Roberto Turcios: "Hoy son del dominio público argumentos contra el continuismo, los cuales aparecen en los mismos espacios donde antes se condenaba"

Prejuicios
Por Roberto Turcios*

Las creencias arraigadas pueden confundir los más variados análisis. Hasta la investigación científica enfrenta el peligro de quedarse a medias por el peso de los prejuicios. Talvez son mayores los riesgos en el debate público, en el intercambio abierto de las opiniones, en la política y la vida social.

“El descubrimiento de que el universo se estaba expandiendo fue una de las grandes revoluciones intelectuales del siglo XX”, dice el renombrado científico Stephen Hawking en su libro “La teoría del todo”. Agrega una observación inquietante: “Visto en retrospectiva, es fácil preguntar por qué nadie había pensado en ello antes”. Para el físico británico aun antes de la teoría de la gravedad de Newton, en cualquier momento del siglo XVIII, incluso en el XVII, pudo llegarse a la nueva conclusión. “Pero la creencia en un universo estático estaba tan arraigada –sostiene Hawking– que persistió hasta principios del siglo XX.”

Si a veces en la ciencia la conclusión es ajustada para acomodarla a las creencias, en nuestros debates tendemos a tomar la postura prejuiciosa como punto de partida y después buscamos los argumentos para justificarla, prestándole poca atención a los hechos. Hemos sido tan aficionados a las creencias rotundas, a la intolerancia y a la exclusión, a raíz de los discursos autoritarios lanzados desde el poder durante un largo tiempo, que nos cuesta desprendernos de los prejuicios, vernos como somos y tratarnos como iguales.

Durante la campaña electoral vimos muchos esfuerzos encaminados a denigrar a los adversarios, sobresaliendo los mensajes que se lanzaban con el deliberado propósito de infundir miedos. En ese campo quedaba poco lugar para reconocer que tenemos preferencias diferentes, opiniones distintas, argumentos propios y, sin embargo, todos merecemos un trato digno.

Podemos aprender de los meses recién pasados para no repetirlos. También en este caso sería válido un “nunca más”. No tienen sentido las campañas que tratan de explotar creencias arraigadas, en especial las alentadoras del miedo y la parálisis. Hoy son del dominio público argumentos contra el continuismo, los cuales aparecen en los mismos espacios donde antes se condenaba... la posibilidad de alternancia. Según se ve, hemos estado ante verdaderos peligros, sobre los cuales se guardaba silencio. De esa manera resulta difícil un debate genuino y equilibrado. ¿Vale la pena el sufrimiento de otra campaña como la que acaba de terminar?

Así como tiene poco sentido la negación de la teoría de la gravedad, carece de realismo ampararse en los prejuicios para rechazar la necesidad de equilibrar la competencia electoral. Cuando los principales medios masivos han favorecido un enfoque concentrado en las contradicciones, reales y aparentes, de un lado, mientras no han querido ver al otro lugar, a sus maniobras y conflictos, no se puede sostener que hubo un comportamiento democrático. Y menos cuando los recursos gubernamentales se han puesto a disposición de las candidaturas oficialistas. En este punto también es pertinente el “nunca más”: no puede hablarse de una competencia democrática genuina, si el gobierno actúa como aparato político partidario.

Es inevitable que las creencias arraigadas interfieran el curso de las investigaciones científicas y los debates políticos, pero en el último campo se vuelven, quizá, más peligrosas, porque tienden a favorecer el espejismo de los grupos y partidos que se creen elegidos por el destino como conocedores únicos de las entrañas de la sociedad.

Columnista LPG 24/03/2009

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