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La Orgía

Por Francisco Andrés Escobar

Don Sofonías Pereira estaba sentado cerca de don Miguel Mateo, cuando este interrumpió la lectura silenciosa y convidó al amigo, a escuchar:

“Oí un trozo de este libro, Chofo: ‘No pares, sigue, sigue. No pares, sigue, sigue. Y entonces todos en la pista empezaron a bailar con pasos más fuertes y a dar brincos y a besarse desnudos... y el brillo sudoroso de torsos, espaldas y nalgas, entremezclados, y el humo con olor a marihuana subiendo y llenándolo todo y los brazos siguiendo el ritmo de la música y algunos sobre la cama literalmente clavados: mujer por hombre, hombre por hombre, mujer por mujer, consoladores moviéndose, rabos penetrando... cuerpos sudados, marihuana, luces...’

¡Esta es un degenere, Chofo! Y así se vive hoy en las ciudades. Mirá: el otro día, en el cable, pasaron un reportaje sobre los matrimonios que hacen sexo colectivo...” Don Sofonías descruzó la pierna y aguzó el oído:

“Vos y yo somos virgos en esto, Chofo. Mirá: aquí en el pueblo, lo más que uno hacía, cuando era joven, era ir al prostíbulo de la Mariyona Camacho. (...) ¡La Mariyona, hombre! Aquella peperecha que ya vieja se metió a vivir de fijo con Alirio, el tesorero municipal, el que se fue al carajo con los cien mil colones. (...) ¡Ese! Para entonces ya vivías aquí, porque ustedes se vinieron cuando arreció la guerra en la capital.

Pues te decía: eso era lo máximo a lo que uno llegaba. Y uno lo hacía en el cuarto, con la muchacha. Y si te pegaban un chancro, una gonorrea, o una sífilis, te zampabas benzetacil y en dos patadas estabas curado. Hoy no. Hoy, la orgía es la onda, dicen los chavos. Hacer y ver. Ver lo que otros hacen y dejar que otros vean lo que vos hacés, lo que te hacen a vos, o lo que te hacés vos mismo. ¡Y ni el sida para a la gente!

Eso del sexo colectivo, parejas swinger les llaman, es otra forma más de degenere. Se reúnen varias parejas, platican, toman tragos, se meten drogas y, ya adelantados, dicen a encebollarse unos con otros. La mujer del uno con el hombre de la otra; el hombre de la otra, con la mujer o el hombre de quién sabe quién, en fin...”

Don Sofonías Pereira estaba sorprendido: “Miguel, como decía mi padre: ‘Cada quien puede hacer de su culo un candelero’, pero yo por ahí no paso. Uno tendrá ‘tufo a monte’; pero, aunque no sea moderno ni viva en una ciudad importante, uno ha sido hombre de una sola mujer. Y así va a morir. Que uno es bruto, que uno es maje, que uno deja pasar buenos voladitos... ¿y qué? Es lo que uno prometió cuando decidió mancornarse. Yo te digo que a la Teba nunca me hallé en valor de quemarle la canilla. Y eso que ocasiones no faltaron. Había una sobrina de ella que en la cara me tiraba los calzones... Es que la Teba no merecía algo así. Si la mujer es buena, no hay por qué ensamblarle segundo frente. ¡Y ya no se diga ir a meterse a esas samotanas en la que nadie sabe de quién es el chunche que tiene enfrente!”

Don Sofonías calló y se quedó caviloso. Don Miguel retomó la lectura de Amir Valle. Los cipotes bicicleteaban cerca de la fontana del parque, mientras la tarde se deslavaba en una espléndida orgía de luces.


es escritor y columnista - Fuente LPG 1/8/2009
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