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Juicios externos y amnistía

Por José M. Tojeira*

Los repetidos comentarios sobre el juicio abierto en España sobre el caso jesuitas vuelve a provocar, una vez más, que se hable de la ley de amnistía. En medio de las diversas opiniones nos interesa clarificar conceptos, contribuir a una verdadera reconciliación sobre la verdad como elemento primordial de justicia, y repensar la justicia como el mecanismo adecuado para compensar a las víctimas.

Llegaríamos así a un perdón que no sólo se dé desde dentro de la propia capacidad cristiana de rezar por los enemigos, sino también desde todos aquellos mecanismos que impulsan la cohesión social y el diálogo sobre la verdad.

En primer lugar hay que decir que la ley de amnistía no es una buena ley. Y que tampoco ha amnistiado a todos los que tuvieron un papel preponderante en la guerra. Tanto la Constitución, como una sentencia al respecto de la Corte Suprema, nos dicen que quienes eran funcionarios durante la administración Cristiani no pueden acogerse a la ley de Amnistía.

No están cubiertos por ella. Es cierto que dicha ley tuvo algunos efectos positivos, pero provocó otros más negativos todavía. Impidió que un sistema judicial, el de aquel entonces, en muchos aspectos insuficiente y extremadamente débil, cometiera injusticias. Pero impidió también reconciliarse sobre la verdad y compensar adecuadamente a las víctimas de la guerra.

Aunque ninguna ley es perfecta, cuando se descubren imperfecciones en una ley, lo correcto es cambiarla, sustituirla. No simplemente derogarla, sino sustituirla por otra que, en nuestro caso, permita la verdad y la compensación a las víctimas. Una ley de amnistía, en general, borra y extingue el delito.

La ley de reconciliación que deberíamos y debemos tener, no borraría el delito, sino que buscaría la verdad y otorgaría el perdón del delito, que es distinto de borrarlo. Y lo haría tras haber encontrado formas de compensación a las víctimas. Compensación que, las más de las veces, sería simplemente moral.

Cuando se dice que la ley de Amnistía impide que se abran las heridas del pasado no se es justo con las víctimas. Porque las heridas no se sanan ni se cierran por decreto, sino analizando las causas y poniendo sobre ellas el bálsamo o la medicina adecuada.

Y en estos casos no hay nada mejor que el reconocimiento de la verdad, la compensación a las víctimas como forma de justicia y mecanismos adecuados, dialogantes en cierto modo, de perdón a los victimarios.

Si la verdad o la justicia no fueran mecanismos adecuados para cerrar heridas, sobraría el sistema judicial, la Fiscalía y los órganos auxiliares de la justicia. Después de una guerra fratricida, como lo fue la nuestra, se puede buscar el modo de liberar a los victimarios del castigo. Pero nunca de sepultar la verdad u olvidar a las víctimas.

Ante la apertura del juicio en España muchos hemos coincidido en El Salvador en decir que el ideal es que las cosas se resuelvan dentro del país. Y por esa fe en que las cosas pueden resolverse dentro es que la Compañía de Jesús y la UCA no han querido iniciar en el exterior ningún juicio, aun habiendo tenido ofertas y oportunidades. Sin embargo, el hecho de que se abra fuera un juicio es el resultado de la negativa sistemática del sistema judicial salvadoreño y de diversas instancias del poder político en administraciones pasadas (especialmente el Gobierno de Francisco Flores) a solucionar internamente un caso que ameritaba que al menos institucionalmente tanto el Gobierno como la Fuerza Armada pidieran perdón.

Lo lógico, ante la apertura del juicio en España, no es pedir que aquí se arreglen las cosas en conformidad a la ley de amnistía o a una prescripción que no tuvo en cuenta la suspensión de los tiempos de prescripción que el mismo código procesal admite. Lo lógico sería decir nos hemos equivocado, no hemos dialogado suficientemente sobre los derechos de las víctimas, y tenemos que hablar más del tema.

Y si se llega al convencimiento de que la ley de amnistía ha sido un estorbo para ese diálogo con las víctimas, entonces proceder a derogarla emitiendo simultáneamente una ley de reconciliación que permita reconocer la verdad, compensar a las víctimas y perdonar a los victimarios.

No extinguir el delito, hacerlo desaparecer, como si los asesinatos y las masacres se pudiera desaparecer como por arte de magia. La magia y sus trucos resultan divertidos en el circo, pero la convivencia ciudadana tiene que asentarse sobre reflexión, crítica y valores.

Se puede decir que a estas altura una ley de reconciliación es muy difícil de hacer, que la ley de amnistía tuvo sus deficiencias pero que en aquel momento no se podía ir más allá, que con el tiempo que ha pasado lo mejor es conformarnos con lo que logramos y mirar al futuro. Es una opinión.

Pero es difícil que la persona humana renuncie a la verdad sólo porque a algunos no les interesa. En Argentina, en Chile, en España, los casos de sus represiones o sus guerras civiles siguen de alguna manera teniendo repercusión cuando han pasado muchos más años que los que han transcurrido desde el fin de nuestra guerra.

Y nadie dice que estos países estén procediendo mal. Si algo no ha resultado bien, siempre es mejor hacer las correcciones del caso, que empeñarse obstinadamente en decir que lo mejor es lo que se ha hecho y punto. Una ley de reconciliación, aceptada por todos, sería mejor que una ley de amnistía que aunque haya impedido abusos y malos usos de la justicia, ha impedido también la posibilidad de seguir el procedimiento más justo en el caso de una conflagración civil: El camino de la verdad, de la justicia reparadora y del perdón.

*Rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas - Publicación Diario Colatino 26/11/2008
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