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Cultura salvadoreña, ¿un producto exótico?

Cultura salvadoreña, ¿un producto exótico?
Por Gabriela Lynda Cabrero

Hoy por hoy no solo el salvadoreño que se encuentra fuera de nuestras fronteras cuenta con poco o nada de la cultura salvadoreña. Palabras como globalización, transculturación, modernización e innovación han sumergido a miles en una idea que los ha convertido en extranjeros dentro de su propia patria.

La identidad cultural se construye por medio de la raza, condición social, religión y cualquier forma o elemento que afecte al individuo en su entorno sociocultural. El fallecido literato salvadoreño Francisco Andrés Escobar la condensa de forma sencilla definiéndola como un componente de la cultura. Pero, es de lamentar, que muchos nos empeñamos en saltarnos esa parte tan simple de ser salvadoreño. Ignoramos que ese elemento no solo nos afecta como individuos; tendríamos que reconocerla, convertirla y ponerla al servicio de nuestros iguales.

De esta forma la cultura deja de ser algo privado y se convierte en un aparato colectivo. Dejarla ir no debería de ser una decisión personal. Necesita de la reproducción para seguir viviendo. Ese manjar de significados va mermando a medida que sus generadores se van olvidando de ella.

Según el censo poblacional de 2007 solo un 0.2% de salvadoreños pertenece a la población indígena; eso marca claramente la extinción de la raza madre, costumbres autóctonas, creencias, lengua y más. Hoy ni siquiera se puede identificar a los pocos indígenas que quedan. La mayoría no utiliza el náhuat porque su círculo de comunicación es en extremo reducido. La vestimenta nativa fue sustituida por la occidental y los rituales hoy son una mezcla de creencias cristianas que poco dejan a las raíces nativas.

Y lo peor de todo es lo poco relevante que resulta esto para la sociedad en general. No nos hemos dado cuenta de que si perdemos eso poco que nos queda seremos un camaleón de identidades al cual se le dificultará definirse en una sola palabra. Ya no será como decir: soy salvadoreño.

Queremos convertirnos en un políglotas sin antes comprender nuestra lengua autóctona. Quien se vista con el mejor estilo occidental o europeo será mejor aceptado, las cenas familiares son manjares internacionales, quien posee la mayor tecnología en la palma de su mano es más orgulloso que el fabricante de su propio juguete. Todo esto sumado a la poca relevancia, que solo podría traducirse en un agujero en el reconocimiento de lo que significa ser un habitante de estos casi 21 mil kilómetros cuadrados.

Pareciera que al salvadoreño se le ha dado fecha de caducidad para la cultura y nos interesa empaparnos más y más de otras para no quedarnos en el limbo. Y las entidades correspondientes no hacen más que dar pequeñas dosis de medicamento a una enfermedad terminal. A través del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte el gobierno actual maneja la Unidad de Asuntos Indígenas, encargada de tratar este tema. Pero parecería que sus actividades y gestiones son hechas con cierto hermetismo ya que se ha logrado poco o nada en la resurrección de este.

Los propios salvadoreños vemos nuestras raíces como un atractivo folclórico que hay que recordar cada vez que la ocasión se presta. El problema será cuando al final del camino veamos nuestra cultura como un producto exótico para el turista extranjero y nacional.

Fuente: LPG
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