El Salvador: Torpe arranque político

¿Dónde estamos realmente?

Por Escrito por Juan Héctor Vidal*

La instalación de la nueva legislatura estuvo precedida de un acto realmente bochornoso. Paradójicamente, días antes Nacho Castillo tuvo como invitados a tres diputados reelectos que anticiparon un trabajo arduo y productivo durante los próximos tres años, pero al mismo tiempo dejaron la sensación de que la labor desarrollada en el período anterior fue realmente pobre.

El juego de palabras en el que se enredaron no dejó sombra de duda sobre algo que la ciudadanía constantemente resiente del Primer Órgano del Estado: su falta de compromiso con los verdaderos intereses del país. Oír sus explicaciones del porqué no se pudieron aprobar las reformas constitucionales realmente trascendentales y leyes secundarias conexas —como las que tienen que ver con el sistema electoral y la Corte de Cuentas—, la de desarrollo territorial y la de transparencia y acceso a la información, entre otras, solo contribuyó a reafirmar que los partidos políticos representados en la Asamblea siguen siendo presa de sus propios intereses.

Habrá que esperar por lo menos cuatro años más para saber si la clase política estará genuinamente comprometida con la democracia y el bien común, porque hasta ahora la invocación a esos grandes objetivos nacionales únicamente ha sido una excusa para descalificar al adversario y auto-protegerse. Ello pasa por reconocer que el país ha entrado en un nuevo escenario político en un momento realmente delicado, producto de un déficit acumulado, la crisis internacional y desde hace unos días, por la amenaza de una pandemia que mantiene en vilo aun a los países más avanzados.

En el manejo de estas situaciones, nuestros dirigentes deben ser sensatos, prudentes, pero a la vez audaces. Esto debería ser la pauta en tiempos normales; infortunadamente no siempre es así y esos atributos más bien se trastocan para dar paso al ocultamiento de realidades, falsos triunfalismos y en el mejor de los casos, a sugerencias de que todo está bajo control. Esto es inaceptable, pero en los tiempos que estamos viviendo esas actitudes rayan en lo deleznable.

No resulta grato enterarse por terceros que las arcas del Estado están virtualmente vacías, que los servicios esenciales escasean cada vez más, que el desempleo se agrava, que el ingreso familiar ya no da para más, y que nuestras instituciones han sido virtualmente penetradas por el crimen organizado. Bajo estas circunstancias, hasta el más optimista se asusta porque no sabe ni siquiera dónde está parado.

En lo personal pensamos que el país, con todo y sus dificultades (muchos de las cuales salen de su control), se ha dado una oportunidad. El problema es que todavía no sabemos con qué contamos al iniciar una nueva etapa en nuestra joven democracia. Y en esto incluimos los recursos humanos, materiales y financieros y, especialmente, a los actores políticos y a las instituciones, de cara a un futuro nada halagüeño. Los reacomodos son inevitables en estas circunstancias, pero igual nos persigue la sensación de que no todos estamos todavía en la misma línea.

Hay que comprender que el país ya no está para seguir eludiendo la verdad. Hoy todos tenemos que dar la cara, aunque sea para que nuestros adversarios nos sugieran que la mascarada ya no tiene sentido. Que lo esencial es empezar a conocernos y que aunque no tengamos la valentía de reconocer nuestros pecados, al menos debemos hacer un acto de contrición para intentar no repetirlos.

¿Desvaríos? Probablemente. ¿Quimeras? Tenemos derecho a ellas. ¿Frustración? Inaceptable. ¿Esperanzas? No hay que perderlas. Esto y mucho más debería ser parte de una sicología colectiva que facilite el cambio. En la búsqueda constante de todo aquello que nos saque del inmovilismo y la comodidad en que hemos vivido todos tenemos una pequeña cuota que aportar y algo muy grande que ganar. La pregunta es: ¿lo hacemos o no lo hacemos?

Fuent: LPG 4/5/2009

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