a otros cuatro sujetos que pasaban por el lugar, sacaron el cuerpo del agua que comenzaba a ser arrastrado por las olas.

“(…) A las cinco de la mañana, Edwin Miranda le habló su cuñado, Edmundo Jiménez, diciéndole que su hija se había ahogado. Hilda María supo de la muerte de su hija a las siete de la mañana”, continúa.

La policía y la fiscalía llegaron después a identificar el cadáver. Ahí, el médico forense dijo que la niña no había muerto ahogada. Murió por asfixia por sofocación luego de ser violada. Dentro del rancho, la tienda de campaña donde dormía la niña ya había sido levantada a solicitud del abuelo de Katya.

El tío de Katya, Godofredo, un policía con una carrera en ascenso, en ese entonces sub jefe de la División de Investigación Criminal, permitió que se contaminara la escena del crimen. Se retiró la tienda de campaña, el abuelo de Katya y el padre se llevaron el cadáver a medicina legal de San Vicente, no se impuso un perímetro ni se recogieron testimonios de los ahí presentes. Hace nueve años, cuando los medios de comunicación le preguntaron por qué no hizo respetar la escena del crimen, Godofredo Miranda respondió que no estaba de servicio.

Miranda ahora es el jefe de la División Antinarcóticos (DAN) de la PNC. El Faro pidió una entrevista con él pero el jefe de comunicaciones de la institución policial, Arturo Villeda, advirtió que Miranda no da declaraciones sobre la muerte de su sobrina.


El “spray”, “Palo” y Doroteo Maradiaga

Hay varias versiones de lo que pasó. Las principales las dio a conocer el abuelo, principal acusado de la Fiscalía por la violación y asesinato de la niña, en enero del año 2000.

Miranda declaró a la Fiscalía que tenía un enemigo, de nombre Doroteo Maradiaga, que por un asunto de dinero lo había amenazado. En la versión de Miranda, Maradiaga contrató a “Palo” (Rafael Cuenca), un reconocido delincuente de Los Blancos, para que violara y asesinara a Katya. Nunca se comprobó esta acusación. Cuenca y Maradiaga perdieron la vida hace dos años. El primero fue asesinado el 30 de agosto de 2005 por sujetos desconocidos. El segundo murió por causa natural, según dice Benjamín Cuellar.

La familia Miranda se sumó a la versión de su abuelo. Esta planteaba que “Palo” entró a la propiedad, les roció un spray adormecedor a todos y así pudo sacar a la niña del lugar.

“¡Por favor!”, dice Hilda Jiménez. “Dos miembros de la Fuerza Armada, un policía y no se dieron cuenta y no pudieron evitarlo. Eso nunca se creyó”.

Para Cuéllar y Jiménez, Carlos Miranda, un abogado y notario ya retirado, hizo los movimientos suficientes como para entorpecer la investigación y buscar el fallo a su favor y el de los otros tres acusados: su hijo, Edwin (acusado por abandono), y sus dos empleados, acusados por encubrimiento.

Cuéllar dice que el IDHUCA pidió a un experto en somníferos que determinara si de verdad pudo dormirse a 18 personas de esa manera. “Y nos dijo que ahí sólo que una avioneta hubiera pasado rociando el somnífero hubiera dormido a todos. No pudo andar de uno en uno. Además, los vigilantes andaban con machete. No sé si había pistolas”, dice Cuellar.

El IDHUCA reclama la actuación de la Fiscalía -a cargo de Belisario Artiga- por los errores que cometió en el caso. El primero de ellos se cometió la noche previa a la captura de Carlos Miranda y su hijo Edwin. Artiga había ingresado a la FGR en noviembre de 1999, después de un impasse de cinco meses en la elección del fiscal general.

El 18 de enero de 2000, Jiménez, Cuéllar y seis miembros de la familia Miranda se reunieron con ellos y el fiscal general, Belisario Artiga, para contarles lo que habían visto.

En esa reunión, los testigos comentaron que vieron a Edwin Miranda despedirse de Katya con un “beso de lengua” en la boca. Más tarde, en el juicio, estas seis personas dijeron que lo que constaba en el acta fiscal no era cierto y regresaron a la versión del spray adormecedor. Dichos testimonios, pese a que constaron en acta, fueron recogidos por la Fiscalía como información extraoficial. Al día siguiente, Belisario Artiga dijo tener las pruebas suficientes para acusar al abuelo por asesinato y violación y al padre por abandono. Y así lo hizo.

“Yanira y Doris dijeron que Edwin estaba besando a Katy. ¿Por qué se hicieron para atrás en el juicio? ¿Por qué Belisario Artiga, que prometió esclarecer el caso, tuvo dos periodos y no hizo nada? Todas esas cosas me llevan a pensar que a Edwin y a la familia se le protege por algo. Edwin era jefe del batallón presidencial. ¿Qué sabe él o qué sabe Godofredo Miranda de Calderón Sol y su gobierno para que en vez de investigarlos los hayan promovido? Edwin ahora es mayor, Godofredo es jefe de la DIC”, se queja Jiménez.

La otra versión

“A Edwin, a Godofredo y a su familia se les protege por saber algo de la administración de Armando Calderón Sol. ¿Qué, no lo sé?” dice Hilda Jiménez. “Siempre lo he dicho pero siempre se me ha censurado esa parte en los medios de comunicación”.

Tras el juicio contra el abuelo y el padre de Katya, Hilda María Jiménez se exilió en Estados Unidos debido a las amenazas de muerte que recibió en su contra si continuaba peleando por el caso.

Jiménez incluso denunció que el Organismo de Inteligencia del Estado investigó el caso e hizo pruebas con polígrafos a la familia Miranda. Cuando la Fiscalía pidió dicha investigación, el entonces jefe de la OIE respondió diciendo que esta nunca se había realizado y que las pruebas de polígrafo fueron hechas solo al capitán Edwin Miranda luego de que este las solicitara.

El caso llegó al juzgado de paz de San Luis la Herradura el 24 de enero de 2004. La jueza de paz lo envió el mismo día al juzgado de Instrucción de San Luis Talpa. Durante el juicio (duró nueve meses) la jueza Ana María Guzmán Morales declaró en dos ocasiones que las pruebas de la fiscalía no se sostenían. El 10 de octubre de 2000, la jueza decretó sobreseimiento definitivo para Edwin Miranda (acusado en ese entonces por abandono) y sobreseimiento provisional para su padre y sus empleados.

Cuando el caso fue cerrado, la jueza Guzmán Morales regañó a la madre de Katya, insinuando que por su culpa la niña había sido violada y asesinada. Meses más tarde, esta jueza recibió una sanción de la Corte Suprema de Justicia por su actuación en el caso y su actuación en contra de la madre de Katya.

La fiscalía tenía un año para presentar más pruebas en contra del abuelo de Katya y los dos empleados… y para reabrir el caso. No presentó nada. En octubre de 2001, la jueza decretó sobreseimiento definitivo y desde esa fecha el caso está archivado.

En la administración de Belisario Artiga, la Fiscalía cometió errores como el de ordenar la reconstrucción del crimen sin tener la facultad legal para hacerlo. Según la legislación, la reconstrucción de un crimen sólo la puede ordenar un juez.

El Faro intentó conocer la versión del ex fiscal Belisario Artiga pero este se excusó diciendo que ya no le compete el caso. También se intentó conocer si la Fiscalía reabrirá el caso en el último año de vigencia, pero el actual fiscal, Félix Garrid Safie, según la oficina de prensa de la fiscalía, está evaluando dar una declaración.

En la Playa San Blas, los lugareños dicen que el caso es tan fácil de resolver como así de fácil fue que las olas limpiaran la escena del crimen. A Katya no se le tomaron muestras de ADN en las uñas sino hasta la velación de su cuerpo. El blumer que llevaba puesto desapareció. La tienda de campaña, junto a su ropa, se quemó el 31 de diciembre de 1999, día en el que la casa de su abuelo fue “quemada” por sujetos desconocidos. No se pudo determinar cómo se incendió porque el abuelo, al día siguiente, barrió la escena del crimen.

“Toda la familia Miranda me falló. Godofredo no veló porque se investigara como se debía y el resto se quedaron callados. Es más, hasta hoy, yo sé que mi hija era abusada sexualmente por su padre y su abuelo”, revela Hilda Jiménez. “Me lo ha dicho gente que lo vio y lo supo. La misma persona que está dispuesta ahora a declarar lo sabe”.

La madre dice haberse enterado de esos abusos hasta después de que la niña fue asesinada. “¿Usted cree que si lo hubiera sabido o sospechado hubiera permitido que mis hijas frecuentaran a estas personas? Yo no les prestaba a mis hijas a nadie más que a su padre y a su abuela. ¡Y hasta años después me vine a enterar que abusaban de mi Katy! Para que mi Katy, Gina y yo descansemos en paz, se tiene que hacer justicia. Y seguiremos luchando por ello”.

En el cementerio, el jefe de servicios fúnebres, Juan Mena, comenta que la tumba de Katya es visitada, siempre, en el aniversario de su asesinato. “Siempre han venido medios de comunicación y de la familia materna, desde hace nueve años”, dice.

Ahí, frente a la placa de Katya, el niño Miguel Campos limpia tumbas de Jardines del Recuerdo, se encoge de hombros luego de que le contamos quién es la niña cuya lápida ha limpiado con esmero. Él está aún muy pequeño como para entenderlo. La niña del Colegio Corazón de María, cuando fue violada y asesinada, también.
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