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El drama de los migrantes centroamericanos

Viven pesadillas antes de soñar
Georgina Olson

La luz irrumpió en la habitación cuando el guardia abrió la puerta y lanzó un puñado de huevos medio cocidos a las más de 100 personas que estaban dentro, apretujadas unas contra otras. Los huevos estaban casi crudos y llenos de tierra, pero la gente se abalanzó sobre ellos. Llevaban días sin comer.

Eimar, un hondureño de 30 años, se aventó como pudo entre la gente. Los gritos y los apretones para alcanzar a darle un mordisco al alimento que había caído al piso no se hicieron esperar.

Estaba desesperado por el dolor y el hambre. Lo habían secuestrado hacía 15 días y lo llevaron a una casa en Coatzacoalcos, Veracruz, donde había otros 220 centroamericanos sometidos a los peores tratos. Había caído en el inframundo.

Como Eimar, mil 600 centroamericanos indocumentados, aproximadamente, son secuestrados al mes en México, de acuerdo con las cifras del Informe Especial sobre Secuestro, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

Sólo de septiembre de 2008 a febrero de este año ocurrieron casi diez mil plagios de centroamericanos por quienes se pidieron rescates de entre mil y cinco mil dólares: 67% de los casos son de hondureños, 18%, de salvadoreños y 13% de guatemaltecos.

Eimar compartió su experiencia con Excélsior y relató que salió de Tegucigalpa en julio pasado, quería ir a Houston, Texas, en donde había trabajado de 1998 hasta 2002. Su madre, doña Elena, quien tiene a sus ocho hijos en Nueva Orleáns y Nueva York, deseó que llegara bien a su destino. Al año, más de 200 mil centroamericanos cruzan México para pasar la frontera norte.

Una vez que logró cruzar Guatemala, llegar a Chiapas y luego a Oaxaca, escondiéndose de la policía y de uno que otro asaltante, se trepó como pudo al tren que lo llevaría de Ixtepec, en Oaxaca, hacia Medias Aguas, en Veracruz.

Así recuerda él la pesadilla de ese día: “Ya en el tren, se subieron cuatro personas que nos venían vigilando desde la Casa del Migrante en Ixtepec, y como a las siete de la noche nos encañonaron y nos metieron en un camión.

Nos dijeron que todos teníamos que cooperar por la buena, porque si no nos iba a ir mal y empezaron a disparar al aire”.

A los indocumentados que viajaban en el tren, sus plagiarios los llevaron a Coatzacoalcos y los metieron en una casa ubicada a la salida a Minatitlán: “Era un lugar con camas de cemento, no había camas normales, era como una cárcel, pues las cuatro ventanas estaban cubiertas con una malla triple, para que nadie pudiera escapar”, recuerda Eimar.

Al llegar al lugar, el hondureño vio a dos guardias vigilando el portón, a otros dos en la puerta trasera y al entrar a la casa había otro par vigilando a los secuestrados. De pronto, escuchó que un señor les hablaba todo el tiempo a través de un radio. Era el que daba las órdenes.

Había también dos guardias hondureños cuidando la puerta trasera de la casa y dos mexicanos resguardando el portón, los captores se paseaban con pistola, machete y cuchillo por el lugar.

Los dos vigilantes que estaban adentro eran mexicanos, “por el modo de hablar ya uno sabe quién es hondureño y quién no. Los que mandaban más estaban adentro, a uno le decían el negro y al otro el alambre”.

Una vez que metían a las personas en la casa, a gritos y a golpes les exigían que dieran el teléfono de algún familiar que pudiera pagar por ellos tres mil dólares. Empezaba la angustia y el calvario.

De acuerdo con la CNDH, de los secuestros hasta febrero de este año, cinco mil 723 los cometieron polleros, tres mil, bandas de criminales, 427 fueron realizados por Los Zetas —brazo armado del cártel del Golfo y en otros 44 casos los responsables fueron Los Maras.

Eimar narra que “al que se ponía a renegar o se ponía al brinco y no quería darles el teléfono le propinaban duro con un garrote como los que usa la policía.

Había un muchacho que tenía ocho días que no se levantaba, estaba inconsciente y nada más se quejaba y estaba todo orinado. Así lo habían dejado después de las golpizas.

“El que era el jefe y se comunicaba con los guardias por radio les decía ‘pásame a este cabrón’. A toda la gente la tenían anotada en una lista por número y de repente yo escuchaba cómo el jefe les decía a los guardias ‘bueno, éste no ha pagado, denle una buena madriza’ y les daban una golpiza con una tabla gruesa en la espalda. Ahí se miraba gente con los ojos hinchados, hasta morados, después de las golpizas.”

A otros los amarraban de las manos y los colgaban del techo para que dieran el teléfono de sus familiares. Un día Eimar vio cómo a un salvadoreño lo quemaban con colillas para que hablara. Cuando conseguían el número, los secuestradores empezaban a llamar a las familias, la mayoría parientes que vivían en Estados Unidos.

Las ciudades donde ocurren la mayoría de los secuestros de este tipo son en el sur del país: Arriaga, en Chiapas; Ixtepec, en Oaxaca; Coatzacoalcos, en Veracruz; Villahermosa y Tenosique, en Tabasco, y en el norte: Piedras Negras, Coahuila; Nuevo Laredo y Reynosa, en Tamaulipas, de acuerdo con el investigador de la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales (Flacso) Rodolfo Casillas.

“Cada uno de nosotros tenía un horario para levantarse e ir al baño y no podías andar así caminando, porque te pegaban un grito y te tiraban al suelo. Tenías que pedir permiso para levantarte y no podías asomarte por la ventana.”

La casa tenía tres cuartos, una cocinita y un garage donde metían el camión, “y había cuatro ventanas, pero cada una tenía triple malla para evitar fugas, estaba muy vigilado”.

En las habitaciones metían hasta 40 personas, todas amontonadas. De noche dormían apretados uno junto a otro, sin poderse mover, y las mujeres y niñas secuestradas sufrían una situación extrema: “A ellas las tenían en un cuarto aparte y allí los guardias del señor se turnaban, y le decían a una niña de 12, 14 o 15 años que estaba allí, ‘hoy vas a dormir conmigo, mañana con el otro’ y se turnaban cada uno.

“En el día, los guardias se ponían todos locos a fumar mariguana y bebían cerveza. Nosotros les decíamos que teníamos hambre y nos respondían: ‘No. Aguanten, porque el que paga va a comer bien y se va a ir, y el que no paga se va a aguantar’.”

Durante los 20 días que estuvo allí metido, Eimar sólo comió uno que otro pedazo de tortilla seca que estaba tirado en la cocina y “en raras ocasiones llegaba el vigilante de afuera a tirarnos comida toda chuca (sucia), nos la echaba al suelo, como si fuéramos perros”.

Entre los guardias hablaban de que había otra residencia con gente Eimar es un hondureño secuestrado en México cuando intentó llegar a EU. Logró escapar, pero antes de huir atestiguó golpizas y violaciones de menores de 14 años, cuyos familiares no pagaban el rescate. Esos casos son apenas parte de los mil 600 al mes que reporta la CNDH

La luz irrumpió en la habitación cuando el guardia abrió la puerta y lanzó un puñado de huevos medio cocidos a las más de 100 personas que estaban dentro, apretujadas unas contra otras. Los huevos estaban casi crudos y llenos de tierra, pero la gente se abalanzó sobre ellos. Llevaban días sin comer.

Eimar, un hondureño de 30 años, se aventó como pudo entre la gente. Los gritos y los apretones para alcanzar a darle un mordisco al alimento que había caído al piso no se hicieron esperar.

Estaba desesperado por el dolor y el hambre. Lo habían secuestrado hacía 15 días y lo llevaron a una casa en Coatzacoalcos, Veracruz, donde había otros 220 centroamericanos sometidos a los peores tratos. Había caído en el inframundo.

Como Eimar, mil 600 centroamericanos indocumentados, aproximadamente, son secuestrados al mes en México, de acuerdo con las cifras del Informe Especial sobre Secuestro, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

Sólo de septiembre de 2008 a febrero de este año ocurrieron casi diez mil plagios de centroamericanos por quienes se pidieron rescates de entre mil y cinco mil dólares: 67% de los casos son de hondureños, 18%, de salvadoreños y 13% de guatemaltecos.

Eimar compartió su experiencia con Excélsior y relató que salió de Tegucigalpa en julio pasado, quería ir a Houston, Texas, en donde había trabajado de 1998 hasta 2002. Su madre, doña Elena, quien tiene a sus ocho hijos en Nueva Orleáns y Nueva York, deseó que llegara bien a su destino. Al año, más de 200 mil centroamericanos cruzan México para pasar la frontera norte.

Una vez que logró cruzar Guatemala, llegar a Chiapas y luego a Oaxaca, escondiéndose de la policía y de uno que otro asaltante, se trepó como pudo al tren que lo llevaría de Ixtepec, en Oaxaca, hacia Medias Aguas, en Veracruz.

Así recuerda él la pesadilla de ese día: “Ya en el tren, se subieron cuatro personas que nos venían vigilando desde la Casa del Migrante en Ixtepec, y como a las siete de la noche nos encañonaron y nos metieron en un camión. Nos dijeron que todos teníamos que cooperar por la buena, porque si no nos iba a ir mal y empezaron a disparar al aire”.

A los indocumentados que viajaban en el tren, sus plagiarios los llevaron a Coatzacoalcos y los metieron en una casa ubicada a la salida a Minatitlán: “Era un lugar con camas de cemento, no había camas normales, era como una cárcel, pues las cuatro ventanas estaban cubiertas con una malla triple, para que nadie pudiera escapar”, recuerda Eimar.

Al llegar al lugar, el hondureño vio a dos guardias vigilando el portón, a otros dos en la puerta trasera y al entrar a la casa había otro par vigilando a los secuestrados. De pronto, escuchó que un señor les hablaba todo el tiempo a través de un radio. Era el que daba las órdenes.

Había también dos guardias hondureños cuidando la puerta trasera de la casa y dos mexicanos resguardando el portón, los captores se paseaban con pistola, machete y cuchillo por el lugar.

Los dos vigilantes que estaban adentro eran mexicanos, “por el modo de hablar ya uno sabe quién es hondureño y quién no. Los que mandaban más estaban adentro, a uno le decían el negro y al otro el alambre”.

Una vez que metían a las personas en la casa, a gritos y a golpes les exigían que dieran el teléfono de algún familiar que pudiera pagar por ellos tres mil dólares. Empezaba la angustia y el calvario.

De acuerdo con la CNDH, de los secuestros hasta febrero de este año, cinco mil 723 los cometieron polleros, tres mil, bandas de criminales, 427 fueron realizados por Los Zetas —brazo armado del cártel del Golfo y en otros 44 casos los responsables fueron Los Maras.

Eimar narra que “al que se ponía a renegar o se ponía al brinco y no quería darles el teléfono le propinaban duro con un garrote como los que usa la policía.

Había un muchacho que tenía ocho días que no se levantaba, estaba inconsciente y nada más se quejaba y estaba todo orinado. Así lo habían dejado después de las golpizas.

“El que era el jefe y se comunicaba con los guardias por radio les decía ‘pásame a este cabrón’. A toda la gente la tenían anotada en una lista por número y de repente yo escuchaba cómo el jefe les decía a los guardias ‘bueno, éste no ha pagado, denle una buena madriza’ y les daban una golpiza con una tabla gruesa en la espalda. Ahí se miraba gente con los ojos hinchados, hasta morados, después de las golpizas.”

A otros los amarraban de las manos y los colgaban del techo para que dieran el teléfono de sus familiares. Un día Eimar vio cómo a un salvadoreño lo quemaban con colillas para que hablara. Cuando conseguían el número, los secuestradores empezaban a llamar a las familias, la mayoría parientes que vivían en Estados Unidos.

Las ciudades donde ocurren la mayoría de los secuestros de este tipo son en el sur del país: Arriaga, en Chiapas; Ixtepec, en Oaxaca; Coatzacoalcos, en Veracruz; Villahermosa y Tenosique, en Tabasco, y en el norte: Piedras Negras, Coahuila; Nuevo Laredo y Reynosa, en Tamaulipas, de acuerdo con el investigador de la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales (Flacso) Rodolfo Casillas.

“Cada uno de nosotros tenía un horario para levantarse e ir al baño y no podías andar así caminando, porque te pegaban un grito y te tiraban al suelo. Tenías que pedir permiso para levantarte y no podías asomarte por la ventana.”

La casa tenía tres cuartos, una cocinita y un garage donde metían el camión, “y había cuatro ventanas, pero cada una tenía triple malla para evitar fugas, estaba muy vigilado”.

En las habitaciones metían hasta 40 personas, todas amontonadas. De noche dormían apretados uno junto a otro, sin poderse mover, y las mujeres y niñas secuestradas sufrían una situación extrema: “A ellas las tenían en un cuarto aparte y allí los guardias del señor se turnaban, y le decían a una niña de 12, 14 o 15 años que estaba allí, ‘hoy vas a dormir conmigo, mañana con el otro’ y se turnaban cada uno.

“En el día, los guardias se ponían todos locos a fumar mariguana y bebían cerveza. Nosotros les decíamos que teníamos hambre y nos respondían: ‘No. Aguanten, porque el que paga va a comer bien y se va a ir, y el que no paga se va a aguantar’.”

Durante los 20 días que estuvo allí metido, Eimar sólo comió uno que otro pedazo de tortilla seca que estaba tirado en la cocina y “en raras ocasiones llegaba el vigilante de afuera a tirarnos comida toda chuca (sucia), nos la echaba al suelo, como si fuéramos perros”.

Entre los guardias hablaban de que había otra residencia con gente secuestrada que estaba cerca de allí. De repente Eimar los oía decir: “Llévate a éste para la otra casa”.

En agosto de este año, en la casa de Coatzacoalcos, lo inhumano de los secuestradores alcanzaba estos niveles: “Si tenías pies y manos, tu rescate costaba tres mil dólares; si te faltaba un pie, la exigencia por ti era de mil 500 dólares”, detalla Eimar.

Él les dijo a los secuestradores que su madre no tenía esa cantidad para pagárselas y ellos le respondieron que entonces se iba a quedar en la casa encerrado.

Un día por la mañana, cuando los guardias del exterior de la casa se fueron al supermercado, los migrantes centroamericanos capturados se armaron de valor.

Un salvadoreño que había trabajado con la policía encubierta de su país “agarró del pescuezo a uno de los vigilantes y le quitó la pistola; entonces dijo, ‘aquí tenemos uno’, le cerró la boca y ya entró el otro que estaba en el otro cuarto y el salvadoreño le gritó, ‘bueno, ¿vas a cooperar por la buena o te golpeamos también aquí? Abre la puerta”.

El salvadoreño salió de la casa poniendo al frente al guardia al que traía del cuello, para que el vigilante que estaba afuera no le disparara, detrás de él salieron mujeres, niños y hombres, en total huyeron 45.

“Todo el mundo salió brincando por unas casas que estaban abajo, nos escapamos y todavía anduvieron bastante tiempo siguiéndonos en Coatzacoal-cos, a la salida de Minatitlán, nos perseguían unas camionetas de los policías estatales que son unas color café con franjas grises.”

A Eimar y a los 44 que consiguieron huir los correteaban también cuatro autos de los secuestradores, junto con una unidad de la policía estatal. A Eimar lo pescaron los de la camioneta de los uniformados junto a otros 11 cetroamericanos.

Estando atrapado en la pickup, él miraba el pavimento y a los otros coches en movimiento. La camioneta iba como a 40 kilómetros por hora. De pronto, pensó en lanzarse a la calle para escapar, pero le dio miedo perder el único pie que tenía completo…segundos después escuchó que al oficial de la policía estatal le llamaban por radio. Del otro lado reconoció la voz de los secuestradores.

“Si me traes a uno, te doy cien dólares, te doy los cien dólares por cada uno que me traigas”, le dijo el plagiario al policía, y Eimar decidió saltar de la camioneta para salvarse. Se lanzó a la calle con la camioneta en movimiento y detrás de él los otros 11 jóvenes centroamericanos.

El policía al darse cuenta que la gente en la calle había visto la escena se dio la vuelta y ya nunca regresó, pero los secuestradores los persiguieron durante cuatro horas más.

Tomaron un camión rumbo a Minatitlán y los cuatro carros de los secuestradores aún venían detrás del autobús. En Minatitlán lograron perder a los captores y allí Eimar intentó comunicarse con la CNDH para denunciar los hechos.

“Estaba pidiendo mucha ayuda por teléfono a derechos humanos, al 01 800 715 2000, llamaba y llamaba y me ponían algo así como ‘espere un momento, marque a la extensión no se qué y ya me colgaron.

“Yo quería echarle los soldados a los secuestradores. Como la misma policía andaba tras de nosotros para entregarnos a los mafiosos, no les tenía confianza, y yo lo que quería era ir con un encargado de los soldados, ir con un teniente, y decirle: ‘Venga, o sea, protéjame y yo les enseño dónde está la casa, dónde está ubicada...’”

En el Quinto Informe sobre la situación de los derechos humanos de las personas migrantes en tránsito por México, elaborado por Humanidad sin Fronteras AC, Belén Posada del Migrante y Frontera con Justicia AC, se documentan los testimonios de cientos de inmigrantes que aseguran haber visto cómo policías estatales, federales e, incluso, en algunos casos militares estaban coludidos con los secuestradores.

De Minatitlán, Eimar y sus compañeros pidieron un aventón a Cosoleacaque. Entraron en una iglesia, pero el encargado los corrió de allí y al final llegaron a la Casa del Migrante La Guadalupana, el padre a cargo del lugar les dio refugio allí.

Después de cuatro días, Eimar pidió aventón y se fue para Matamoros. Intentó cruzar la frontera pero allí lo golpearon unos tipos y le destrozaron la prótesis y le lastimaron la pierna.

Como pudo, llegó a una casa del migrante, y allí ha estado recuperándose de las heridas en la pierna. “La ayuda que le dan a uno aquí no es como en otras casas que nada más es por tres días y te dicen que ya te tienes que ir. No, ellos se portan bien”.

Eimar es un hondureño secuestrado en México cuando intentó llegar a EU. Logró escapar, pero antes de huir atestiguó golpizas y violaciones de menores de 14 años, cuyos familiares no pagaban el rescate. Esos casos son apenas parte de los mil 600 al mes que reporta la CNDH

La luz irrumpió en la habitación cuando el guardia abrió la puerta y lanzó un puñado de huevos medio cocidos a las más de 100 personas que estaban dentro, apretujadas unas contra otras. Los huevos estaban casi crudos y llenos de tierra, pero la gente se abalanzó sobre ellos. Llevaban días sin comer.

Eimar, un hondureño de 30 años, se aventó como pudo entre la gente. Los gritos y los apretones para alcanzar a darle un mordisco al alimento que había caído al piso no se hicieron esperar.

Estaba desesperado por el dolor y el hambre. Lo habían secuestrado hacía 15 días y lo llevaron a una casa en Coatzacoalcos, Veracruz, donde había otros 220 centroamericanos sometidos a los peores tratos. Había caído en el inframundo.

Como Eimar, mil 600 centroamericanos indocumentados, aproximadamente, son secuestrados al mes en México, de acuerdo con las cifras del Informe Especial sobre Secuestro, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

Sólo de septiembre de 2008 a febrero de este año ocurrieron casi diez mil plagios de centroamericanos por quienes se pidieron rescates de entre mil y cinco mil dólares: 67% de los casos son de hondureños, 18%, de salvadoreños y 13% de guatemaltecos.

Eimar compartió su experiencia con Excélsior y relató que salió de Tegucigalpa en julio pasado, quería ir a Houston, Texas, en donde había trabajado de 1998 hasta 2002. Su madre, doña Elena, quien tiene a sus ocho hijos en Nueva Orleáns y Nueva York, deseó que llegara bien a su destino. Al año, más de 200 mil centroamericanos cruzan México para pasar la frontera norte.

Una vez que logró cruzar Guatemala, llegar a Chiapas y luego a Oaxaca, escondiéndose de la policía y de uno que otro asaltante, se trepó como pudo al tren que lo llevaría de Ixtepec, en Oaxaca, hacia Medias Aguas, en Veracruz.

Así recuerda él la pesadilla de ese día: “Ya en el tren, se subieron cuatro personas que nos venían vigilando desde la Casa del Migrante en Ixtepec, y como a las siete de la noche nos encañonaron y nos metieron en un camión. Nos dijeron que todos teníamos que cooperar por la buena, porque si no nos iba a ir mal y empezaron a disparar al aire”.

A los indocumentados que viajaban en el tren, sus plagiarios los llevaron a Coatzacoalcos y los metieron en una casa ubicada a la salida a Minatitlán: “Era un lugar con camas de cemento, no había camas normales, era como una cárcel, pues las cuatro ventanas estaban cubiertas con una malla triple, para que nadie pudiera escapar”, recuerda Eimar.

Al llegar al lugar, el hondureño vio a dos guardias vigilando el portón, a otros dos en la puerta trasera y al entrar a la casa había otro par vigilando a los secuestrados. De pronto, escuchó que un señor les hablaba todo el tiempo a través de un radio. Era el que daba las órdenes.

Había también dos guardias hondureños cuidando la puerta trasera de la casa y dos mexicanos resguardando el portón, los captores se paseaban con pistola, machete y cuchillo por el lugar.

Los dos vigilantes que estaban adentro eran mexicanos, “por el modo de hablar ya uno sabe quién es hondureño y quién no. Los que mandaban más estaban adentro, a uno le decían el negro y al otro el alambre”.

Una vez que metían a las personas en la casa, a gritos y a golpes les exigían que dieran el teléfono de algún familiar que pudiera pagar por ellos tres mil dólares. Empezaba la angustia y el calvario.

De acuerdo con la CNDH, de los secuestros hasta febrero de este año, cinco mil 723 los cometieron polleros, tres mil, bandas de criminales, 427 fueron realizados por Los Zetas —brazo armado del cártel del Golfo y en otros 44 casos los responsables fueron Los Maras.

Eimar narra que “al que se ponía a renegar o se ponía al brinco y no quería darles el teléfono le propinaban duro con un garrote como los que usa la policía.

Había un muchacho que tenía ocho días que no se levantaba, estaba inconsciente y nada más se quejaba y estaba todo orinado. Así lo habían dejado después de las golpizas.

“El que era el jefe y se comunicaba con los guardias por radio les decía ‘pásame a este cabrón’. A toda la gente la tenían anotada en una lista por número y de repente yo escuchaba cómo el jefe les decía a los guardias ‘bueno, éste no ha pagado, denle una buena madriza’ y les daban una golpiza con una tabla gruesa en la espalda. Ahí se miraba gente con los ojos hinchados, hasta morados, después de las golpizas.”

A otros los amarraban de las manos y los colgaban del techo para que dieran el teléfono de sus familiares. Un día Eimar vio cómo a un salvadoreño lo quemaban con colillas para que hablara. Cuando conseguían el número, los secuestradores empezaban a llamar a las familias, la mayoría parientes que vivían en Estados Unidos.

Las ciudades donde ocurren la mayoría de los secuestros de este tipo son en el sur del país: Arriaga, en Chiapas; Ixtepec, en Oaxaca; Coatzacoalcos, en Veracruz; Villahermosa y Tenosique, en Tabasco, y en el norte: Piedras Negras, Coahuila; Nuevo Laredo y Reynosa, en Tamaulipas, de acuerdo con el investigador de la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales (Flacso) Rodolfo Casillas.

“Cada uno de nosotros tenía un horario para levantarse e ir al baño y no podías andar así caminando, porque te pegaban un grito y te tiraban al suelo. Tenías que pedir permiso para levantarte y no podías asomarte por la ventana.”

La casa tenía tres cuartos, una cocinita y un garage donde metían el camión, “y había cuatro ventanas, pero cada una tenía triple malla para evitar fugas, estaba muy vigilado”.

En las habitaciones metían hasta 40 personas, todas amontonadas. De noche dormían apretados uno junto a otro, sin poderse mover, y las mujeres y niñas secuestradas sufrían una situación extrema: “A ellas las tenían en un cuarto aparte y allí los guardias del señor se turnaban, y le decían a una niña de 12, 14 o 15 años que estaba allí, ‘hoy vas a dormir conmigo, mañana con el otro’ y se turnaban cada uno.

“En el día, los guardias se ponían todos locos a fumar mariguana y bebían cerveza. Nosotros les decíamos que teníamos hambre y nos respondían: ‘No. Aguanten, porque el que paga va a comer bien y se va a ir, y el que no paga se va a aguantar’.”

Durante los 20 días que estuvo allí metido, Eimar sólo comió uno que otro pedazo de tortilla seca que estaba tirado en la cocina y “en raras ocasiones llegaba el vigilante de afuera a tirarnos comida toda chuca (sucia), nos la echaba al suelo, como si fuéramos perros”.

Entre los guardias hablaban de que había otra residencia con gente secuestrada que estaba cerca de allí. De repente Eimar los oía decir: “Llévate a éste para la otra casa”.

En agosto de este año, en la casa de Coatzacoalcos, lo inhumano de los secuestradores alcanzaba estos niveles: “Si tenías pies y manos, tu rescate costaba tres mil dólares; si te faltaba un pie, la exigencia por ti era de mil 500 dólares”, detalla Eimar.

Él les dijo a los secuestradores que su madre no tenía esa cantidad para pagárselas y ellos le respondieron que entonces se iba a quedar en la casa encerrado.

Un día por la mañana, cuando los guardias del exterior de la casa se fueron al supermercado, los migrantes centroamericanos capturados se armaron de valor.

Un salvadoreño que había trabajado con la policía encubierta de su país “agarró del pescuezo a uno de los vigilantes y le quitó la pistola; entonces dijo, ‘aquí tenemos uno’, le cerró la boca y ya entró el otro que estaba en el otro cuarto y el salvadoreño le gritó, ‘bueno, ¿vas a cooperar por la buena o te golpeamos también aquí? Abre la puerta”.

El salvadoreño salió de la casa poniendo al frente al guardia al que traía del cuello, para que el vigilante que estaba afuera no le disparara, detrás de él salieron mujeres, niños y hombres, en total huyeron 45.

“Todo el mundo salió brincando por unas casas que estaban abajo, nos escapamos y todavía anduvieron bastante tiempo siguiéndonos en Coatzacoal-cos, a la salida de Minatitlán, nos perseguían unas camionetas de los policías estatales que son unas color café con franjas grises.”

A Eimar y a los 44 que consiguieron huir los correteaban también cuatro autos de los secuestradores, junto con una unidad de la policía estatal. A Eimar lo pescaron los de la camioneta de los uniformados junto a otros 11 cetroamericanos.

Estando atrapado en la pickup, él miraba el pavimento y a los otros coches en movimiento. La camioneta iba como a 40 kilómetros por hora. De pronto, pensó en lanzarse a la calle para escapar, pero le dio miedo perder el único pie que tenía completo…segundos después escuchó que al oficial de la policía estatal le llamaban por radio. Del otro lado reconoció la voz de los secuestradores.

“Si me traes a uno, te doy cien dólares, te doy los cien dólares por cada uno que me traigas”, le dijo el plagiario al policía, y Eimar decidió saltar de la camioneta para salvarse. Se lanzó a la calle con la camioneta en movimiento y detrás de él los otros 11 jóvenes centroamericanos.

El policía al darse cuenta que la gente en la calle había visto la escena se dio la vuelta y ya nunca regresó, pero los secuestradores los persiguieron durante cuatro horas más.

Tomaron un camión rumbo a Minatitlán y los cuatro carros de los secuestradores aún venían detrás del autobús. En Minatitlán lograron perder a los captores y allí Eimar intentó comunicarse con la CNDH para denunciar los hechos.

“Estaba pidiendo mucha ayuda por teléfono a derechos humanos, al 01 800 715 2000, llamaba y llamaba y me ponían algo así como ‘espere un momento, marque a la extensión no se qué y ya me colgaron.

“Yo quería echarle los soldados a los secuestradores. Como la misma policía andaba tras de nosotros para entregarnos a los mafiosos, no les tenía confianza, y yo lo que quería era ir con un encargado de los soldados, ir con un teniente, y decirle: ‘Venga, o sea, protéjame y yo les enseño dónde está la casa, dónde está ubicada...’”

En el Quinto Informe sobre la situación de los derechos humanos de las personas migrantes en tránsito por México, elaborado por Humanidad sin Fronteras AC, Belén Posada del Migrante y Frontera con Justicia AC, se documentan los testimonios de cientos de inmigrantes que aseguran haber visto cómo policías estatales, federales e, incluso, en algunos casos militares estaban coludidos con los secuestradores.

De Minatitlán, Eimar y sus compañeros pidieron un aventón a Cosoleacaque. Entraron en una iglesia, pero el encargado los corrió de allí y al final llegaron a la Casa del Migrante La Guadalupana, el padre a cargo del lugar les dio refugio allí.

Después de cuatro días, Eimar pidió aventón y se fue para Matamoros. Intentó cruzar la frontera pero allí lo golpearon unos tipos y le destrozaron la prótesis y le lastimaron la pierna.

Como pudo, llegó a una casa del migrante, y allí ha estado recuperándose de las heridas en la pierna. “La ayuda que le dan a uno aquí no es como en otras casas que nada más es por tres días y te dicen que ya te tienes que ir. No, ellos se portan bien”.

Después de todo lo que le ha pasado ¿A dónde irá Eimar?

Él quiere regresar a Tegucigalpa: “Al regresar a Honduras, tengo como unos cinco o seis amigos que están amputados igual que yo y tengo un terrenito en Tegucigalpa, entonces, quiero donar una parte para que me ayuden a hacer un albergue para discapacitados.”

De acuerdo con las cifras del Sistema Económico Latinomaricano y del Caribe, de enero de 2006 a febrero de este año, 32 hondureños sufrieron la amputación de algún miembro, después de haber sido atropellados por el tren en su paso por México.

“Yo no tengo nada de ayuda de lo que es Honduras. En México he recibido más apoyo que en mi país”, asegura, y explica que cuándo le amputaron el pie el año pasado, llamó al consulado de Honduras en México y le dijeron que no tenían recursos para auxiliarlo, que tenían muchas otras demandas que atender.

“Estoy muy agradecido con la gente que me rescató del accidente en Querétaro, con la familia que me tuvo allí en su casa seis meses y ya de allí me fui para Honduras, gracias a ellos estoy vivo.”

Respecto de la posibilidad de denunciar el secuestro, dijo que sabía que era un procedimiento muy tortuoso.

De acuerdo al cónsul de El Salvador en Veracruz, Erving Ortiz, la mayoría de los ministerios públicos se niegan a aceptar una denuncia de secuestro por parte de un inmigrante que entró ilegalmente al país, pues desconocen la ley y no saben que es su obligación permitir que se levante esa denuncia.

Fuente Diario Excelsior
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3 comments :

  1. Los inmigrantes Hispanoamericanos y Centroamericanos pasan las mil y una noche para construir su propio destino pero al final es cortado el sueño por mezquinos seres que se adueñaron de las tierras norteamericanas y robaron los llegados de Europa.

    El drama de los Inmigrantes es el drama de los que tambien dejaron atras !


    Jose Matatias Delgado Y Del Hambre.

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  2. ESTA PRACTICA YA ES VIEJA!!
    ES MAS LOS SALVAS NO VALEN NI LA CORA!!
    SI TE QUEDAS EN EL SALVADOR PELIGRAS FINALIZAR ASESINADO DE UN SOLO PLOMAZO POR LOS MAREROS, SI SALIS ES OTRO RIESGO DE CORRER PARA ALCANZR EL SUELO ESTADOUNIDENSE,VAYA CHINGADA MIENTRAS LOS SECUESTRADORES SE DAN LA GRAN VIDA LOS CORRUPTOS POLICIAS SE PASEAN COMO JUAN POR SU CASA SIN QUE NINGUNO LES DIGA ALGO LOS GOBIERNOS DE DERECHA SIEMPRE HAN TENIDO SUS JUGOSAS GANANCIAS PORQUE SON CORROMPIDOS POR LOS SECUESTRADORES,HAMPA ORGANIZADA,NARCOS TRANSADORES DE ORGANOS Y UN SIN FIN DE DE LUCROSAS OPERACIONES FRAUDOLENTAS QUE DEJAN MAS GANANCIAS QUE TODA LA ECONOMIA CENTROAMERICANA!!

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  3. LAGER CAMPOS DE CONCENTRACION CAMARAS DE GAS ESTOS SUJETOS DEBEN DE SER LLEVADOS A LA HAYA POR CRIMENES DE LESA HUMANIDAD POR PRACTICAS NAZISTAS!!
    HACE MAS DE 20 ANOS EL COYOTE ERA UN HEROE PORQUE TE AYUDABA A ALCANZAR EL "SUELO AMERICANO"

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