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La Aurora del 2 de abril de 1944


Dr. Victor M. Valle

El dos de abril 1944, el domingo de ramos, hubo una rebelión contra el sórdido eslabón de la dictadura militar de El Salvador, la parte que le tocó encabezar al General Maximiliano Hernández Martinez.
Después de 13 años de gobierno dictatorial, de mano dura como se diría ahora, la coyuntura internacional hacía que a El Salvador entraran ideas de democracia: las potencias del eje –Alemania nazi, Italia fascista y Japón imperial- estaban en camino a la derrota. Hubo un alzamiento cívico-militar que abrió el camino para el derrocamiento de Martínez, como se le decía en forma abreviada al dictador.
Martínez había estrenado su gobierno con la represión de otra rebelión, la de enero de 1932; había introducido algunas reformas bancarias en el estado y mantenido a raya cualquier deseo y acción de apertura democrática.
El alzamiento se supo por medio de una transmisión radial. Surgió una figura imprevista e insospechada: el Dr. Arturo Romero a quien más tarde se le calificaría como el Hombre Símbolo de la Revolución, pues algunos sectores quisieron ver en la rebelión de ese día, la aurora del dos de abril como le llamó algún periodista, el comienzo de una revolución, de la tan esperada revolución. Él era un médico educado en Europa con el prestigio de ser muy humanitario.
Nací en tiempos de la dictadura de Martínez. Mi primer recuerdo, impactante por cierto y para no ser olvidado, tiene que ver con los miedos que invadían las casas, entre ellas la mía, en torno al alzamiento de dos de abril, la inmediata represión, la huelga general de brazos caídos y, al fin, la retirada de Martínez hacia el destierro. Yo tenía tres años entonces.
Crecí y alcancé la niñez oyendo del Dr. Romero y sus admiradas virtudes. Escuché los audaces gritos en el estadio Flor Blanca, cuando aún no tenía alumbrado para los juegos nocturnos, de “Viva Romero hijos de puta”. Aprendí de mi padre lo grande y valiente que era el Dr. Romero quien, de acuerdo a lo que aprendí mucho después, despertó muchas esperanzas.
A mis escasos cuatro años de edad, un borracho de aspecto campesino me agredió, en el parque Daniel Hernández, de mi Santa Tecla, porque vestía un trajecito blanco con botones rojos, los colores del partido del Dr. Romero. Mientras me arrancaba los botones gritaba: “Muera Romero hijos de puta”. Así me estrené en la confrontación política.
El evento del dos de abril ha sido comentado numerosas veces. Probablemente tenga muchos significados. Según algunos adultos de mi adolescencia, el dos de abril fue un impulso a la esperanza y un aire fresco para la democracia.
Sin ninguna duda, contuvo victorias populares momentáneas. Martínez cayó, se abrió un paréntesis democrático; pero hubo un contragolpe después del cual se montó como dictador temporal el Coronel Osmín Aguirre y Salinas. La dictadura se reacomodó y duraría otros 35 años, con algunos breves paréntesis de esperanzas democráticas, en 1948 y 1960.
Martínez había comenzado su gobierno anegado de sangre popular y, cuando controló la rebelión, desplegó los mismos apetitos de 1932. Fusiló sumariamente a líderes civiles y militares, a ciudadanos en protesta y a muchos inocentes.
Osvaldo Escobar Velado escribió versos hermosos sobre héroes y mártires de esa coyuntura.
Ante el asesinato de dos mujeres, Adelina Suncín y Altagracia Kalil, escribió:
“Valiente la Policía/Orden de los coroneles. /En los días más amargos/Mataron a dos mujeres.
Heroínas populares. /Duermen su sueño celeste. /Desde que ustedes murieron. /Se hizo más grande la muerte.”
Un conspirador civil, Victor Manuel Marín, fue detenido, torturado y fusilado. Se dice que antes de ejecutarlo le cortaron la lengua. Osvaldo Escobar Velado, sobre Victor Marín, escribió:
“Cantar la Patria es retornar a Víctor Manuel Marín y a su silencio claro.
Retornar a su lengua de ángel y de mártir/que calló el nombre de los conjurados. . .”
El dos de abril de 1944 dejó huellas en las luchas populares. Si en abril hubo el alzamiento precursor, en mayo cayó Martínez ante el empuje popular y la Huelga General de Brazos Caídos. Por eso durante mucho tiempo se habló de los gloriosas jornadas de abril y mayo, por eso una columna obrera del Frente Unido de Acción Revolucionaria, de los 1960s, se llamó Columna 9 de Mayo y por eso un partido de izquierda, que quiso inscribirse, al que nunca le dio la dictadura inscripción legal, se llamó Partido Revolucionario Abril y Mayo.
El dos de abril de 1944 hubo una aurora de esperanza y hubo siembra de semillas que germinaron y dieron frutos después.
El Dr. Arturo Romero se fue del país, después de un intento de alcanzar la Presidencia. En 1959 regresó, cuando le ofrecieron la Rectoría de la Universidad de El Salvador; pero declinó para regresar a Costa Rica donde se exilió desde los 1940s.
El Dr. Romero hizo en Costa Rica notable carrera como educador y promotor de la salud pública. En 1965, murió en un accidente de tránsito, en Honduras, junto a su esposa y un grupo de jóvenes balletistas. El 28 de septiembre 1965, pocos días después de su trágica muerte, la Asamblea Legislativa de Costa Rica lo declaró Ciudadano de Honor. Ahora, en el Auditorio de la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, hay una foto de su rostro para que las nuevas generaciones lo recuerden.
Extrañas coincidencias. Tres Romeros para un país: Monseñor Romero, el humanista mártir y universal; el Dr. Romero, el símbolo de una revolución que no fue, y el General Romero, el último eslabón de la dictadura militar que ojalá nunca más sea, a pesar de los nostálgicos y sus colaboracionistas.
Después de 68 años debemos decir, Honor a los héroes y mártires del 2 de abril de 1944, porque ellos sembraron semillas fecundas.
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