Política

[Politica][bleft]

Inmigración

[Inmigración][twocolumns]

Anti-elogio de la violencia

Anti-elogio de la violencia.
A propósito de los hechos del 20 de junio, el 11 y el 22 de agosto

“No se puede negar que en este país hay muertos tirados en la calle todos los días, y que es un espectáculo, y que la gente lleva hasta los niños a ver los muertos en la calle. Querer negar eso es una hipocresía” (Cristian Poveda, autor de “La vida loca”, asesinado en El Salvador por presuntos pandilleros del Barrio 18).

Por Jaime Rivas Castillo*

Chiapas. México. La violencia, en su cara más extrema, nos abate allá en el lugar de origen, en el terruño; pero también nos sigue en el tránsito migratorio, ese túnel obscuro al que son arrojados decenas de salvadoreños cada día. La violencia nos muestra muchas caras. A menudo pasa frente a nosotros tan sutil y subrepticiamente que, tomada como algo natural, le damos carta de ciudadanía (Foto Lissette Lemus).

Es parte de nuestra cultura, decimos. Peor: es parte de nuestra herencia biológica, como se atrevió a decir hace años un funcionario policial. Esa violencia ha sido incorporada al dominio de lo normal, de lo cotidiano; por tanto, nada que perturbe nuestros ánimos. Acaso nosotros, los nietos del autoritarismo, los hijos de la guerra y de la violencia social, ¿no estamos acostumbrados a ver muertos por doquier?

Pero, también, y cada vez más menudo, la violencia campea entre nosotros de una manera extrema, lastimosa, lacerante, o al menos así nos lo hacen parecer los grandes medios de comunicación, aquellos que tienen el poder de fijar las agendas públicas. Entonces despertamos de nuestro sueño de normalidad --ese en el que nos sentimos tan cómodos, con el que salimos todos los días a trabajar— y, de pronto, nos preguntamos por la misma condición humana. Se nos mueven las entrañas: ¡esto no es normal! Tres sucesos ocurridos en los últimos meses nos han sacudido el piso, han cuestionado nuestras credenciales humanas; en suma, nos han puesto a pensar.

Desde aquél 11 de septiembre de 2001, cuando el terrorismo internacional golpeó el corazón financiero de Estados Unidos –moviendo algo más que los pilares de los imponentes edificios— a alguien, no importa a quién, se le ocurrió resumir la barbarie en números y letras: 11-S.

20-J: Terrorismo en San Salvador

La imagen no es de la década de 1980, pues la foto es nueva. Hay hierros retorcidos y partes calcinadas en una transitada calle de Mejicanos, uno de los municipios más populosos del Gran San Salvador, ese amasijo de concreto donde ocurre buena parte de la violencia que se genera en el país más pequeño de América Central. Entre los humeantes restos hay cuerpos calcinados. Aquel 20 de junio por la noche, al menos cuatro pandilleros del Barrio 18 abordaron un microbús del transporte público, amenazaron a todos sus ocupantes, rociaron con gasolina el interior del mismo, prendieron fuego y, luego de asesinar al conductor y cobrador de la unidad, cerraron las puertas. Una hoguera urbana.

Para culminar el acto, desde fuera, los agresores rociaron de balas el automotor, con la gente quemándose adentro. Quien osara romper una ventana y lanzarse por ella, entregándose al acto reflejo de buscar desesperadamente su sobrevivencia, se arriesgaba a ser alcanzado por alguna de las balas. O las llamas o el plomo. Era domingo.

En el interior de aquel microbús se habrán escuchado los estertores de 13 salvadoreños que regresaban a sus hogares de algún paseo, algún “mandado” como se dice por allá. Luego se supo que había una víctima más en el acto: una madre, en el afán de librar a su bebé de las llamas, había cubierto al fruto de sus entrañas con su propio cuerpo, hasta formar un solo bulto. Así, bajo los restos calcinados de su madre, fue encontrada la decimocuarta víctima, que comenzaba a llamarse Hazel. Madre e hija hasta el final. Existe humanidad dentro de la inhumanidad. Tres más murieron en los hospitales, alzando el número de víctimas a 17.

El acto conmocionó a la opinión pública nacional. No teníamos antecedentes de un acto de esa naturaleza. Desde 1992, cuando el Castillo de Chapultepec fue testigo de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a 12 años de guerra en El Salvador, no teníamos noticia de un atentado parecido. Ni siquiera en la vorágine de la guerra hubo quien osara incendiar un microbús lleno de gente. No faltaron los que, aprovechando la coyuntura, descargaron la responsabilidad en el llamado –mal llamado por algunos-- “gobierno del cambio”, que apenas cerraba su primer año al frente del Ejecutivo. Así somos los salvadoreños. Buscamos culpables por todos lados. Sin ánimo de restar responsabilidad al estado salvadoreño, en tanto debe ser el garante de la seguridad de todos, hay que decir que la respuesta quizás esté en otro lugar. Despertamos brevemente de un sueño –aquel que ve la violencia como algo normal—para entrar a otro, el de la irresponsabilidad. Nos despertamos para seguir soñando.

11-A: Todos somos Marleny

Marleny, de seis años de edad, salió temprano hacia la escuela en una localidad rural del departamento de La Libertad. Ese 11 de agosto, como cualquier día, la niñita se encontraría con otros estudiantes para llegar todos juntos a la escuela, que está ubicada a unos tres kilómetros de su casa. Como no es un lugar que cargara con el mote de “alto riesgo” en los registros de la policía, quizás los padres se confiaron. La niña nunca llegó a su destino. En el camino, no muy lejos de su vivienda, fue secuestrada por un grupo de sujetos, que debieron haberla engañado para internarla al bosque que forman los cafetos de la zona.

Esa misma tarde, su angustiado padre encontró los restos de Marleny a unos metros de la casa. Había sido brutalmente asesinada por sus agresores, quienes, con lujo de barbarie, le habían cercenado su pequeña cabeza. Según los reportes de prensa, la madre de la víctima confesó que no había podido pagar los 50 dólares que pandilleros de la localidad le habían exigido a cambio de su seguridad. ¡La maldita renta!, extorsión en español estándar, esa que es una de las causas por la que los salvadoreños son empujados al túnel del que se ha hablado arriba.

De muchos modos, todos los salvadoreños estamos expuestos como Marleny y su familia a sufrir algún tipo de violencia. Marleny, como otros niños de su edad, estaba aprendiendo a leer en su escuela, de acuerdo a su maestra. Marleny, como tantos salvadoreños, quería ser mejor, según narró su abuela a unos periodistas. La que acabó con la vida de la niña fue de la violencia más extrema y, ciertamente, a poco menos de dos meses de aquel 20 de junio, tras un breve descanso, volvimos a despertarnos súbitamente de nuestro sueño de comodidad. El crimen de la niña ha vuelto a estremecernos y a hacernos las mismas preguntas.

22-A: La verdad, gracias a una cadena de sucesos

No acabábamos de sobreponernos cuando otro golpe fue asestado. En algunos casos no podemos distinguir el sueño de la vigilia, como cuando tenemos la sensación de que soñamos despiertos. Una cachetada nos hace reaccionar y, si acaso, enfrentarnos a la realidad. A escasos días de aquella triste noticia nos llega otra, no menos triste. Dado que la información fluye a cuentagotas, asumamos que los hechos ocurrieron el 22 de agosto. De nuevo domingo, por la madrugada. Un grupo de unos 75 migrantes de Centro y Sudamérica habrían sido secuestrados en el norte de México por Los Zetas, ese temible grupo del crimen organizado del que pocos se atreven a hablar y, quienes lo hacen, sueltan sus palabras en voz baja. Lo sustancial del hecho se conoce por testimonio de un joven ecuatoriano, quien sobrevivió a la masacre en la que fueron asesinados 72 migrantes. De acuerdo al sobreviviente, que ahora es testigo, sus acompañantes se habían negado a ser reclutados por los agresores, con lo cual firmaron su sentencia.

Lo cierto es que se supo el hecho porque se conjugó una serie de eventos: primero, que hubo un sobreviviente, mismo que fue dado por muerto por sus victimarios. Segundo, que este sobreviviente, un joven ecuatoriano de 18 años, logró literalmente levantarse de entre los muertos y corrió buscando ayuda. Tercero, que los militares que atendieron el llamado, a diferencia de muchas corporaciones policiales mexicanas, se pusieron del lado de la víctima y optaron por ir al lugar de los hechos; cosa inusual, pues lo usual en los dominios del crimen organizado es que las mismas autoridades devuelvan a las víctimas con sus victimarios.

Esa cadena de sucesos derivó en que todos supiéramos del horrendo crimen y nos indignáramos o, al menos, fingiéramos indignarnos. Lo más probable es que no sea la primera masacre masiva de migrantes. Lo más probable es que existan fosas comunes a las que han ido a parar los que no lograron sortear el obscuro túnel y fueron arrebatados de este con violencia, esa que se reviste de la cara más extrema. Lo más probable es que se seguirán registrando este tipo de hechos en el futuro.

El secuestro, las violaciones sexuales y el asesinato de migrantes en suelo mexicano no es cosa de hoy. Vienen ocurriendo desde hace varios años ya. Debiéramos pensar seriamente en sumar a las estadísticas de homicidios a los paisanos que son asesinados fuera de nuestras fronteras nacionales.

Marleny no es la primera víctima –y, lamentablemente, tampoco la última— que cae salvajemente asesinada en el marco de la práctica de la maldita renta. Aunque es la primera vez que somos testigos de una masacre de inocentes en un microbús del transporte público en San Salvador, cada día son asesinados violentamente en El Salvador --un país que en su extensión mide un tercio que Chiapas—, entre 10 y 12 personas. La diferencia es que nos hemos dejado interpelar por los últimos acontecimientos. Nos hemos despertado brevemente de nuestro sueño y de seguro volveremos a él tras la primera oportunidad, si es que una cadena de sucesos no nos lo impide.

*Antropólogo salvadoreño residente en México.
Comentarios
  • Blogger Comentarios en Blogger
  • Facebook Comentarios en Facebook
  • Disqus Comentarios en Disqus

1 comment :

  1. Es, una lastima que el "GOBIERNO" actual no pueda hacer nada al respeto , antes hablaban de los areneros y ahora que pasa con el q dice que es el presidente del fmln todos son la misma MIERDA , un grupo de incompetentes que no saben poner mano dura a quienes se la tienen que poner pensemos en la niñes Salvadoreña que sera el futuro de nuestros niños ser agresivos que es lo unico que les podemos heredar , funes te queda grande el puesto de presidente espero q no vivamos como cuba deja de viajar y has tu trabajo lo que el pueblo te dio de abrirte la puerta para que lucharas por nosotros adonde estan esas promesas sin cumplir necesitamos un golpe de estado en el SALVADOR.

    ReplyDelete

Gracias por participar en SPMNEWS de Salvadoreños por el Mundo


Administración Bukele

[Bukele][grids]

Politica

[Politica][threecolumns]

Deportes

[Deportes][list]

Economía

[Economía][threecolumns]

Tecnología

[Tecnología][grids]

English Editions

[English Editions][bsummary]