Pájaro solitario

Escrito por Francisco Andrés Escobar*

Cuando a eso de las cinco de la tarde, don Sofonías Pereira llegó al parque a mitigar la calorana, don Miguel Tadeo estaba clavado en un libro.

“¿Qué ondas, Miguel?” El viejo maestro de educación estética permaneció encallado en las páginas. “¡Hey, vos! ¿Qué estás leyendo, que parecés de piedra?” El otro jubilado miró con lelez a don Sofonías y atinó a decirle: “Hey, qué ondas...”

Y volviendo de un viaje de metáforas, explicó: “ ¡Vieras qué cachimbón este libro! ‘Testamento del pájaro solitario’ se llama. Es de un jesuita español: José Luis Martín Descalzo. Ya murió. ¿Vos te acordás de aquella vez que volví de la capital bien contento porque había ido a ver una obra de teatro en que una peperecha habla con Cristo atado a la columna? Bueno, esa obra... ‘Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos’ también es de él.

Pero... ¿qué te decía? Ah, sí. Que Martín Descalzo ya murió. Y este libro es su testamento espiritual. Cuando le diagnosticaron la enfermedad que lo terminó, empezó a escribirlo. Es un libro sobre la vida y la muerte. Y me gusta, Chofo, porque ni la familia, ni la escuela, ni las iglesias, ni la universidad lo preparan a uno para vivir, mucho menos para morir. A uno le enseñan a saber, a hacer, a proceder; pero a bienvivir y a bienmorir: ¡nada! Uno va improvisando. ¡De ahí tamañas metidas de pata en la vida, y tamañas dificultades para afrontar la muerte: la propia y la de los demás!

El arte enseña a vivir y a morir. Por eso estoy leyendo este volado. Mirá que ya andamos cerca de dar el zapotazo. Uno se hace ilusiones: que uno tiene la edad que cree tener; que en la tercera edad empieza la vida, que aquí, que allá. No, Chofo: uno tiene que ser realista. Cuando el espíritu quiere hacer algo, pero el cuerpo no responde, entonces uno entiende que esa fuerza a la que llaman entropía, que destruye hasta las galaxias, se lo está acabando a uno. Mirá vos: con tu ojo catarático y tus otras dolamas. Mirá a la Teba: con sus riñones atascados. Mirame a mí, con este temblorcito que me va empezando en los dedos. ¡Ya estamos rucos, Chofo! Lo que pasa es que tenemos más razones para vivir que muchos jóvenes de ahora... Pero mejor oí este soneto sobre el amor entre uno y las cosas que lo rodean:

‘Antes que sus amigos, se enteraron/ de su muerte las cosas, las queridas/ cosas que tanto amó, que, sorprendidas,/ a su cuerpo caído se acercaron. // ¿Por qué no ríe ya?, se preguntaron/ los bolígrafos viudos, las dormidas/ librerías, las sábanas caídas/ que por última noche lo arroparon. // Todo esperaba el roce de sus dedos,/ todos querían volver a su mano,/ porque, en su muerte, todos se morían. // Y allí quedaron los objetos quedos,/ acariciando al pobre muerto humano/ con los últimos besos que tenían’”.

Don Miguel Tadeo se quedó en silencio. Don Sofonías tenía la cabeza inclinada. ¿Cómo quedarían, tras su muerte, su tijera de lona, su pocillo, sus charrascas? ¿Qué iba a ser de las sartenas en que su Teba freía los pasteles, cuando ella se fuera de la vida?

Un ave retrasada cruzó el aire. A grandes tragos, las serranías se bebían la luz. Maduraba la noche.

Columnista LPG -Fuente LPG 9/5/2009

Newer Post Older Post